Las personas mayores –que ya han alcanzado la jubilación pero que se mantienen aún lúcidas– son conscientes de que han visto casi todo, lo han vivido y acumulado experiencias de toda índole: han amado –y también a veces odiado–; que han practicado el abanico de virtudes –y sus sombras, los vicios–; que han llegado a una cota de su vida de decantada sabiduría. ¡Ahora, gracias a todo ello, es cuando están más aptos para vivir y actuar en este mundo e incluso poder orientar y ayudar a los demás!

Todo esto es cierto. Pero aquí puede entrecruzarse una tentación: la de pensar que es una paradoja, un contrasentido, un absurdo, que precisamente en esta meta alcanzada y tan posiblemente fecunda, es cuando les acaece la muerte. La reacción es querer aferrarse a la vida bajo el grito: «¡si ahora es cuando uno es más útil que nunca a los demás, a la sociedad entera!»

Hay que vencer esta tentación y darse cuenta de que por todo ese bagaje luminoso acumulado a lo largo de tantos goces y sufrimientos, éxitos y frustraciones, amistades y soledades, es precisamente cuando todo ello sirve, más que para seguir viviendo –¿por qué acumular ya más?– sirve, repito, para abrirnos con hombría desde esta óptima y gozosa madurez, al gran interrogante, a la clara plenitud de otra luz.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
El Adelantado de Segovia, enero de 1988.
Diario de Sabadell, marzo de 1988.
La Montaña de San José, marzo de 1988.
Catalunya Cristiana, marzo de 1988.
Canfali, abril de 1988.
Ecos del Cidacos, agosto de 1988.
Revista RE NºX-XI

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