Estamos reunidos aquí junto a la tumba de santa Clara, que está abajo. Supongo que habéis ido a verla, y si no, después.
Nos hubiera gustado, cómo no, reunirnos precisamente a su vera, pero los lunes no es posible porque es el día de la limpieza. Y luego a las 9 ya se abre la iglesia para que venga la gente a rezar, a verla. No está mal; nos han dejado esta capilla de santa Inés.
O sea, que no vamos abajo porque están haciendo limpieza. Un poco es lo que conviene a veces hacer de cuando en cuando. Los barcos dejan de navegar, suben al dique, y allí lo someten a una limpieza de tantas cosas que se les han incrustado en su navegar. También las personas, los grupos, conviene de cuando en cuando que se detengan en su marcha. Y en ese tiempo de reposo de sus motores sirva para hacer un baldeo general. De manera que este baldeo que están haciendo abajo puede ser un signo de que a nosotros también nos conviene hacerlo.
Ya decíamos hace tiempo que tanto la casa de san Cosme como la de san Damián, ahora, en octubre, empezábamos un año sabático. Un año de detenerse en todas las actividades que se llevan, para profundizar, para quitar mucho polvo, mucho polvo del camino, mucho polvo que hacemos nosotros mismos, y así repensar las cosas, soñar – ¡por qué no! – todo lo que se puede hacer, y poner en marcha los proyectos para empezar a ejecutarlos cuando sea el momento oportuno.
Este año sabático, como os digo, que alcanza también a la casa de santa Eduvigis.
Buen signo nos da, como os decía, el que estén haciendo limpieza abajo.
Estamos aquí. Es un momento muy importante con motivo de la ordenación de Cara -siempre eso es una cosa grande que nos llena de alegría, el que uno de nosotros llega ya a esa meta tan deseada, tan esperada, tan querida-. Con motivo de la ordenación de nuestro querido José, estamos aquí junto a la tumba de santa Clara, que tanta significación tiene para todos, y muy, muy en especial para todo el grupo de las Claraeulalias.
Ayer por la noche, con bastante frío -todo sea dicho-, estábamos sentados en la plaza mayor ese grupo de san Cosme acompañados de Maribel, y también de nuestro padre misionero en el Perú, Antonio, que está aquí. Y estábamos charlando de un tema que nos viene trayendo desde tiempo preocupados, que cuando se habla de tanto liberar, de tantas cosas que oprimen, que sojuzgan, que angustian con su injusticia, etc., hay que pensar que lo primero que hay que liberar para después poder hacer unas acciones eficaces en los demás sentidos, lo primero que hay que liberar es la propia libertad, que la tenemos aherrojada dentro de nosotros mismos. Tenemos prisionera nuestra libertad. ¡Qué poca cosa podemos hacer entonces! Lo más urgente es liberar la libertad. Y ¿Cómo podemos liberar nuestra libertad?
No con vanos quejidos de decir: ¡estos barrotes que me aprisionan en una jaula y tiene a mi pobre libertad aleteando, pero sin poder moverse, sin poder volar, estos barrotes que me han puesto, estos barrotes que yo trato de luchar con ellos para conquistar mi libre albedrío!
Por ahí no se hace nada útil. Hay una manera mucho más simple, la única eficaz para liberar nuestra libertad. Es amar.
Cuando uno ama, ya liberó su libertad. Ya esos barrotes desaparecen y se desvanecen como fantasmas. Cuando una persona es capaz de amar, ya es libre, ya ha liberado su libertad. Ya queda su libertad en pleno albedrío para empezar a hacer todos los bienes que tiene a su alrededor. ¡Es amar!
El que no ama, ya haga otras muchas cosas, ya esté indiferente, ya odie activamente; pero si no ama, él mismo tiene esclavizada su libertad, él mismo es el que se pone los barrotes de su jaula. Y aunque otros barrotes puestos por otras cosas se los quitaran, seguiría igualmente prisionera su libertad, porque él es el que se pone los barrotes que le aprisionan. Desde el punto y hora en que uno hace este salto, esta “metanoia”, se decide a vivir amando, desde este momento, como os digo, ya tenemos libre nuestra libertad. Nos parecerá mentira, nosotros mismos nos quedaríamos sorprendidos, nos quedamos sorprendidos cuando esto ocurre: cómo me siento absolutamente libre desde el momento en que amo.
Nos contaba nuestro buen Antonio ayer -yo me marché, pero supongo que seguirían hablando- de las tremendas situaciones que él conoce muy bien donde está, y de tantos otros sitios semejantes, o quién sabe si peores. Se comprende que haya unas reacciones que intenten modificar esas situaciones de injusticia recurriendo al sistema antiguo, tan antiguo como la Humanidad; a un sistema de Viejo Testamento, de violencia, de ley del talión, de querer echar a los tiranos para sustituirlos en el poder, cuando es la misma estructura del poder la que hace a los tiranos. Se comprende, es la solución más conocida, más repetida en la Historia, más a mano, más, también, veteranía testamentaria. Y ¿Qué ocurre? La experiencia lo dice, ¿Quiénes vencen? Siempre acaban venciendo los más fuertes, los más poderosos, los que tienen todos los recursos y tienen todos los hilos del poder; siempre acaban venciendo. Serán ellos o serán otros, serán otras caras, pero serán los mismos siempre. Esto es como una hidra de las siete cabezas que, aunque se corte una vuelven a nacer otras.
Hay el peligro también de que aquello que se quiere arrebatar para una justicia mayor, en lo que se convierta solamente sea en botín. Y que a veces los sustitutos de los poderosos son peores que los anteriores, y a veces se quita un rey, y nace un emperador como Napoleón que hace más guerras, sojuzga más personas, y crea tantos muertos inútiles.
A veces, con una matemática equivocada, terrenal, se pretende evitar la muerte de algunos, y para hacerlo se consigue la muerte de muchos más miles de personas, a las cuales se quiere liberar; triste cosa es liberarlas precisamente matándolas, llevándolas a la muerte. ¿Eso es liberación?
La caridad, el amor arbitra otros caminos. Cristo. Cristo es verdaderamente el que marca un nuevo camino, la verdadera alternativa frente a toda esta situación del mundo. No le hicieron caso. Él, como decía, dio su vida por sus amigos, por todos, todos somos sus amigos, incluso los que le odian: Él también es amigo de ellos. No le hicieron caso; siguieron con sus procedimientos viejos. Y Él lo decía a aquellas mujeres: No lloréis por mí, llorad por vuestros hijos. Pocos años después los poderosos crucificaron, no uno, se calcula más de 40.000 en Jerusalén; Tito, en el año setenta, 30 años después.
Entonces, ¿Cuál es esa solución novísima, esta auténtica revolución que anuncia Cristo, esta violenta acción? Es la violenta acción de la caridad, del amor. Naturalmente tiene riesgos, cierto. La otra solución tiene muchos más muertos a sus espaldas. Son más muertos los que han hecho la violencia y las guerras que todos los mártires juntos. Es un riesgo; iniciar este camino de la violencia del amor comportará, cómo no, mártires; siempre serán muchísimo menos que los que comporta otro tipo de acción, y serán más voluntarios.
Hay, pues, que lanzarse a la conquista de las personas, de los que no aman, de los que odian, de los que son injustos. Hay que lanzarse a la conquista de estas personas para lograr ¿qué? Sencillamente que amen. Y esas personas están en todas partes, no solamente son unos, son unos y son otros, que tienen odio en su corazón. Hay que lanzarse a la conquista de todos los que no aman para lograr que amen. Y esto es cuidarse del Reino de Dios, y lo demás se dará por añadidura. Cuando amen unos y otros, habrá más justicia, más paz, más armonía, alegría, más unidad. Lo dijo Cristo en aquellos tres mandamientos suyos: sed perfectos como Dios Padre es perfecto. Y uno queda asombrado de decir: ¿Cómo puedo yo ser perfecto como Dios?, eso es imposible. Pero Él lo aclara enseguida en san Mateo 5, habla de ser perfectos como Dios en una cosa, que ésa sí que nos la manda: en que amemos a nuestros enemigos, porque si no, qué mérito tendríamos. Amar a los amigos, esto lo hace cualquiera, todos los paganos lo hacen también. Amar a los enemigos, ésta es la característica, esto es la novedad, esto es la maravilla: amar a los enemigos. Sean quienes sean estos sujetos que han de amar, sean quienes sean aquellos enemigos a los que hay que amar. A todos.
Ése es el mandato de Jesús. Y esto es muy difícil. En cualquier lucha hay armas buenas, hay armas mediocres y malas que no sirven. Yo diría que para esta lucha tremenda del amor para conquistar a la gente a que se conviertan y amen a su vez -y lo demás vendrá por añadidura-, las armas del amor son poca cosa, no sirven de mucho, se desgastan pronto, se cansan, se neutralizan, se pierden. No son éstas las armas apropiadas. Hay que luchar con el arma de otra clase de amor muy superior, que es la caridad, que es el Amor de Dios que recibimos como don desde el bautismo, desde los sacramentos, y continuamente en nuestro corazón. Hay que amar con amor de Caridad.
Bien sabéis vosotros -lo habéis leído todos- estos largos folios sobre la caridad. La caridad es otra cosa que el amor. Es amarnos, no con el amor de nuestro corazón que, como digo, poca cosa es: es amarnos con el Amor de Dios. Como Dios me ama a mí -dice Cristo-, y yo os amo a vosotros, así. Y para que no quede oscuro, que cuando Él dice que como Él nos ama, que pudiéramos interpretar que con su corazón humano también -entonces nos tendríamos que amar con nuestro corazón humano-, para que no quede eso dudoso y ambiguo, lo ha aclarado previamente: como Dios Padre me ama a mí. Es así como entonces esta acción violenta del amor puede tener eficacia, resultados positivos, maravillosos y sorprendentes, si amamos en Caridad. Y mirad que una señal de que esto es así, es que Cristo no dice: como yo os amo a vosotros, vosotros amadme a mí. No, no dice eso. Él dice: Como yo os amo a vosotros, amaos así unos a otros. Claro que dirá después que el que dé un vaso de agua en su nombre a un pequeñuelo, a Él se lo da. Él se siente amado en la medida que unos a otros se aman. Dirá san Juan: ¿Dices que amas a Dios que no ves, y no amas al prójimo que sí ves?, hipócrita ¿Podríais decir que me amáis a mí, y no os amáis entre vosotros que estáis cerca?, hipócritas. Por eso Él no dice que le amemos, sino que nos amemos unos a otros. Y eso es lo que hemos de decir cuando conquistamos a las personas con amor, a todos, sean quienes sean, inteligentes, simples, ricos, pobres, nobles, plebeyos, ¡quienes sean!, de nuestra misma nación o de otra, de nuestro lenguaje o de otro, ¡todos! Nos hemos de convertir al amor de caridad, pero les hemos de decir así: ¡mira cómo te amo yo, hasta doy la vida por ti! Así, amaos unos a otros. Nos os pide: que me améis a mí. Pero sí que os améis así vosotros.
Muchas más cosas os diría -ya tendremos ocasión de seguirlas hablando-, no es momento de alargar la misa. Hay mucha gente, algunos de vosotros tenéis prisa por salir, y habéis preparado vuestra salida, y tenéis muchos kilómetros que andar. Pero sí termino mostrando nuestra alegría de estar juntos, de estar junto al sepulcro de santa Clara tan cerca del sepulcro [de san Francisco] de Asís. Esas personas que son tan ejemplares en esta violentísima revolución del amor, que ellos supieron iniciar con tanta sencillez, simplicidad y eficacia. ¡Cuántos resultados se ven! Este mismo pueblecito de Asís tan pulcro, tan sosegado, tan luminoso que vienen gentes de todas las partes del mundo continuamente a respirar el aire que exhalaron Francisco y Clara, y que flota todavía en el ambiente. Aquí pidámosles, pues, que sepamos nosotros entender su mensaje, ese mensaje expresado por Francisco en el Cántico al sol, de amor a todas las criaturas, al hombre, al hermano sol, a la hermana luna, y ¡al hermano lobo! Y amando es como se sentía él libre, sin que nada le pudiera aprisionar; en esa pobreza suya que era testimonio de su libertad, para poder entonces trabajar para el bien que desembocaba en ser todos un solo corazón, ¡todos, sin excepción!
Pues bien, aquí, con santa Clara, con san Francisco, que nos hagan entender las bienaventuranzas de Jesús, aquellas bienaventuranzas tan hermosas: bienaventurado aquél que es manso y humilde corazón, de él será el Reino de los Cielos. Aquí, dará el ciento por uno, aquí, ya, pero sólo si transcurre uno, si transita uno por la vía del amor.
Aquella oración de san Francisco que todos conocéis: donde hay odio, ponga yo amor; donde hay desesperanza, ponga yo esperanza; donde hay dudas, ponga yo la fe; donde hay injusticias, ponga yo justicia; donde hay aquellas angustias, ponga yo misericordia; etc. Las recordáis vosotros. Repetidlas. Aprendedlas bien. Grabad en vuestro corazón esta oración de san Francisco, que se resume en aquello que decía san Juan [de la Cruz]: Donde no hay amor, pon amor y recogerás amor.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 27 de Agosto de 1984 en la basílica de Santa Clara en Asís