Estamos comenzando este retiro de la Cuaresma. Un camino de preparación, este retiro, hacia la semana grande, la Semana Santa, el jueves, el viernes, el sábado, santos y el domingo de Resurrección. Este retiro que hacemos lo hacemos ahora con la Eucaristía, con esta homilía, con una conferencia que haremos después, y por la tarde continuará el retiro con otra conferencia y este vídeo tan maravilloso, que os recomiendo que veáis, de la madre Teresa de Calcuta allá en la India, y sus actividades. De manera que dos actos por la mañana y dos actos por la tarde.
La misa, que es lo que inaugura este retiro, toda ella entera es el signo sacramental de la Muerte y Resurrección de Cristo. En la Eucaristía Cristo está presente, su Cuerpo, su Sangre, su humanidad, su divinidad, su sacrificio de la Pasión y Muerte en cruz, y también presente en la gloria de su Resurrección.
Al final de la tarde, con este vídeo de la madre de Calcuta, también veréis juntas las dos cosas: el sufrimiento de tanta gente abandonada, sola; solos no solamente durante su vida de parias, sino solos también en el tránsito de la muerte, sólo sostenidos por la mano amiga, por el corazón que sufre de aquellas monjas de la madre Teresa. Y al final veremos este vídeo, el sumun de la caridad, cómo aquellas monjas tienen una vida interior que, cuando estas personas están expirando, encuentran ya el aliento seguro y la esperanza firme para que esta caridad que se les acerca sea como un mensaje de Resurrección.
Entre la Eucaristía y este vídeo habrá las dos conferencias. Bueno será que la primera la dediquemos más a la Muerte de Jesús, y la segunda más a la Resurrección de Jesús. Ahora en la Eucaristía vale la pena que nos atengamos al Evangelio de San Lucas que la liturgia pone en el día de hoy.
Con eso que nos explica con esta parábola de que el señor de la viña ve que esta higuera que está allá, en medio de la viña chupando de la tierra lo que necesita para vivir, para crecer, para hacer hojas, para estar ufana, pero que no da fruto. Y dice: hace tres años que vengo y no da fruto, córtala –le dice al que se encarga de la viña–. Y claro, el que se encarga de la viña, que va cada día allá, que conoce sus plantas, que quizás ha puesto un nombre a cada árbol de los que tiene allá en la viña, viña en que no solamente es viña, sino que es huerto también. Tiene árboles frutales, tiene una mezcla de cosas, y quizá le ha puesto nombre a cada árbol, también a la higuera. Y la ha llegado a querer por esta convivencia de cada día, de verla, de sentirla cercana, quizás algunas veces, aunque diga que la sombra de la higuera no es buena, pero porque hace tanto calor y uno se cuida tanto, y si tenía mucha hoja, pues también sería un alivio tumbarse uno un poco a sombra de la higuera cuando hace aquel calor tan grande en aquellas tierras. Le tiene un cierto cariño, y por eso intercede ante el señor de la viña: mira, ten un poco de paciencia, la cuidaré especialmente, la cavaré bien para que el agua, cuando llueva, venga y riegue, le pondré un abono, y espérate un año, a ver si con estos cuidados al fin da fruto, y quizá hasta dé fruto dos veces –ya sabéis que las higueras dan fruto dos veces al año–, espérate un año. Y el señor dice: bueno, esperaré un año.
El Señor de la viña del mundo viene y nos encuentra tantas veces que somos higueras que somos altas, frondosas dentro de la Iglesia, ufanas que nos creemos a lo mejor que somos árboles muy importantes, ocupamos mucho sitio, damos mucha sombra, tenemos muchas hojas y nos creemos que somos algo relevantes, importantes, gloriosos dentro de la viña del Señor; y damos frutos. Se lo puede preguntar a cada uno: si viene el Señor, ¿encontrará entre mis ramas, dentro de mi corazón, dentro del árbol de mis intenciones, encontrará muchos frutos?; o ¿son higueras muy pomposas sin dar obras buenas para los demás, que pueden saciar su hambre, que puedan encontrar aquel dulzor en su boca, en sus labios, de un fruto maduro? ¿Damos fruto, damos el fruto que espera el Señor después de que nos ha dado esta tierra del cristianismo donde hemos estado bautizados, con todas las gracias del Espíritu Santo, con tantas comuniones, con tantas veces que hemos oído comentar la palabra de Dios? ¿Hemos dado los frutos lógicos, los frutos que era justo que esperase el Señor de nosotros? O ¿tan pronto salen un poco por las ramas se marchitan, quedan raquíticos, porque somos egoístas, porque sólo miramos nuestros intereses, porque queremos que todo gire a nuestro alrededor, porque somos susceptibles y todo nos ofende, y no pensamos si no somos nosotros también los que incordiamos a los demás, los que los ofendemos? ¿Qué pasa, tenemos frutos?
¿Es justo que el Señor de la viña diga:
Esta higuera aquí que chupa tanto de la tierra arrebatando agua y sustancias buenas de ella que, ya que no sirve para nada, no sería mejor que las aprovechasen otros árboles; ¿Qué hace este árbol aquí, un árbol muerto que, a pesar de todos los cuidados que se han tenido con él, no da fruto? Córtalo.
Sería justo que Dios Padre dijese eso tantas veces, pero aquí está el viñador, aquí está Jesús que está encarnado y está entre nosotros y nos conoce uno a uno, y nos conoce por nuestro nombre:
Ten paciencia, ¡oh Padre!, yo regaré un año más esta higuera que se llama Ana, o María, o Margarita, o Elisa; yo la regaré con mi sangre, yo trabajaré a su alrededor para que la lluvia del cariño de las demás personas, de la ternura de los otros, las relaciones caritativas de muchos que la rodean, la hagan tomar conciencia y se deje llenar de esta agua viva de la caridad que los demás le tendrán a pesar de todo; y pondré nuevos abonos a la tierra hasta que el Espíritu Santo le suba por dentro de sus alrededores y de sus troncos y de sus ramas, a ver si así éstas saben abrirse para que puedan salir frutos; espérate un año, ¡espérate un año!, si dentro de un año esta higuera se niega a dar frutos, ¡qué le vamos a hacer!, ¡córtala entonces!, pero dale un año más de tregua, ¡un año al menos!
Ninguno de los que estamos aquí sabemos si tenemos todavía un año por delante, no lo sabemos; no es cuestión de edad eso de morirse, uno se muere en cualquier momento, más joven, más viejo, es igual; no sabemos si tenemos un año. ¡Aprovechemos cada día que todavía tengamos por delante, aprovechémoslo bien!, porque no es que el viñador Jesús no riegue con su sangre, no mueva nuestro entorno con tantas necesidades para ver si así nuestro corazón reparará un poco en caridad. No será por culpa de Él, sino al revés, que gracias a Él encontraremos a muchas personas que nos darán ejemplo. Y aprovechemos cada día para que el Espíritu Santo ciertamente suba vivo desde nuestro entorno, aprovechémoslo para dar fruto, porque ni siquiera sabemos si tendremos un año.
Ojalá que cuando vuelva el Señor de la viña, le podamos decir: ¿estás contento?, ¡ven, tengo unas ramas llenas de fruto!
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 2 de Marzo de 1986 en Obra Religiosa Social de la Compañía de la Virgen (ORS), Barcelona