Estamos celebrando este II domingo de Cuaresma camino de esta Resurrección de Cristo, preparándonos los ánimos para ese trance tan doloroso y tan glorioso, y alegre, como es, por una parte, la muerte, la pasión de Cristo, y la otra su Resurrección. Y, por otro lado, estamos en el año 86 -86, 87, 88, 89, 90, y diez más, quince-, a quince años del tercer milenio. Eso suena muy gordo, empezamos un milenio nuevo. Los que a principios de siglo -y hay todavía gente que nació a primeros del siglo, y tiene 86 años, Tante no está muy lejos-, pues bueno, decían -la palmera, esa palmera de aquí enfrente estuvo plantada en la noche del cambio de siglo [se refiere a la palmera que aún hoy sigue plantada en el jardín de la casa de General Vives, aunque acercada a la fachada delantera de la casa al hacerse la Ronda de Dalt, subterránea, que pasa por delante de la misma]-: ¡empezamos un nuevo siglo! Bueno, es que ahora, los que viváis dentro de quince años, todos, menos algunos, je, je…, pues diréis: empezamos un nuevo milenio. ¡Caramba, caramba!, esto no ocurre más que de mil años en mil años, claro. Muy serio.

 

Pues los hombres, ¡que Dios nos coja confesados! ¿Cuántos hombres estamos aquí ahora? ¡Uf!, pues fíjate tú, la cosa es muy grave, estamos tú y yo, Mario, ¿y quién más?, Andrés y José Ignacio. O sea, uno, dos tres, cuatro, cinco. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce. Fíjate, doce contra cinco. ¡Que nos coja confesados el tercer milenio! ¿Por qué? Porque nos tendremos que poner de rodillas antes las mujeres con las manos juntas, implorando perdón y misericordia. Prepárate, prepárate, sí, sí. ¿Por qué? Porque, como sabéis vosotros, hasta mediados del siglo pasado, los hombres vivían prepotentes, caballeros en un caballo dominante, y teniendo a las mujeres esclavizadas [hay un pequeño corte, pero parece que ahora dice: «porque se creía un semidiós»] porque él era el que tenía el secreto de la vida, portador de la vida, como el sembrador que sale a los campos y siembra los granos de trigo, y por, ¡ah!, eso después las cosechas…

Y las mujeres casi indignas de llamarse seres humanos, porque no portaban la vida, eran pura tierra. Recibían la semilla y nacían los hijos. Y si no había semilla, no había hijos. En cambio, el hombre era: ¡portador de la vida y de la semilla! Las mujeres -tontas de ellas- se lo creían, y así estaban de sometidas: nuestra condición, nuestra triste condición de mujeres ¡qué le vamos a hacer! Y así se sentían en todos los pueblos, en la China; en todos los pueblos mahometanos, ya sabéis, ¡qué barbaridades!

 

Pero, como digo, hace un siglo y medio, gracias al microscopio -que los hombres habrán dicho: por qué lo habremos inventado- se descubrió que eso no era verdad, que las mujeres tenían media semilla, y los hombres otra media. Que por lo tanto era falso tanta grandeza de los hombres, y falso que las mujeres no fueran seres humanos, cuando tenían media semilla igual que los hombres. Y esto armó la marimorena -y nunca mejor dicho, marimorena, tratándose de esa revolución femenina-. Empezaron aquí a chillar, a patalear, a arañar, a amenazar con la punta de sus paraguas, aquellas sufragistas inglesas -que siempre iban con paraguas-… Por ahí empezó todo el tinglado de la liberación de la mujer, del feminismo, etc.

Y bien, se ha llegado a este final de siglo en que las legislaciones y los hombres humildemente se han bajado del caballo, y han dicho: bueno, pues no queda más remedio que reconocer que las mujeres son tanto como los hombres, y los hombres tanto como las mujeres, seres humanos en plenitud y que los dos tenemos media semilla, y que por lo tanto hay que conceder a las mujeres los mismos derechos en la sociedad que tenemos los hombres.

Y bien, y cuando creíamos que las cosas estaban así y podíamos llegar pronto a firmar la paz entre hombres y mujeres a base de reconocerles todos los derechos igual que nosotros, los adelantos de la ciencia -que las ciencias avanzan que es una barbaridad, como decía el del chotis- pues nos han jugado una mala pasada, porque la mujer es mucho más que el hombre. Por dos razones. Una, porque la mujer es verdaderamente el arquetipo del ser humano. Y los hombres somos seres humanos contrahechos, jorobados, distorsionados, disminuidos; somos unos adefesios. Y la mujer, en cambio, es el prototipo del ser humano. ¿Por qué? Porque cuando un zigoto, es decir, cuando el óvulo fecundado por el espermatozoo, cuando ese óvulo recibe los 23 cromosomas que faltan a los 23 que sólo tiene, y sumados son 46, lo típico del género humano, entonces se pone en marcha a desarrollarse, ¡y siempre va a ser mujer! Es como un tren que sale de Barcelona, que dicen que siempre que sale un tren de Barcelona va a Madrid. Pero cuando ya ha hecho mucho camino, y dice el conductor del tren: ¡ay!, me han dado un sobre al salir para que lo mirara, voy a mirarlo, ¡ah carambas!, es que tengo un cromosoma «y» en la carga del tren, ¡mecachis!, eso resulta que quiere decir que no tengo que ir a Madrid, que tengo que ir a San Sebastián; bueno, pero ya me he pasado del cambio de agujas. Bueno, para el tren y vuelve para atrás, hasta Mollerussa, y en Mollerussa, cambio de agujas para San Sebastián. Pero, claro, eso quiere decir que durante mucho tiempo ese tren iba para mujer, llegó hasta Zaragoza, y se fabricó como mujer, y luego tuvo que deshacer esto y ser para hombre. Y, claro, ya en el hombre hay muchos residuos de mujer. Ya me diréis, ¿para qué queremos los pezones los hombres?, para nada; es un residuo de cuando los hombres éramos mujeres. El divertículo prostático, la próstata, es el útero atrofiado con un divertículo que a veces, cada mes, da un poco de sangre porque no está del todo atrofiado todavía; y se creen que es un cáncer, y no, es un residuo que no está del todo atrofiado de la mucosa del útero de la mujer que ahora es el divertículo prostático. O quedan todavía residuos en la cabeza de la bioquímica finísima, de la hipófisis.

Una mujer es una mujer en plenitud, y ya está. Y los hombres siempre tenemos restos de mujer en nuestra anatomía, en nuestra fisiología, en nuestra bioquímica, en nuestras hormonas, y que, si no están del todo bien atrofiados, hay esas molestias. O sea, somos distorsionados. Yo podía seguir por aquí con muchos ejemplos todavía de esto.

 

Y tercero, como la mujer iba para Madrid, le funcionan las dos partes del cerebro. Y, claro, es más rápida, es decir: ¡ay!, las mujeres llegan por intuición a lo que el hombre llega razonando con mucho trabajo. No, no, no es intuición, es que razonan a doble velocidad porque tiene dos motores y funcionan los dos, y llegan antes. Y el hombre dice: ¡bah, intuición, no han llegado razonando! Sí que han razonado, pero con doble velocidad.

Y al hombre nos funciona sólo una parte del cerebro, y eso tiene muchos inconvenientes.

Como veis, somos unos seres tarados, unos seres distorsionados, unos seres mal hechos. Eso lo da la biología.

Una mujer puede tener hijos ella sola, no necesita al hombre para nada, podía haber una Humanidad de mujeres, y se seguirían perpetuando; los hombres no, los hombres no podemos tener hijos sin mujeres.

Ya veis qué precario es ser hombre. ¡Claro!, pues si en este final de siglo, por la ciencia las mujeres se enteran de todo esto, pueden decir: entonces no es que seamos iguales, no, somos más, los hombres son una birria, ¿¡y cómo esos «birriosos» nos han tenido esclavizadas a nosotras tanto tiempo por esa equivocación que se habían fabricado ellos de que eran unos semidioses portadores de vida, cuando “ná de ná”, vaya, hasta podemos prescindir de ellos para transmitir la vida!?

 

Y entonces las mujeres cayeran en la tentación de sojuzgar a los hombres como esclavos, es decir, no más de lo que los hombres hemos tenido a las mujeres sojuzgadas como esclavas tantos milenios en tantos sitios, en todas partes haciéndoselo pasar mal, que las mujeres dijeran: pues ahora somos nosotras las que sí tenemos razón, porque somos más seres humanos que ellos –quizás ellos son seres humanos de segunda clase-, y vaya usted a saber si tienen alma o no -lo que nosotros decíamos de ellas-. Y querernos sojuzgar, y no sin falta de razón, porque somos evidentemente menos, y eso desde un punto de vista biológico. Y desde un punto de vista ético, dijeran: ya que nos lo han hecho pasar tan mal, pues ahora que lo purguen, ¡a la cárcel esclavos!, por lo menos tres mil años, después ya veremos, a lo mejor los indultamos un poco antes. Pueden caer en esta tentación.

 

Nosotros hemos de ponernos de rodillas, reconocer nuestros pecados, y decir: bueno, al fin y al cabo, yo, de todo lo que han hecho los hombres en este mundo no tengo la culpa, yo no era, por lo tanto, yo no tengo remordimientos, y vosotras tampoco. No tengamos resentimientos. Y ¡ay!, nos viene el realismo existencial tan oportuno para cogernos al él para salvarnos de la quema, y decir a las mujeres: no, colaboremos para un mundo mejor, porque ni vosotras tenéis culpa ni nosotros tampoco, nada de remordimientos, nada de resentimientos, y además nos hemos de alegrar de que las cosas hayan ido así porque, si no, ni nosotros ni nosotras existiríamos hoy; habría otros, pero no nosotros; por lo tanto un abrazo, borrón y cuenta nueva, y colaboremos para un mundo mejor. O sea que el realismo existencial es nuestra salvación. Yo no lo había escrito para eso, lo había escrito para otras muchas cosas, pero ¡qué bien, oh, qué maravilla haberlo escrito también para eso!, para lograr que las mujeres perdonen a los hombres y no se quieran vengar, y bien amigos, colaboren, ambos, para un mundo mejor. Pero hemos de trabajar mucho los hombres de aquí al tercer milenio para que las feministas éstas, furibundas y rabiosas, no se impongan a las demás mujeres y les hagan tomar un camino equivocado -no equivocado, de reconocimiento de su superioridad, porque eso lo es, hay que reconocerlo- de venganza, en vez de alegrarse de que la historia haya sido como haya sido, y sin resentimientos ni remordimientos ser amigos para un bien mejor.

Bien, pero supuesto que esto fuera llevado a buen puerto y la misericordia del corazón de las mujeres rebosara para no querer vengarse de los hombres, todavía queda otro gravísimo problema urgente que es: ¿Cuál es nuestro papel en la sociedad?

Cuando nos hemos tenido que apear de nuestro burro de soberbia de creer que éramos unos semidioses portadores de la vida, y ahora reconocemos humildemente que eso no es así, y que además ni siquiera tenemos tanta parte en los hijos, que es un 98 % de las mujeres y un 2 % de los hombres, que incluso ese 2 % se puede prescindir de él y no pasa nada… ¡Uf!, entonces, ¿Qué hemos de hacer, es decir, cuál es el papel del hombre en la Humanidad, qué hemos de hacer? Porque lo que hemos venido haciendo era un puro bluf  ¿Qué hemos de hacer? Y supuesto que nos perdonen, y supuesto que no seamos esclavos, y supuesto que nos dejen ser libres, y nos dejen tener iniciativas responsables y creatividad, bueno, pues hemos de empezar a ver qué es lo que creativamente vamos a iniciar de una manera espléndida de colaboración en la Humanidad desde nuestro ser hombres; y lo hemos de inventar. Y aquí es donde las mujeres nos han de ayudar también a encontrar nuestro verdadero papel… [aquí se corta la grabación]

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 23 de Febrero de 1986 en General Vives, Barcelona

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