Isabel Cruz de Amenábar, doctora en Historia del Arte, profesora titular del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, comparte la docencia con la investigación sobre temas de historia social del arte y de historia cultural. Entre sus publicaciones destaca la trilogía compuesta por La Fiesta: metamorfosis de lo cotidiano, El Traje: transformaciones de una segunda piel y La muerte: transfiguración de la vida. Conversamos con la Dra. Cruz de Amenábar acerca de la fiesta como manifestación fundamental de la vida y de la cultura.
-¿Dónde está el origen de la fiesta?
-El origen de la fiesta es casi tan remoto como la humanidad. El hombre, en cuanto empezó a ser hombre, celebró y buscó la relación con los dioses a través del ritual. La fiesta, en su dimensión más antigua, más arcaica, es un ritual que se fue estetizando, que se fue complejizando y que fue agregando otros elementos.
-¿La fiesta se enmarca en el ámbito de lo gratuito, es decir, trasciende lo funcional?
-Si yo diría que se enmarca completamente dentro de lo gratuito. Creo que es una de las manifestaciones más bellas de la gratuidad, en el sentido de que la fiesta no te ofrece nada material. La sociedad contemporánea esto no lo valora, no lo entiende, porque hoy día el economicismo reinante, el costo asignado al trabajo, es muy grande. Aquí en Chile, y creo que en algunos países europeos de tradición protestante como Alemania, por ejemplo, están trasladando los días de fiesta a los lunes para que el país no tenga que hacer este gasto, pero se pierde totalmente el sentido de la fiesta, que es la celebración, la alegría, el regocijo, y eso implica muchas veces un gasto que es a fondo perdido, lo que el filósofo francés Georges Bataille denomina “gasto sin retorno”. La sociedad contemporánea esto no lo acepta porque está preocupada por la productividad,
-La fiesta, ¿fortalece los vínculos entre las personas?
-Por supuesto. Se han estudiado fenómenos de psicología colectiva sobre qué pasa cuando las personas están juntas. Se produce una relación distinta. Las personas se agrupan, están cohesionadas. En los pueblos arcaicos, en los pueblos originarios, la relación psicológica que se establece entre las personas es una relación de grupo, de colectividad muy fuerte. Y esto abre también el fenómeno de la fiesta a la trascendencia, a la ritualidad, a la búsqueda de un estado más allá de lo cotidiano. Por eso yo hablé de “metamorfosis de lo cotidiano” en el sentido de una transformación estética que también posibilita la búsqueda de la trascendencia. En la fiesta, a pesar de no conocer a la persona que está junto a ti, te sientes hermanado, hermanado en la alegría, en el juego, en lo lúdico. Y también tiendes como a traspasar las fronteras y a tener como un desahogo estetizado, un cierto desorden que quiebra las normas de la vida cotidiana. Pero cuando sólo se da ese puro deseo de transgresión, ya no se trata de fiesta porque la fiesta también necesita de lo que los antropólogos llaman “la conversión”, como contrario a la “inversión” o “subversión”, o sea un cierto orden, unos ciertos márgenes.
-Así pues, la fiesta ¿afirma o evade la vida?
-Afirma la vida, aunque a veces se ha interpretado la fiesta como evasión. Yo no estoy de acuerdo con ello. La fiesta no está fuera de la vida, ni evade la existencia. Con la fiesta afirmas la vida, el estar en este mundo, y esto implica la alegría, el celebrar… y eso lo valoro enormemente mundo un poco escéptico en el que la fiesta va quedando como un reducto de la alegría vivir. En este mundo todo tiene un precio pero la fiesta tiene un valor, no un precio, y el valor implica otros elementos. A veces se dice “¡qué pérdida de tiempo!”, típica frase del racionalismo. ¡Tu ofrendas tu tiempo! Hay una hermosa película sueca. La fiesta Babette. Ella organiza una cena para grupo de amigos y gasta todo su dinero en eso y resulta de una estética y de una exquisitez maravillosas La fiesta de Babette explica mejor que ningún libro esa transformación del gasto en ofrenda.
-¿Cuándo se desvirtúa la fiesta?
-La fiesta se desvirtúa con el racionalismo de la Ilustración que consideró que era algo bárbaro, una pérdida de tiempo y de dinero en una sociedad que tenía que rendir y rendir. Y, además, la fiesta no tenía una explicación racional, y ahí empezó su descrédito. Los gobiernos europeos, con esta visión economicista que después llegó a América, empezaron a restringir las fiestas y hoy en día estamos en un punto en que la fiesta está a punto de desaparecer, no sólo las religiosas sino también las civiles, y van quedando solamente las fiestas privadas. Pero las grandes fiestas públicas que hubo hasta el Barroco, como momentos de regocijo colectivo por excelencia, se terminaron en el siglo XVIII.
-¿Cuáles fueron las diferencias entre el Barroco y la Ilustración en la vivencia de la fiesta en el mundo hispánico?
-El Barroco en el mundo hispánico hizo de la metamorfosis festiva una de sus necesidades vitales y de sus expresiones más acabadas. Era necesario ese esplendor, porque el mundo cotidiano se consideraba difícil. La Ilustración no aportó mucho. La Ilustración planteó en Francia en la época de la Revolución Francesa las fiestas desacralizadas, pero ese tipo de fiesta no arraigó porque la fiesta te lleva naturalmente a lo que está más allá, te transporta. Todas estas fiestas organizadas en torno a los rituales revolucionarios, el árbol de la libertad, los rituales a las banderas a los héroes, fueron una novedad pero en el fondo derivada de la antigua dimensión y no han tenido una perduración como la tuvo la fiesta tradicional. De hecho, ese tipo de fiestas son las que adoptaron los gobiernos nacionales del siglo XIX, los gobiernos latinoamericanos, y esa fiesta hoy está languideciendo
-¿Cómo se puede renovar la fiesta?
-Es un tema complicado porque pasa por la renovación de la persona, tener esa alegría de celebrar la existencia. Y eso no se implanta por decreto. Lo que si puede lograrse es no seguir combatiendo la fiesta, no poniéndole trabas no trasladándola de día…
-¿Cuál es la relación tiempo-fiesta?
-La antropología y la etnología contemporáneas habían visto la relación tiempo-fiesta como una relación de dependencia de la fiesta del tiempo ordinario, del tiempo de trabajo. O sea, la fiesta entre el tiempo de trabajo, la fiesta como ruptura del trabajo. Pero en las sociedades tradicionales el fenómeno de la fiesta y de la temporalidad es mucho más profundo y complejo. Es la fiesta la que crea el tiempo, el trabajo queda entre fiestas. Es al revés. Y eso crea el calendario que queda marcado en sus diferentes estaciones, en sus diferentes fechas, por este tiempo festivo que es un tiempo de celebración y que es un tiempo como de retorno a los orígenes de los fenómenos al mito del origen. El fenómeno de la temporalidad es fundamental para entender la fiesta. El hombre tiene que ubicarse en el tiempo, tiene que marcar el tiempo porque si no el tiempo es indeterminado Hay un tiempo de las estaciones pero sobre eso el hombre construye su tiempo, por decirlo así.
-Podríamos decir que las fiestas son como una especie de astros en el firmamento que te van marcando el itinerario existencial…
Justamente así es en las sociedades tradicionales, porque en la sociedad contemporánea la gente vive totalmente independiente de la fiesta. ¿Qué es lo que ve el hombre contemporáneo en la fiesta? Ve el feriado. Nada más que la exención del trabajo. No ve la ofrenda, no ve la alegría de vivir, no ve la celebración. Por eso se piensa que se puede correr de día porque se concibe como pura suspensión del trabajo, pero no hay significado de la fiesta. Y sin fiesta, se empobrece la vida.
Miedos ¿a qué?
Como forma de inseguridad personal y obstáculo para la fiesta, los miedos nos impiden desarrollar y potenciar genuinamente nuestras capacidades humanas. Venciendo el ficticio “monstruo” de los miedos nos abrimos al pleno encuentro festivo con los demás. Dejarnos dominar por ellos implica quedarnos encerrados en un mundo de incomunicación.
¡Ojo con los aguafiestas!
Nada más incómodo que alguno de los participantes en una fiesta se obstine en utilizar máscaras y disfraces que intenten ocultar su modo se ser. O que intente desenvolverse en el ambiente sin confiar en la buena disposición de los demás. O que desee ser de algún otro modo, creando comportamientos artificiales que complican el natural acercamiento a esta persona. Dichos individuos son auténticos aguafiestas que enrarecen el ambiente del tranquilo compartir y disfrutar. En una fiesta no importa tanto el ser perfectos -lo cual es imposible- como el llevar con garbo nuestras limitaciones, contentos de ser como somos.
Lourdes FLAVIA FORCADA SANTIAGO DE CHILE
Revista RE castellano. Época 5, Num. 48. Pp. 13-15.