Estamos celebrando esta misa que la gente llaman del «gallo», porque ya está próxima la hora en que los gallos empiezan a emitir su canto despertando la mañana. Misa de medianoche recordando esa noche tan maravillosa que ocurrió, en que nació Jesús, ese Jesús, el Mesías, el Esperado, el Verbo hecho carne que hace dos mil años nació y conmovió todas las estructuras de la gente, cambiando todo el Viejo Testamento del pueblo que iba preparándole su camino, y toda las estructuras, no sólo del Imperio Romano, que entonces era la potencia de este mundo, sino de todos los imperios que pueda haber basados en el poder. Él, predicándonos el amar a los enemigos dando la vida por ellos, conquistándoles de sus caminos equivocados confiando en el poder, en la gloria, en el dinero, conquistándolos para que se den cuenta de que el único imperio verdadero, el único Reino de Dios es el que se basa en el amor con todas sus consecuencias, con ese espíritu de servicio, y con ese reconocimiento de la humildad de lo que somos -no somos dioses, somos seres humanos-. Pero nada menos que llamados a ser hijos de Dios.

 

Noche verdaderamente insólita, noche extraordinaria, noche única en la historia de la Humanidad.

Habéis oído que cuando hemos empezado la misa he leído el introito, que dice así: «El Señor me da dicho: “Tú eres mi hijo.”» Estábamos comentando ahora, en la Punta de la Mona precisamente, ese Padrenuestro íntimo dicho en la soledad de la cartuja, en la oración a Dios Padre, que le decimos así: «Papá que estás aquí conmigo, ¡Cuánto te amo! ¡Qué alegría ser tu hijo y querer tener los dos una sola voluntad! Descanso en tu Providencia. Me has reclinado en tu Banquete. Sintiéndote, estoy libre de tentación. Viendo que estoy en ti y gozándome en ello, estoy libre de todo mal. Paz y Fiesta.»

Bien. Éste es el Padrenuestro para ser dicho así, en la intimidad, en la soledad con Dios Padre. Pero resulta que Agis, desde Almería le dijo a Juan Miguel: ¡qué maravilla es este Padrenuestro rezado así en la intimidad, sintiéndonos que ya somos hijos de Dios que estamos en el Reino.

Me olvidé una frase de ese Padrenuestro que dice «Porque perdonaste, yo te he hecho inmaculado -he perdonado también-.» Pues estamos ya en el Reino.

 

Y decía Agis que qué hermoso es. Pero qué hermoso es leerlo desde el Padre. Allí donde decimos «Papá», poner «hijo, que estás aquí conmigo, ¡qué alegría ser tu Padre, tú mi hijo! ¡Qué alegría que queramos tener los dos una sola voluntad!» ¡Qué hermoso es! También Dios Padre dice: «Descanso en ti, hijo mío.» Así como nosotros le decimos que descansamos en su Providencia, Dios descansa en mí, porque todas las criaturas de Dios las ha puesto en manos de los hombres, en manos mías para que cuide de su universo y lo ajardine y lo haga espléndido. Dios descansa porque sabe que ha puesto todas sus cosas de la Creación en nuestras manos. También descansa. También está contento de estar reclinado en el Banquete que estamos nosotros, etc.

¡Qué hermoso es también meditar ese Padrenuestro!, pero aplicándoselo también a Dios Padre. ¡Qué hermoso! Como veis una de estas frases sería ésa que acabo de decir aquí: «Tú eres mi hijo.» Se lo dice a Jesús en plenitud en esta noche de Navidad. Él es el Hijo desde toda la Eternidad, es el Verbo Encarnado en Jesús. Y a Jesús que esta noche lo están meciendo María y José para que se duerma, ante la visita de los pastores, ante los magos, a este Jesús, Dios Padre le dice: Tú eres mi Hijo. Pero en esa humanidad de Jesús estamos todos. Y todos, redimidos por Jesús, unos con Jesús, un solo Cuerpo Místico en Jesús, con Jesús y por Jesús, unos, podemos oír también esta maravillosa sinfonía de esas palabras de Dios Padre: Tú eres mi hijo. Cada uno de nosotros lo podemos oír así, que Dios Padre nos lo dice: Tú eres nuestro hijo, nuestra hija, mi hijo, mi hija. Todos. Qué hermosa es esta noche de Navidad, que no sólo era una noche grande para Jesús, que nació, sino también para toda la Humanidad, empezando por María y por José, para todos los hombres de todos los tiempos. Es también, por tanto, una noche grande para cada uno de nosotros. Si podemos llamar a Dios Padre «Papá», es porque primero Él nos ha dicho: Tú eres mi hijo.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 24 de Diciembre de 1985

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