Estamos una vez más en la Universidad, en esta capilla, cuna de una anunciación de la Universidad Albertiana de Gandesa. Somos poquitos en estas vísperas de Navidad; menos eran en el establo de Belén. Estamos -he contado-, el que preside la misa, José Luis, y luego estamos, además, once personas, doce, que acaban de entrar. Pues bien, ya no es sólo como el establo de Belén; eso es como ya cuando tenía Cristo doce apóstoles. Ya a los doce apóstoles les dio todo el depósito de la doctrina que tenían que predicar. De manera que no es nada inoportuno estando donde estamos en esta cuna de la Universidad, y siendo doce personas y el que nos preside, pues aquí no es como aquellos doce en que Judas se fue y quedaron once: aquí éramos once y ha venido uno, somos doce, je, je…, de manera que muy bien, ya llegó Matías. Pues es un número suficiente de personas para hablar de cosas de la Universidad.
La Universidad tiene que investigar, y después tiene que aplicar las cosas que descubre. Vamos a hacer esto hoy brevemente, vamos a decir una cosa que esa universidad descubre, y luego hablaremos de aplicación. ¿Qué cosa es ésa? ¿En qué consiste la lección magistral de explicar algo? En una cosa muy sencilla; lo diré gramáticamente en telegrama porque sois capaces de entenderlo perfectamente. Dios se revela como Padre, ama como Padre a su Hijo, el Hijo, Cristo, ama a Dios Padre con amor filial, y nos dice que nos hemos de amar los unos a los otros como el Padre ama al Hijo, como el Hijo nos ama a nosotros. Mutuamente nos hemos de querer como padres, con corazón de padre generosísimo, y con corazón de hijo fidelísimo. Entonces es un Reino de los Cielos esto. Bien. Pero si lo hacemos así, en ese Reino de los Cielos todos últimos -yo soy el Señor, mirad lo que hago, os lavo los pies, el que quiera ser primero, que sea último-, cuando todos son últimos no hay primeros ni nada, y todos son amigos, los amigos son iguales; y uno es gobernador civil y el otro es panadero, pero si son amigos, cuando son amigos son amigos, y eso pasa por encima de que uno sea una cosa y otro sea otra; se tratan de tú y comen en el mismo plato; son amigos.
Pues si verdaderamente cumplimos estos mandatos de Dios, Cristo nos lo dice al final: ya no os llamo hijos, os llamo amigos; luego si Él me llama amigo, yo le puedo llamar a Él amigo también, claro, eso es mutuo. Y cuando Cristo sube a los Cielos, entonces, cumplida toda su misión, el Padre lo sienta a la diestra, que es donde sienta al amigo. Los hijos estaban todavía un poco supeditados. O sea que somos hijos de Dios porque quiere Él que, si somos fieles hijos de Dios en Cristo y por Cristo y por los méritos de Cristo, lo que Él quiere es ser amigo. Nos dirá: ya no te llamo hijo, te llamo amigo -como dijo también Cristo-. Luego, una manera de leer nosotros los cristianos, que estamos, queremos estar en el Reino de Dios por misericordia de Dios, porque nos arrepentimos de nuestras faltas continuamente…, nosotros podemos leer todos los textos del Viejo Testamento y del Nuevo Testamento, y donde oigamos la palabra, o leamos, Dios Padre – «¡Oh Dios…!» -, nosotros podemos decir «Amigo».
Ayer estaba dando una charla a unas señoras allí en el santuario de Santa Eulalia de Vilapiscina, y les insinué esto, no lo desarrollé, nada más lo insinué; pero ¡qué hermoso es! Donde veamos Cristo: «Amigo», pongamos la palabra «Amigo». Dios Padre es el Origen, es mayor que Cristo, que dice: el Padre es mayor que Yo. Bueno, es el gran Amigo. Cristo es el Amigo.
Si ponemos en todos los salmos, en toda la lectura del breviario, donde leamos Dios, leamos Dios Padre, leamos Espíritu Santo, que está definido como el Amigo más íntimo del alma, pongamos Amigo, gran Amigo, Amigo. Cobra una luz nueva todo lo que leamos.
Se lo expliqué esto a Juan Miguel hace un tiempo, no mucho, puede hacer una semana o dos. Él lo comunicó a México, y he recibido ya una felicitación de Navidad de Méjico en que dicen: nos ha dicho eso Juan Miguel, y en la cartuja solitaria, en la meditación…, todos lo estamos haciendo, ¡Dios mío, qué maravilla!, ¡qué gozada cobran esos textos, y sentirnos amigos! Somos amigos. Y eso tiene unas consecuencias grandísimas en nuestra actuación en la soledad y el silencio de la cartuja, en la cartuja de convivencia, y en la cartuja del mundo, de nuestro quehacer, tiene unas resonancias, tiene unas consecuencias impresionantes. Pero esto dejémoslo para otro día.
Bien. Dicho esto, fruto de la investigación, podíamos decir, de la experimentación en uno mismo de eso que descubre, pasemos a otro aspecto ahora de la Universidad Albertiana.
Cuando uno estudia Medicina, quizás un ejemplo muy bueno, pues hay la facultad de Medicina, y allí, evidentemente, se reciben lecciones magistrales. Pero luego hay el hospital clínico al lado de la facultad de Medicina, donde lo que se aprende se aplica para bien de los enfermos. La Medicina tiene tres características, tres situaciones. Una que es Medicina de curar al que está enfermo. Otra que es Medicina preventiva, que se preocupa de lo que se pueda hacer para que no caigan enfermos. Y todavía hay otra rama, que es una Medicina intensiva, que es aumentar la salud para que la gente esté todavía más sana y más contenta y de saltos más altos; aumentar la salud. Una cosa es prevenir la enfermedad, y otra es aumentar la salud todavía. Son las tres ramas.
Nosotros, con toda la ciencia y sabiduría que nos pueda dar la Universidad Albertiana, luego hemos de aplicarlo esto para curar, para prevenir y para intensificar la salud del hombre, del ser humano.
Un buen médico de la facultad de Medicina, que sabe mucho, ¡pues claro que lo llaman!, y dicen: oiga usted que sabe esto, venga usted y le damos una plaza de cirujano, le damos una plaza de médico en el hospital de la Esperanza, en el hospital del Seguro de Enfermedad, usted que sabe mucho, venga. Esos médicos saben mucho y tienen su consulta privada y va la gente, es un señor que sabe, etc.
Yo diría que la sociedad, la Iglesia y la sociedad, os tiene que llamar, porque ve que sabéis; que, a la luz del realismo existencial, ¡madre mía cuántas cosas sabéis! Y os llamarán. Y os llamarán para que hagáis, le deis de vuestra ciencia en parroquias, en seminarios, en apostolados…, porque dirán: venga usted aquí a aplicar toda su ciencia, a los que están enfermos curarlos, a los que están sanos prevenirles para que no enfermen, y a los que están sanos para que estén más sanos todavía, sean más luz en medio del mundo. De manera que esos apostolados, o apostolados ya no tan eclesiales, absolutamente otros, pongamos un Ámbito, un Ámbito de Difusión, que no es estrictamente eclesial, es como la consulta privada de un médico, no es un hospital, es su consulta privada, pero allí hay que aplicar un médico que supiera mucho pero no tuviera donde ni siquiera hacer nada para aplicarlo, pues en último término cada vez iría sabiendo menos, porque la realidad de la aplicación es fuente de experiencia, de corregir quizá defectos y errores; de hacer que las medicinas verdaderamente sean aptas, aplicables, no sean teóricas. ¡Oh, qué sabiduría es también esta realidad de la aplicación!
De manera que bendito sea que tengáis apostolados y parroquias, y lo que sea, y seminarios y todo, ¿por qué?, porque os llaman, ¿por qué?, porque ven que vosotros tenéis una ciencia estupenda, que aplicada ahí puede hacer unos grandes bienes. ¡Ojalá tengáis también consultas privadas, quehaceres que montáis, vuestra consulta privada donde irá mucha gente porque podéis, saben, lo intuyen, lo ven y se lo dicen, los demás lo van diciendo: ¡oh, mirad, he obtenido muy buenos resultados! Y os disputarán, y os pedirán hora para consultaros en vuestras consultas privadas de lo que montéis, ¡claro que sí, claro que sí! ¡Qué hermoso!
Bien. Termino con un tercer punto que es un consejo que doy a los que en su día se preocupen -aquí está José Luis y otros- de una manera más directa de los quehaceres de la Universidad Albertiana. Y es esto; no olvidéis este consejo y decidlo a los demás. Lo bueno es marcar un objetivo para cada facultad, para cada área. Es decir, mira, ahora lo que hay que lograr es este objetivo, es el más próximo, el más urgente, el más claro, el más importante en estos momentos. Éste es el objetivo del Área de Económicas, del Área de Sociales, del Área de tal… Pongo un caso, un ejemplo, para que veáis. El Área de Economía, porque podríamos llamar Área para no llamarle con esta pomposa palabra de facultad; ahí se pueden hacer muchísimas cosas, evidentemente, pero hay que marcar una, una, sí, mira, el objetivo ahora es éste: que, en el nuevo orden económico -claro, nuevo orden económico es todo, pero, ¡madre mía!, eso es muy amplio- hay que marcar un objetivo. Mirad: que la gente se convenza -los gobiernos, las sociedades…, todo el mundo- que hay que tener un salario por vivir, no por trabajar; el que trabaja, además, ha de tener una serie de compensaciones, ha de trabajar por gusto. Y llegaría un momento en que el salario para vivir tendría que ser tan digno, y el trabajo es tan poco, que el que quisiera trabajar tuviera que pagar para poder trabajar. Porque dice: yo tengo una vocación enorme de querer trabajar en esto. ¡Ah, pues pague usted! O bien: es que yo tengo ganas de estudiar economía en la facultad de… ¡Ah, matricúlese usted, si no paga la matrícula no puede usted ir a la Universidad! O: es que yo tengo unas ganas enormes de trabajar de carpintero. ¡Estupendo!, pague usted su matrícula para trabajar de carpintero.
Porque para vivir, nadie ha pedido venir a esta vida, luego si le traen, le tienen que asegurar esta vida. Hay que dar un salario al que nace para que pueda vivir, y luego hay que organizar todo lo demás. Si trabaja, habrá de tener otras compensaciones complementarias, etc. Bien, eso será hasta que lleguen dentro de mil años en que para trabajar haya que pagar. Lo mismo que dice: es que a mí me gusta jugar al tenis. Pues mire hágase usted socio del tenis, y tiene que pagar de entrada tanto, y luego cada mes cuanto, y luego por la pista tantas horas pague, y las pelotas, y el vestuario, y por las duchas de agua caliente, pague si quiere jugar al tenis. Oiga ¿quiere usted trabajar de carpintero?, pague, porque si no, no es necesario. Para eso pueden pasar cientos de años, no sé, quizá no, quizá dentro de 25 años ya es así. Es igual. Pero lo urgente es que hay la conciencia clara en todo el mundo de que por el hecho de nacer tenemos derecho a un salario para vivir con toda dignidad. Es el objetivo único. El nuevo orden económico es muy complejo y tiene muchas facetas; pero nosotros, dale que te pego, sólo en un punto: convencer al mundo entero de que en el nuevo orden económico hay que dar un salario por existir, porque nadie ha pedido existir, y la responsabilidad es de la sociedad entera que nos hace existir. Bien, este punto.
Entonces, en el Área de la mujer, de la promoción de la mujer de Fórnoles, ¿Cuál es el punto? Hay que pensarlo. Conseguido este punto, ¡ah!, entonces ya nos plantearemos otro punto; o si éste ya está muy conseguido, muy conseguido, podemos empezar a pensar en otro. Pero para arrancar, un punto, ¡claro!, que nos sirva de norte y nos dé el camino sin perder tiempo.
Pues bien, dicha esta lección que es tan hermosa, Dios quiere ser nuestro amigo, y nosotros también, ¡amigos!
Segundo, que benditos los campos que nos ofrecen, que nos dan, los que montemos privadamente para aplicar nuestra sabiduría.
Y tercero, al organizar la Universidad, este consejo: un norte para cada área muy preciso y claro.
Que la Navidad que es este punto de claridad, este faro para todos, que la estrella de los Magos nos guíe realmente a este faro de la plena luz que es Cristo allí en Belén.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 19 de Diciembre de 1987 en la Universidad de Barcelona