Decía ayer – que ya celebré la Eucaristía de este domingo en un pueblo, San José de las Matas -, [Amar como Dios Padre nos ama] que estaba muy contento de estar celebrando allí y ver aquella iglesia, muy grande, llena de gente de todas las edades; y que qué hermoso hacía ver aquella iglesia llena de gente. Pero mira por dónde esta tarde estoy aquí con ustedes en una iglesia, en una ermita más chiquita, pero también llena de gente, mayores, adultos, jóvenes, y de ambos sexos.

Allí decía que veía una cosa que no me había ocurrido nunca, y era que celebraban la Eucaristía conmigo nada menos que cuatro diáconos. Eso no me había pasado nunca en toda mi vida. Un diácono, sí, ¡pero cuatro a la vez!

Es que en aquella diócesis hay muchas personas mayores que han sido ordenados de diáconos, y comparten su vida de familia -sus esposas, sus hijos- con una prestación que hacen en su tiempo libre al servicio de la Iglesia. No me había pasado nunca.

Pues hoy tendría yo que decir aquí que me alegro mucho de ver personas mayores, de ver tantos jóvenes, pero no me había pasado nunca ver una proporción tan grande de niños y de niñas, de muchachitos. También me alegra el corazón ver que, desde tan jóvenes, tan pequeños, empezáis ya con seriedad a caminar en pos de ese Pastor del que nos habla hoy el evangelio.

Cuando ayer recorrí Santo Domingo, que ya conocía de otras veces, pero no tanto como en esta vez en que he ido a las montañas…; y recorriendo ayer el camino de ida y de vuelta y de éste para llegar hasta aquí, donde no había estado nunca, en Cotuí, pues he quedado verdaderamente maravillado del paisaje tan hermoso que tenéis por todas partes, con estos valles, estos ríos, tanta vegetación verde de tantas clases de árboles, de pastos. ¡Qué hermoso!

Cuando hoy en el evangelio se nos dice que tenemos un Buen Pastor que nos llevará a verdes pastos -al Cielo-, mirad qué bonito que para explicarnos un poco cómo es el Cielo, nos dice que será como verdes pastos. O sea, con otras palabras, el Cielo será como Santo Domingo de bonito. ¡Qué bonito que escojan esta comparación para hablarnos nada menos que del Cielo, tan bonito como estos montes! Claro está que, en el Cielo, además de ser tan bonito -más todavía, claro-, pues todos los que estén allá ya son santos, porque todos hemos de llegar allí santos, y si no, no entramos. Es decir, que en nuestra vida de la tierra nos hemos de ir purificando de todo amor egoísta para poder llegar a eso, a ser santos, que significa amarnos los unos a los otros como Dios nos ama, es decir, con un amor absolutamente purificado de todo amor egoísta. Y ésa es nuestra labor mientras que estamos en este mundo, para poder pasar de estos verdes tan verdes, tan hermosos, a esos otros infinitos y sumamente bellos del Cielo. Esto es nuestro trabajo, nuestra tarea en este mundo, irnos purificando de nuestros egoísmos. Hemos de amarnos como Dios nos ama, porque Dios no tenía ninguna necesidad de nosotros. Nos ama porque quiere, con toda generosidad, sin egoísmo ninguno porque no nos necesita para nada. Pues así, amarnos unos a otros, con entrañas de Padre.

Los padres, como bien sabéis porque lo sois muchos de vosotros -si no, no estarían estos niños por aquí-, sabéis bien lo que es ser padre, madre, qué es amar a los hijos con toda generosidad, sacrificándose por ellos. Les habéis dado la vida y les dais todo: vuestro trabajo, vuestras horas, vuestras preocupaciones, y hasta cuando muráis les dejáis todo lo que tenéis en herencia. Y sin esperar nada, con generosidad. Porque se casarán, se irán…, y se lo dais todo.

Pues con estas entrañas de padre hemos de amarnos unos a otros, sin egoísmo, y por supuesto, sin envidias, sin rencores, sin ironías que hacen daño. No. Con una inmensa ternura. Así, como Dios nos ama. Y de este modo vosotros tendréis la suerte de poder pasar de esta belleza de vuestros campos, a estas praderas del Cielo, siempre abundantes, siempre verdes.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de  21 de Abril de 1991 en una ermita de Cotuí, en República Dominicana

Comparte esta publicación

Deja un comentario