Este año el tema es la ancianidad, una edad que aún es válida. Y realmente las aportaciones que han hecho los ponentes que han venido sobre esta cuestión es realmente interesante de ver, esta edad en que las personas pueden encontrarse en una etapa creadora y que lleva dentro una cantidad de valores fruto de la experiencia, del sufrimiento a lo largo de la vida, de tanto haberse sacrificado, de tanto haber amado, de tantas cosas que han pasado. Puede ser como el petróleo que ha necesitado tantos siglos bajo la tierra, y que en medio de un desierto es una riqueza inmensa. Pues las personas mayores tienen dentro de su experiencia, de su inteligencia unos pozos maravillosos de riqueza y en cantidad que, compartidos con los demás, pueden ser utilísimos a la sociedad. Si las personas mayores no existiesen, para el equilibrio de toda la sociedad habría que inventarlas, porque son una pieza completamente necesaria para un equilibrio de todas las personas.

 

Como muchos de los que han venido son de Norteamérica, son franceses que no entienden demasiado bien el catalán todavía, son de otras partes de la península, la homilía que voy a hacer ahora la pronuncio en lengua castellana.

 

En este domingo XXIX de la liturgia habéis oído las lecturas. Y ese trozo de Evangelio de San Lucas [18,1-8] nos presenta un Jesús que en esta parábola que nos dice está lleno de buen humor y de fina ironía. Hay que pensar que Jesús, el Verbo, se hizo hombre en todo menos en el pecado, nos dicen los teólogos. Ciertamente el buen humor y la fina ironía no son pecado, luego seguro que Jesús la tuvo en gran don. Él que supo llorar frente al amigo muerto, Lázaro, también supo reír contento, feliz, con sus apóstoles en tantas circunstancias, y no digamos en su vida de Nazaret. Recordáis que Él mismo lo dice: ¿Qué os pasa?, vino aquí Juan Bautista que predicaba el bautismo, la conversión y no lo hicisteis; vengo yo que estoy con la gente, que como, que bebo, que voy a Caná, donde hay una gran fiesta de boda, que hay baile y tal, y entonces tampoco os gusta, entonces ¿Qué queréis?

Bueno, no seamos nosotros como éstos, que no sepamos ver también la faceta de Jesús de alegría, de sonrisa, de buen humor. Porque este Evangelio es un testimonio de esto.

Cuando le dicen que hay que rezar, el responde con esa cosa tan divertida, que una mujer, llena de buena fe, que tenía fe incluso en un juez que era bastante inicuo, lleno de egoísmo, que buscaba su comodidad, su propio bien. Y a pesar de todo esta buena mujer le pedía, a pesar de todo, y esta mujer iba allí una vez y otra a pedir justicia por las cosas que le ocurrían. Y este juez, que no estaba atento a los intereses de la gente, pero dijo: voy a hacer justicia a esta mujer para que me deje en paz, porque si no, estará viniendo hoy y mañana…, y no me la podré sacar de encima, ¡qué molestia!, como una mosca que da vueltas; le haré justicia y así me deja en paz. Y le hizo justicia.

 

Entonces Jesús pone la conclusión: si vosotros rezáis con perseverancia, Dios no es como este juez, Dios os ama y Él tiene más ganas que vosotros de haceros justicia, de que vuestros deseos justos se cumplan; por lo tanto, vosotros rezad con perseverancia, porque veréis cómo Dios os escucha, porque es mucho mejor que este juez, lo hará cumplidamente.

 

Hasta ahí esa parábola, en que el juez hace justicia a esta mujer para que le deje en paz, hasta aquí es divertida, es de buen humor poner este ejemplo. Pero ahora viene la ironía, la última: está el juez, está la anciana, está Dios y estamos nosotros que le vamos a pedir a Dios. Dios no es como este juez, no, Dios va a oírnos enseguida, a la primera oración que le hagamos, nos va a escuchar. Pero la otra parte que somos nosotros, ¿seremos como esta viejecita, llena de fe, llena de buena intención, que lo que pide es bueno y no se cansa de pedirlo? Porque quizá queremos pedir a Dios, pero cuando el hijo del hombre venga, ¿creéis que encontrará fe en la tierra? ¿Habrá alguno de vosotros que sea como esta viejecita? Recordáis aquella limosna que aquella viejecita dio en el templo, que era poca cosa, quizá pasaba desapercibida, menospreciada, pero Jesús dice: ésta da todo lo que tiene y es más importante esta limosna… Pues bien, nos encontramos otra vez con esta viejecita de ejemplo. ¡Qué Evangelio tan oportuno cuando nosotros estamos reunidos aquí hablando de la ancianidad! Pues, ¿seréis como ella? Porque Dios está dispuesto a escucharnos enseguida. Pero ¿tendréis vosotros este mínimo grado de fe para hablar a Dios con confianza, abandono, humildad y amor como el de un niño que habla con su padre? Y fijaos que esta mujer tenía fe en un juez inicuo, pero que ese juez tendría que organizar de alguna manera su función, su profesión de juez. Tenía fe hasta en aquél que no era digno de que se le tuviera. Dios, no cabe duda, es dignísimo de que le tengamos. Y Cristo, con mucha ironía, nos pregunta: ¿y vosotros tendréis con Dios un poquitito de fe? Entonces claro, si no habláis a Dios con fe, Dios queda como maniatado para poder oír vuestras oraciones, no se cumplirán vuestros deseos, y encima achacaréis a Dios que Él no os oye, que Él tiene la culpa de que no se os haga justicia. ¡Qué tremenda ironía utiliza Jesús en la narración de este Evangelio!

 

Vosotros estáis aquí celebrando esta Eucaristía en el día del Señor para alegraros en este memorial. Esto sí que es digno, Él exige un poquito de fe. Orad en la Eucaristía que vuestra fe sea cada vez más honda, sincera, cada vez más grande en esta confianza en el Señor para que de verdad, sin necesidad de pedir muchas cosas, porque Dios os oye muy bien, hasta los más puros, profundos y rectos sentimientos de vuestro corazón.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de Octubre de 1983 en el Castillo de Les Gunyoles, Barcelona

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