He estado esta mañana en una Eucaristía de los 60 años donde yo estudié el bachillerato. La iglesia bellísima de Pedralbes que es una maravilla de gótico, llena de gente de mi edad, mayores, más jóvenes… exalumnos todos del colegio. Les contaba a éstos que al dar la comunión ha venido un muchacho que se llamaba Goch (?), igualito que mi compañero que yo recuerdo cuando teníamos 15 o 16 años, terminábamos el bachillerato juntos. ¡Éste es Goch! (?), casi le doy un abrazo, ¡qué alegría verte! Pero claro, después he pensado que no puede ser. Bueno, es que los hijos se parecen a los padres. Pero después me he enterado de que no era el hijo, era el nieto, ¡era el nieto! Igualito, claro, tiene 16 o 17 años, igualito pero no era el hijo, era el nieto. Bueno, qué hermoso ver todo esto. Pues bien, el que presidía la Eucaristía -éramos varios curas que han salido del colegio y llevan 25 años en la India el uno y el otro…- era mi profesor de religión de cuando yo tenía 12 años. Estupendo tipo. Me han acompañado aquí Ketu y Mari Carmen, y han podido oírle, qué energía, un capuchino; y ha predicado maravillosamente bien, magnífico. Yo me lo miraba y estaba tan contento de verlo así tan bueno, tan joven, como las directoras que yo tenía que cuando yo era pequeño las veía mayores, casadas y con hijos, y ahora parecían más jóvenes que yo, y tienen 85 años, y 83, y realmente daba gusto verlas. Y entonces, al verlas a ellas mucho más mayores que yo, que yo las recordaba así, pues eso me ha rejuvenecido mucho, porque si ellas están así, yo debo estar la mar de bien. Bueno. Total, que ha predicado éste que había sido profesor mío cuando yo tenía 12, 13, 14…, ha predicado de maravilla. Porque, qué ha dicho sobre este evangelio de hoy. «El que me ve a mi ve al Padre». Al Padre no lo ha visto nadie, dice san Juan. Amas al Padre que no ves y no amas al prójimo que sí ves, hipócrita. Al Padre no lo ha visto nadie, y a Jesús le vieron los que le vieron, los demás tampoco, así en la Tierra. Pues, ¿Cómo se conoce al Padre? Conociendo a Jesús. Y ¿Cómo se conoce a Jesús? Y decía este bendito capuchino que para subir al Padre la gente quieren ser angélicos, quieren subir de repente, quieren verle, sentirle, palparle, oírle. Y no, hay que subir por la escalerita, nada de angelismo, un peldaño tras otro peldaño, y así se llega, se llega al Padre. Pero no se puede llegar queriéndose saltar la escalera. ¿Y cuáles son los peldaños primeros que hay que subir, y si no se sube no se llega? El amor a los demás.
Entonces, si uno dice que no ve a Jesús, ¡tranquilo!, ya le verás. Empieza por amar a los que ves, al prójimo, a los que te rodean, a los que conoces, a los que te relacionas; ámalos. Éstos son los escalones. Entonces, amando, llegarás un día a descubrir, a ver a Jesús, y en Jesús llegarás a ver también al Padre. «¿Tanto tiempo juntos y todavía no me conoces?» El Padre está en mí -dice Jesús-, quien me ve a mí, ve al Padre. Eso es lo que tendríamos que decir a la gente: ¿tanto tiempo juntos y no nos conoces? Quienes nos veis a nosotros, veis a Cristo. Y viceversa, yo viendo a los demás, veo a Cristo, son los demás; un vaso de agua que deis a este pequeñuelo, a mí me lo dais. Y si yo no conozco a Cristo, que está en ellos, nunca conoceré a Cristo si no conozco y no amo a éstos que tengo delante. Y yo también. Entonces hay que decir a la gente: pero bueno ¿no conoces a Cristo? ¡Por favor!, ¿no le conoces?, ¡Cristo está en mí, quien me ve a mí ve a Cristo! Mira, todo lo bueno que veas en mí es de Cristo. Soy cristiano, soy cura, y quiero seguir a Cristo, y lo que hago de bueno es con la ayuda de Él, porque si no, ¡madre mía!, ya habría enviado todo a paseo hace mucho tiempo. ¡Claro!
O sea, que la perseverancia del amor, el amor a prueba de todo, etc., el dominarse uno tantas veces los genios y tratar de ser bondadoso, y no cansarse de serlo…: quien me ve a mí ve a Cristo. Lo malo no, lo malo es mío. Pero todo lo bueno que hay en mí, ¿lo veis? Pues es de Cristo. Quien me ve a mí ve a Cristo. Y eso lo tienen que decir los pastores, e igualmente lo tienen que decir los pastoreados, también cada uno de ellos es Cristo.
Volviendo a lo que decía este cura de hoy, solamente subiendo estos peldaños, veremos a Cristo cara a cara, y veremos al Padre cara a cara. No nos hagamos ilusiones; por muchas ganas o ambiciones que tengamos, el problema de que quiero ver a Dios, ¿Cómo va a verlo si no ve usted lo que tiene en las narices? Ver a los demás y amarlos, y por ahí, por esa escalera llegará usted arriba. Pero si no quiere correr esta escalera, subir esta escalera, no llegará nunca al final de la misma. ¡Qué hermoso!
Los que dicen «odiar», ¡madre mía!, éstos no suben, éstos bajan, éstos no se acercan, ésos se alejan de contemplar la belleza inmensa del mundo, de este mundo, la belleza transcendental del que este mundo es signo, ¡qué pena!
Pues bien, no queramos saltar estos escalones de amar al prójimo, a todos, siempre, incluso a los que nos odian, incluso a los que dicen que odiar es bueno; porque si salen alguna vez de su error, no será a base de odiarles, será, a pesar de lo que dicen, amándolos; es de la única forma que quizá dejen de odiar para empezar a amar. Si se les odiara, se afincarían más en su odio. Amándolos, quizá un día emprendan el vuelo.
Pues bien, sepamos subir peldaño a peldaño esa difícil pero también deliciosa escalera de amar a los demás.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 4 de Mayo de 1985 Universidad de Barcelona