Santa Marta, hermana de Lázaro y personaje también ella del episodio. Cuando se reunía Cristo cerca de ellos en Jerusalén, con sus discípulos, y buscaban un sitio fuera de la ciudad para estar más tranquilos y estar reposando, incluso, de predicaciones y caminatas, encontraban cobijo, hospitalidad, aprecio, cariño, lo encontraban allí, en casa de Lázaro, de Marta y de María.

Marta, muy humilde, preparaba con gran espíritu todo lo de la casa para atender a esos huéspedes tan anunciados de la mejor manera que podían.

Jesús la riñó una vez diciéndole que no se preocupara tanto en atenderlos, en prepararles tantas cosas, que con menos se conformaban y pasaban, y que fuera ella también allí a escuchar lo que Él estaba diciendo, como hacía María. Y Marta, cansada, estaba un poco disgustada con María porque no le ayudaba lo bastante, lo bastante para poder hacer todo lo que ella quería, que era mucho, para atender a Jesús con los apóstoles.

 

En honor de ella, tanto la primera lectura como el Evangelio, nos hablan de la voluntad, de la sed de pan, de la no codicia, enfermedades todas ellas -el orgullo, la soberbia, la ambición-, malas enfermedades del ser, lepra de nuestro [tiempo]. En cambio, la aceptación de uno mismo con todos nuestros límites…

 

En la primera realmente es un texto bien curioso, habla del profeta Jeremías, en que le dice que meta en ese hoyo junto al río ese cinturón. El cinturón era una prenda muy necesaria, porque con él se ceñían las túnicas para poder variarles la altura según caminaban por las calles llenas de charcos o de barro, o pudieran después por las casas, etc. El cinturón era una prenda que se vendía mucho, que se compraba mucho, los había de todas clases, lujosos, sencillos, eran de cuero, eran correas fuertes para los hombres. La Biblia nos habla de él muchas veces, y recordad aquel pasaje de la mujer fuerte de la Biblia que después de atender al marido, los hijos, la casa, a los empleados de casa que cultivaban los campos y cuidaban los animales, se levantaba temprano y todavía tenía tiempo para fabricar cinturones para poderlos vender, etc., y así ayudar a la economía de la casa. El cinturón era una prenda necesaria e importante.

Siguiendo con aquel relato, éste obedece, y al cabo de una semana le dice que vaya al río y lo busque. El cinturón estaba podrido a causa del agua, la hebilla estaba herrumbrosa, y estropeado, no servía para nada. ¿Qué quería decir Dios con esto? Así como Cristo en el Evangelio habla con parábolas, pues aquí, en aquellas mentes de dura cerviz a veces, es necesario, no sólo hablar con símbolos, con palabras, con parábolas, era necesario que perdieran el cinturón, que se enteraran un poco, que se quedaran sin cinturón y que tuvieran que gastarse los cuartos comprando otro a ver si así les entra en la mollera el ejemplo. Bien, ¿y cuál era el ejemplo? Lo dice aquí clarito. Así dice el Señor: de este modo consumiré la soberbia de Judá, la gran soberbia de Jerusalén, este pueblo malvado que se niega a escuchar… Y además recalca aquí Dios: Así como el cinturón se adhiere a la cintura de la persona, casi como una gracia, como una caricia, como un gran abrazo de fraternidad y aprecio, así me adhería yo a mi pueblo Israel con gran cariño, sólo para ayudarle, para seguirle, para que camine con los pasos que son los buenos; pero que vean que son soberbios y obstinados.

 

Así nuestra soberbia podrida no servirá para nada. ¿Sabemos abrir nuestro corazón a sus sugerencias, a sus aspiraciones, sabemos abrirnos a los demás con esa alegre docilidad viendo en los demás…? ¿Amas a Dios que no ves, y no amas al prójimo que ves? Hipócrita; ¿dices que escuchas a Dios, y no escuchas a los demás que sí ves?, hipócrita. Si escuchamos a Dios escuchando a los que nos piden, a los que se esfuerzan por nuestro bien, por nuestra ayuda… Y tantas veces cerramos nuestros oídos por soberbia y por obcecación. Hemos de empezar muy en serio a revisar nuestros actos para darnos cuenta de cuántas veces he sido tonto e idiota por soberbia.

 

El Evangelio sigue hablando de la humildad, porque el Reino de Dios no es soberbio, no es haciendo montañas grandes, no es queriendo alcanzar metas grandiosas, sino siendo levadura. ¡Qué poca cosa es la levadura, poquita! Pero eso fermenta mucho el pan, y cuando el pan está fermentado, nadie se acuerda tampoco de la levadura, pero fermentó, ha quedado como incorporada.

Uno desaparece después de hacer el bien, como levadura. Y a la vez, es también como un grano de mostaza, un grano de mostaza que es la más alta de las hortalizas, y algunos pájaros se confunden, creen que es un pequeño árbol y hacen allí hasta su nido, pero no es un árbol, un árbol ha de ser alto y soberbio. No, es una hortaliza, pero una hortaliza que, realmente, siendo la semilla más pequeña, es la hortaliza más grande. Como la levadura, siendo poco, fermenta mucho más.

 

Recuerdo un comentario de una persona que pasó por el colegio del Salvador. Dijo que hacer su nido allí, no valía la pena. Era mejor hacer el nido en árboles. Todo el mundo es libre, cada uno que haga lo que quiera. Pero a mí me impresionó el comentario que hizo y como justificación de marcharse: es que Juan Miguel, que es el rector del colegio, no tiene ambiciones [y decía]: qué hago yo con un rector que no tiene ambiciones, no me sirve.

Cuando yo oí esto, dudo que en la vida te puedan hacer elogio más grande. ¡Qué maravilla! Pues que sepamos no tener ambiciones. Y ojalá sepamos ser grano de mostaza…

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 29 de Julio de 1985 en General Vives, Barcelona

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