… la liturgia de esta semana. Y lo acabáis de oír: Dios tiene paciencia, Dios, por otra parte, nos está ayudando siempre, sólo depende de que abramos nuestro corazón para que los dones del Espíritu Santo se asienten, enraícen, florezcan, fructifiquen esos dones del Espíritu Santo. Y así como en estas ventanas en que ahora no hay más que el marco y entra el aire, la luz, pues si ponemos unos postigos y los cerramos, pues puede haber mucha luz afuera, mucho canto de pájaros, mucho viento suave…, no entrará. No es por falta de Dios que esté derramándose continuamente sobre nosotros. Y quizá tenemos nosotros también una intención de recibirle, vemos que es un gran tesoro, pero si cerramos los postigos, ni podrá entrar ni nosotros nos podremos saciar aun teniendo hambre. Hay que abrir las ventanas de par en par. En esa inauguración de esta capilla tan hermosa en lo que era la habitación de Tante, ¡es que aquí no pueden estar cerradas las ventanas porque no las hay!, han de estar de par en par abiertas, ¡qué bien!, lo cual no quiere decir que no haya también sus ventanas y sus postigos, ¡claro que sí!, que a veces viene el viento huracanado, el frío del invierno, animales dañinos, y entonces conviene cerrarlas, claro. Pero cuando hay sol y hay luz, hay que abrirlas. Y ahora, en esta inauguración, a los dones del Espíritu Santo en una fiesta tan hermosa de esta otra Tante que siempre hemos dicho en casa, ella, Dolores Arriola, y doña Mercedes Coma, no eran precisamente unas sub-tantes de casitas, de grupos: era más, era más. Quizá por eso mismo tuvo encargos tan difíciles. Es una co-tante llena de heroicidades, de méritos –como he dicho yo–, ¡qué hermoso es que hagamos sus 80 años en esa estancia de Tante abiertas de par en par las ventanas y los balcones, las puertas, ¡qué hermoso!
Porque ésa es la enseñanza que tenemos sacar, que cerramos a veces, no la puerta al mal, que muchas veces abrimos la ventana cuando lo que viene es el mal, y la cerramos cuando lo que viene es el Espíritu Santo. ¿En qué consisten estas ventanas, estos postigos? Muy sencillo: nuestra falta de humildad. Cuando una persona llega a una humildad profunda, llega a una humildad óntica en el nivel natural, y más allá todavía, más profundo, llega a una humildad aún más honda que la óntica, que es una humildad sobrenatural, que sabéis cuál es: darnos cuenta de que no éramos nosotros los que Dios deseaba. Porque Él hubiera deseado que la historia hubiera sido siempre un Reino de Dios lleno de amor del cual habrían nacido otros, que son los que Él soñaba, pero el pecado ha desviado el curso de la historia y hemos nacido nosotros, somos hijos del pecado; lo que pasa es que Él es tan bueno, es un abuelo tan bueno que se desvive, se desvivió con la Redención, se desvive enviándonos el Espíritu Santo para hacernos congruos –palabra un poco rara, pero tiene un valor técnico teológico–, para ser hijos suyos también, aunque no seamos los que Él hubiera deseado, reconociendo humildemente que nos ama y ha dado la vida por nosotros, sin ser aquéllos que Él esperaba, ésa es la más profunda humildad sobrenatural. Y entonces, claro, muchas veces muchas ventanas tienen postigos, pero tienen después los cristales; y si quitamos los postigos, ya entra la luz al quitarlos, ya entra la luz, ya soy humilde óntico. Entonces ya hay que quitar más cosas: estas ventanas de cristal para que entre entonces de verdad todo el Espíritu Santo, en fin, llegar a esta humildad sobrenatural más profunda, a la que no se puede llegar si no hemos llegado primero a la humildad óntica.
Os decía que este Evangelio es hermoso, lleno de esperanza, porque, aunque muchas veces cerremos los postigos, mientras entre alguna rendija de luz entre las tablas, o no hayamos puesto los pasadores de una manera total, sino poquito, haciendo así que se caen y se pueden abrir, Dios espera, siempre espera. Ojalá sintamos en nuestro corazón la primavera que nos ayude, que nos anime a abrir de par en par de verdad nuestro corazón, nuestra alma, nuestro espíritu, nuestra inteligencia, nuestra libertad, de par en par, al Espíritu Santo.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 18 de Julio de 1992 en el antiguo monasterio de las Jerónimas de Trujillo