Precisamente hoy por la mañana han llegado de Trujillo las personas que de ordinario viven allí. Y están emocionadas por haber podido llegar precisamente para asistir a este acto de acompañar a Carlos en estos momentos. También del monasterio de la Murtra están aquí; el breve tiempo que estuvo él allí, le asistieron, y Carlos eso lo recordaba con emoción, con gratitud también. Todos nosotros sentimos esta pérdida como algo muy nuestro, muy particularmente nuestro. Y estamos hoy aquí para aprender precisamente su lección, porque no somos dioses, entonces somos seres limitados, sólo Dios no tiene límite. Y nosotros tenemos límite en el espacio, yo no puedo abarcar todas las cosas con mis cortos brazos, ni puedo abarcar con mi mirada todo el mundo; y somos limitados en el tiempo: es de la esencia nuestra, de ser unos seres que no éramos, que podíamos no haber sido, que ahora somos, que estamos llamados a tener este límite de la muerte. Pues somos limitados de muchas cosas: estamos enfermos, de muchos modos limitados en nuestra inteligencia, unos más, otros menos, y limitados al final, que es la suma de todos nuestros límites, por esa gran frontera de la muerte. Y naturalmente la muerte nos puede llegar en cualquier momento; yo siempre digo que hay que dar una catequesis del bien morir desde que los niños tengan uso de razón, porque también se pueden morir, pueden tener un accidente, una enfermedad grave, cualquier cosa. Nos podemos morir en cualquier momento, y ésta es nuestra gran aventura en la vida: saber prepararnos para esta muerte, nuestra, intransferible, personal, que llega en un momento u otro, pero ciertamente llega en una manera indetenible.
Carlos nos ha dado una lección, porque él ha pasado ya esta frontera, y seguro que viendo tanto su buena voluntad en su corazón, en que todos nosotros estamos limitados y arrastrados por tantas cosas, seguro que Dios lo tendrá ya en su seno ahora. Recuerdo muchas conversaciones profundas con él allí en Trujillo. ¡Qué duda cabe que Dios lo tiene en su seno! Y nos da esta lección que hemos de aprender todos, que llega un momento en que también hemos de atravesar esa frontera, no importa la edad, no importa el sitio, ni el modo, ni el lugar, nada, siempre es el mismo común denominador. Sepamos pues, él, que era joven y que supo prepararse para esto, porque cuando le veíamos últimamente tan enfermo, tan tremendamente enfermo aquí en Barcelona en el hospital de Valle Hebrón de Barcelona, qué consciente era él de que realmente estaba en este lindero, un lindero que podía atravesar en cualquier momento; era consciente y no perdía la alegría a pesar de todo ello. Conscientemente, ya no en los últimos momentos, que quién sabe, pero con una antelación, con una visión cuando podía tenerla totalmente bajo su control mental de dominio de la situación, era consciente de este tremendo riesgo que él tenía, y lo afrontaba, como digo, con una sonrisa, y a veces con una broma. ¡Qué lección! Naturalmente cada uno tiene su propia muerte, y son muy distintas, pero como digo, hemos de saber recoger de cada uno, de cada uno de los seres que se nos van, hemos de saber recoger aquel capítulo de ese libro grande de saber morir, el capítulo que cada uno escribe y que todos juntos, cuánto nos van a servir de libro de texto para esa asignatura pendiente que tenemos todos. En ese sentido yo le quiero dar a Carlos las gracias, y pedirle también que desde el Cielo nos guíe en nuestra vida y nos guíe en nuestra muerte.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 21 de Diciembre de 1991 en el cementerio de Collserola, Barcelona