Nunca había visto unos magnetófonos sentados con tanta dignidad.

 

Bien. Pues estoy muy contento de haber podido llegar, si no el día 19, día de San José, sí en sus aledaños, el día 20. Dos días que, como sabéis, para mí son tan importantes por el aniversario de la ordenación ayer, [Se refiere a su ordenación presbiteral que fue en 1953] y aniversario de mi primera misa en honor de santa Eulalia, hoy, allí celebrada en las catacumbas de Priscila en Roma, una mártir de la misma época de santa Eulalia.

 

Como sabéis todos, los viajeros hemos llegado este mediodía, Dora, Iván, Alberto y yo, que nos encontramos en Nueva York procediendo de distintos sitios, pero allí estuvimos para emprender el regreso juntos. Y estamos aquí sin novedades después de este no corto viaje que hemos hecho por tantas partes, con tantos asuntos, con tantas gentes y con tanta alegría, también de ver nuevas vocaciones en aquellos lugares. Iván es un testimonio de ello hoy, que me alegra que en su primer día de estancia en Barcelona tenga esta ocasión de venir aquí nada menos que al sepulcro de santa Eulalia a celebrar la Eucaristía.

Santa Eulalia. ¡Quién nos lo iba a decir hace unos años que una santa prácticamente desconocida en América y en aquellos sitios, hoy es algo cotidiano, todo el mundo habla de santa Eulalia, todo el mundo habla de las Claraeulalias, y hasta hay una persona recién nacida, bautizada por mí que se llama Eulalio, el sobrino de Dora! De manera que ya, fijaos, santa Eulalia cómo va yendo de un lado para otro, y realmente protegiendo mucho y haciendo muchas cosas. Con lo cual se ratifica lo que ya os decía yo cuando he llegado, la importancia del papel de la mujer dentro de la Iglesia y como preparadora de todos los caminos. Las mujeres que en la sociedad hoy quieren llegar –y tienen razón– a una plenitud, a una igualdad de derechos, lo cual no quiere decir que tengan que ser igual que los hombres en todo –las mujeres son mujeres, los hombres son hombres, son diferentes–, pero sí una dignidad pareja, unos derechos por igual y una grandiosidad de seres humanos hijos de Dios redimidos por Cristo, llamados al Cielo y llenos de Espíritu Santo, pues claro que sí, exactamente igual.

 

Y este viaje de América, este viaje por tantas necesidades apostólicas que hay por allá, tanta escasez de sacerdotes y de seminaristas; en Norteamérica prácticamente no hay seminaristas, es tremendo. Los seminarios este año que viene, en octubre, algunos no tienen ni una vocación con que empezar el curso, no hay. Ahí es donde las mujeres tienen que suplir abriendo nuevos caminos, catequizando a la gente, haciendo obras apostólicas impresionantes para roturar los caminos y hacer que el día de mañana vuelvan a haber otra vez vocaciones masculinas al sacerdocio.

Me place esta providencia de Dios, diría yo, de ver presentes aquí en esta misa de recién llegados, a la hermanas de San José de la Montaña, que yo ayer pensé mucho en la fiesta de ellas allí tan grande, y dije: bueno, qué estarán haciendo, estarán ahora celebrando y tal, yo que soy un asiduo de estas fiestas y voy siempre, este año no he podido estar, y pensaba mucho, y mira por dónde me las encuentro hoy aquí sin proponérnoslo, y que veo que se han quedado a asistir, y que yo pediré por ellas, por sus intenciones de San José de la Montaña y sus intenciones personales.

 

Sí, nada más decir esto fruto de este viaje. La urgencia de que las mujeres cristianas en la Iglesia, religiosas, laicas, de agrupaciones apostólicas, etc., todas, sean un vendaval del Espíritu, que se lleven toda la hojarasca, todo el polvo, y en cambio dejen la atmósfera límpida, y a la vez este viento del Espíritu esparza semillas nuevas en todos los surcos de las almas de la gente para que penetre en ellos el Espíritu Santo con gracia eficaz, como dirían los teólogos, que no basta la gracia suficiente, sino eficaz, que realmente les mueva a llevar a acto toda la potencia que ya reciben con la gracia suficiente y necesaria. Más, este plus de gracia, que hace que se convierta realmente en una realidad. Cuando el joven rico en la parábola preguntó «¿qué tengo que hacer, maestro?», tenía gracia suficiente, gracia necesaria; estaba allí junto al Maestro, era un buen chico, excelente, había cumplido todos los preceptos de la ley, se interesaba por lo que predicaba Cristo –¿Qué tengo que hacer más? –, lo pregunta y Cristo le responde. Tenía toda la gracia suficiente para dar un paso adelante, convertirse al nuevo Reino de Dios. Le faltó ese plus de la aceptación de la gracia eficaz, que hace que la gracia suficiente no se quede en teoría, sino que pase a la práctica.

Pues que ese vendaval apostólico que las mujeres tienen que traer a la Iglesia, traiga esa gracia eficaz que haga que toda la gracia que recibe la gente, las vocaciones…, todo, que es suficiente, no se quede como la del joven rico sin llevarse a la práctica.

 

Para hacer mención al Evangelio que acabáis de oír, a Cristo le condenaban los fariseos porque decía a voz en grito que Dios era su Padre. Claro, aquí tiene dos vertientes. Era su Padre de una manera muy especial, pero hace una afirmación previa y general que nos la podemos aplicar a nosotros también: Dios es Padre, Dios tiene entrañas de Padre, Dios es bueno, nos ha creado precisamente para que como hijos podamos decir: este Padre es mío. No hemos de temer a Dios, porque Dios es nuestro. Y sabemos que para esto precisamente Dios nos ha creado, para que podamos decir: Dios es nuestro, para que Él sienta la alegría de poderse dar y que pueda haber unos seres que, llenos de amor, nosotros, digamos esto: Dios es nuestro. ¡Qué hermoso!

Pues bien, Cristo lo decía: Dios es Padre. Y tenían tal idea de un Dios infinito, sumamente poderoso, todopoderoso, omnisciente, etc., que les era difícil pensar que ese Dios Creador tan grande podía ser con entrañas de Padre, bondadoso, perdonador setenta veces siete, que nos abre el Cielo, las puertas de su casa, que nos espera, que nos manda a su Hijo para redimirnos y que sepamos el camino, que no ahorra nada para que lleguemos hasta Él, que nos aguarda siempre, que es fiel, que es leal a pesar de todo lo que podamos hacerle. Dios es Padre. Por eso tan elemental, por eso que es la quintaesencia de la Revelación de Cristo, que es el meollo más profundo del cristianismo, de ser cristiano –Dios es mi Padre, Dios que es Padre es mío–, pues por eso perseguían a Cristo. Ojalá que, si a nosotros alguna vez nos han de perseguir, no sea porque tenemos ambiciones que chocan con otras ambiciones, ansias de poder que chocan con otras ansias de poder, por vanidades, por mil cosas. No. Que si alguna vez nos han de perseguir sea sólo por esto, porque decimos también con Cristo: Dios es nuestro Padre.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 20 de Marzo de 1985 en la cripta de la catedral de Barcelona

Comparte esta publicación

Deja un comentario