Juan Miguel. – Yo quería comunicaros una cosa que he visto en un periódico de éstos que mandan unas hojas cristianas, los de ICIA, de éstos de formación hispanoamericana, que dice que el tema escogido por Juan Pablo II para la jornada mundial de la paz del año próximo, para el día 1 de enero, se concreta en el lema «si quieres la paz, respeta la conciencia de cada hombre». Me parece que el título es profundamente acertado, no sé si lo habéis visto, lo habéis comentado ya o no, pero creo que incide en un punto muy sagazmente y muy verdadero, si quieres la paz, respeta la conciencia de cada persona. Es uno de los puntos que además se puede advertir bien que es de los que insiste Juan Pablo II, el respeto a la libertad religiosa, el respeto a la conciencia de cada persona hasta en ese punto tan concreto de la libertad religiosa. Si se pusiera este lema en sentido contrario, redactado diciendo lo mismo pero con palabras contrarias, sería: el que no respeta la conciencia de los otros, ése es el que provoca violencia, y se ve claro; cuando a uno no sólo no le dejan hacer lo que a él le parece que tiene que hacer, sino ni siquiera en conciencia, la conciencia no se la dejan ser como él cree que tiene que ser su conciencia, es cuando mayor violencia se va acumulando en la persona. Si quieres la paz, respeta la conciencia de cada persona, de cada ser humano. Me parece que es estupendo, y nosotros que tratamos también de trabajar también mucho por la paz, no sólo como cristianos sino incluso en la misma casa en que tenemos todo un talante pacificador, reconciliador de las personas, de uno consigo mismo y de los demás, me pareció una hermosa cosa traerlo hoy a colación cuando, si observamos a Tante a la luz de esto que digo, no hacen falta más comentarios, realmente Tante fue una mujer pacificante, pacificadora, atenta a todo el mundo, y me parece que nadie puede decir, por lo menos la actuación que yo he visto de ella cercanamente, que se metiera en la conciencia de nadie, que no respetara la conciencia de nadie; enormemente discreta y enormemente confiadora de que cada uno en conciencia hará lo que tiene que hacer, nunca la vimos inquisidora o como estas personas que se te meten como un berbiquí a forzarte por dentro, a influenciar. Muy pacificadora. Si quieres la paz, respeta la conciencia de cada persona.

 

Alfredo. – Juan Miguel decía que me dejaba el Evangelio para que hiciera la homilía. Deseo enlazar al final lo que diga con esas palabras tan hermosas de Juan Miguel subrayando esta perspicacia sobrenatural tremenda de esta frase del papa.

 

El evangelio, qué nos cuenta. Que había aquel joven que deseaba seguir a Jesús, que deseaba todavía mejorar su vida, y que le pregunta: ¿Qué tengo que hacer? Y le dice Él: cumplir los mandamientos, lo sabes… Le hace un pequeño repaso Jesús, quizá de los más importantes, o de los que más podían fallar en aquella persona. Y él dice; bueno, ya me he esforzado, ya he superado eso y ya lo hago, ¿Qué más?

Me parece que ésa es la postura de entrada de todos nosotros, que somos cristianos y que además ahora queremos ser seguidores de Cristo, apóstoles, y estamos en esta postura. Y entonces nos dice: cumplid los mandamientos. Ya lo hacemos; vamos a misa, nos confesamos, deseamos cumplir con los preceptos y las reglas de la caridad, de las virtudes, etc. Ya lo hacemos, ¿Qué más?

Y no cabe duda de que, si ésta es nuestra actitud y ésta es nuestra pregunta, no cabe duda de que Dios nos va a responder. Y además ya nos ha dado su respuesta, aquí está escrita inspiradamente en los Evangelios para todos y para siempre. ¿Qué más?

Hay que ser pobre. Hay que ser pobre de lo que el hombre desea ser rico: quiere compañía continua, quiere ser influyente, quiere tener gloria…, ¡tantas cosas anidan en el corazón de los hombres, de los seres humanos, de todos y cada uno de nosotros y de vosotras! De esto hay que ser pobre. Porque si no somos pobres no entraremos en el Reino de los Cielos aquí en la tierra. En el otro, Dios sabrá cuáles son sus artimañas para que al final veamos la luz y hagamos una opción libre y gozosa ante tanta transparencia de Dios. Pero aquí, en el Reino de los Cielos que Él viene a implantar aquí, desde luego con estas riquezas interiores no se puede entrar; no se puede entrar en este nuevo paraíso, que es el Reino de los Cielos que Él deja implantado aquí, donde realmente se cumplen sus deseos de que nos amemos los unos a los otros como Él nos ama; donde nos quedamos cortos sin poder amar y por ello perdonar y olvidar las ofensas de los que no quieren ser amigos nuestros, sabiendo que es así la única, quizá, manera de que lleguen a serlo, amigos.

Y luego, precisamente por eso, porque nada nos separa de nadie, ser unos.

Pero si no entramos en este Reino, no podremos gozar de esos dones paradisíacos del nuevo paraíso que Cristo ha implantado ya en este mundo.

 

Veníamos diciendo hace poco, mientras subíamos para acá, que las Claraeulalias, que ayer estuvieron reunidas muchas y estuvimos hablando con el corazón en la mano, y deseando que sean mujeres cristianas, Claraeulaliencas y santas. Y habíamos dicho, y es lo que recordábamos esta tarde, que toda claraeulalia de un salto se tiene que poner –después de haber sido ya todo el esfuerzo de ser mujeres en plenitud de madurez y cristianas en madurez, y Claraeulalias también–, bueno, pues han de dar de un salto, se han de poner, han de sentirse, han de ser, realmente ser en María, viudas como María; es decir, tener la madurez de María viuda, participar de ella. Que no basta que una mujer de la acera de enfrente, o de quién sabe, se haya quedado viuda porque se le ha muerto el marido, y dice: soy viuda. ¡Bueno!, qué tiene que ver esa viudez con la viudez de María. Materialmente es viuda, pero formalmente, mientras no se cubra, cubra su viudez con la viudez de María, no es plenamente viuda. Y este salto lo tiene que dar toda mujer desde donde esté, desde la opción que haya tomado en su vida, o que la hayan colocado las circunstancias. Yo soy consiliario, bien lo sabéis, de ORS, Obra Religiosa Social, en que hay inscritas mil quinientas solteras, que son solteras porque no han tenido medio de casarse, porque seguramente ellas hubieran querido casarse todas, pero las circunstancias de la vida no lo han permitido, y entonces cuando ya se han decidido y han visto que se van a quedar solteras para vestir santos toda la vida, bueno, en vez de desesperarse o en vez de hacer majaderías, bueno, entonces dicen: bueno, a lo hecho pecho. Consagran su soltería a Dios en obras religiosas y sociales. Bien, pues unas están así en esta situación porque las circunstancias las ha llevado; otras hacen una opción de soltería porque quieren para seguir a Cristo. Bueno, en cualquier circunstancia han de dar un salto para no quedarse a medio camino y situarse viudas como María, viudas en María, participando de la viudez de María. Eso es muy serio. Y las viudas, ¡que se espabilen, eh!, porque si sólo se quedan siendo ridículamente viudas, de poco les va a servir su viudez: de desespero, de angustia, de estar desplazadas en la sociedad, etc., si no alcanzan además aquella viudez plenísima de María.

Las Claraeulalias han de dar ejemplo de esto. Han de dar ejemplo de esto porque, además, han de enseñar a todas las demás mujeres, niñas, solteras, casadas, viudas, a ser así: viudas como María.

 

Decíamos en casa que ¡claro que hay que enseñar a los niños el sacramento de la Unción de los enfermos, y del Viático!, porque morirse, se pueden morir igual los niños que los jóvenes, se puede morir cualquiera. La muerte es algo consustancial a nosotros, tanto, que nos podemos morir en cualquier momento, de cualquier causa; por lo tanto, hay que estar preparados. Los niños, así que tienen uso de razón, han de estar preparados para enfermar y para morir.

 

Habíamos dicho también que cuando dos personas se casan hay que preguntarles: bien, vosotros decís sí a querer estar casados, de acuerdo, pero ¿decís sí también a ser viudos? Porque fuera de un caso en que se mueran los dos juntos en un accidente, siempre se morirá uno antes que otro, y por lo tanto casarse significa decir sí a estar viudo. Y si dijera: no, yo digo sí a casado y no a ser viudo. Matrimonio nulo, ¡matrimonio nulo!, porque eso es una parte esencial del matrimonio.

Bueno, si eso lo decimos a los niños y lo decimos a los que se casan, claro está que hay que decirlo a todos, especialmente a las Claraeulalias, mujeres cristianas con ese estilo de fortaleza y de luz, para ser faro de los demás, y guía, ¡fuertes! Han de enraizarse, de entrada, de la viudez. Porque este ejemplo tiene que servir para que ya a las niñas, cuando tienen uso de razón, son adolescentes, ya entienden, a lo que hay que prepararlas, no es para casadas, o no es para que sepan ser unas buenas solteras si no se casan, o unas buenas consagradas a Dios; a lo que tiene la madre que prepararle antes que nada, es para ser una perfecta viuda como María, que es su faro, su guía, su punto, su alfa y su omega.

Y digo esto porque una mujer, solamente implantada en María al pie de la cruz, que no sólo es viuda, sino que pierde incluso su único apoyo que es Cristo, en esta madurez total de María; sólo desde aquí luego una mujer podrá hacer una buena opción, y podrá ser una cosa u otra. Os aseguro que, si no sabe ser un árbol bien fuerte como María al pie de la cruz, de tener asumida su viudez, no podrá ser luego, si hace la opción, ni buena esposa, ni buena monja, ni buena consagrada de Dios, ni buena soltera, porque no estará bien construido todo esto, estará en el aire si no construye en la roca de la madurez total de una mujer viuda, en plenitud, como María. Ésta es la roca.

 

Se me pasan por la cabeza multitud de ideas tan rápidas, que no las puedo seguir, y cuando he terminado de decir una, ya se me han escapado y no sé cómo decir otra. ¡Cuántas cosas habría que decir aquí!, en honor de Tante, que creo que nos dio un ejemplo de mujer viuda; y como María, sin hijos, sola. Pero precisamente, en esa viudez, María, y Tante que la sigue, es donde encuentra su pobreza, es la máxima pobreza, es la máxima ultimidad, es la máxima solitud. O sea que, en esta plenitud de viudez, es donde por fin se alcanzan esas plenitudes cristianas de la ultimidad y de la solitud, y de la total pobreza. Y claro, sólo desde aquí es como se puede atravesar entonces este muro y recibir la plenitud del Espíritu Santo en el corazón. Y entonces, en adelante, esa mujer nunca volverá a ser una Eva, siempre será la mujer nueva, que es María, para en el Reino de Dios, cada una según sus carismas del Espíritu Santo, del cual estará llena, pues obrará en consecuencia, y unas serán de una manera y otras serán de otra. Pero como no estén en esta situación de madurez, en esta pobreza y solitud y ultimidad, ¡es que son ricas!, y al ser ricas no entran en el Reino de los Cielos. Y entonces ¿qué? Seguirán siendo Evas. Si entran, son mujeres nuevas; son la mujer ésta que decía la primera lectura, esa mujer fuerte que aguanta toda la sociedad; porque ellas en María son figura de toda la Iglesia. Y toda esa primera lectura entonces –que el Viejo Testamento es profecía– aquí será ya realidad.

 

Pues bien, en recuerdo de Tante, que creo que dio tan buen ejemplo de viudez, y por ello de pobreza, de ultimidad –nunca quería ella tener privilegios–, de ultimidad, de solitud, ¡cuánta solitud ha pasado Tante en casa!, sin ni nosotros darnos cuenta de ello; sabiendo escuchar, no siendo nada inquisitiva, como decía Juan Miguel; y una prueba era que, más que preguntas, sólo escuchaba; y parecía como si las personas, al irle a hablar y vaciarse en ella, que no inquiría nada y respetaba tan delicadamente la conciencia de las gentes, de los que íbamos, parece que ya se solucionaban los problemas como por ensalmo. ¡Qué ejemplo nos ha dado cercano Tante de una mujer viuda absolutamente y sin hijos!

 

Pues que esos pensamientos que fluyen del Evangelio y de la primera lectura de hoy, sean para vosotras, para todos, un gran estímulo, un derrocharse el Espíritu Santo en vosotras para llamaros, como Cristo hace con este joven para que atraviese el muro y entre en el Reino de los Cielos.

 

Me parece que son unas palabras que nos las ha servido en bandeja la liturgia para honrar a María en la figura de Tante. Y Juan Miguel se tiene que ir de estar entre nosotros, con una cierta premura, porque tiene allí en Salamanca la inauguración del curso con un conjunto de viudas, de mujeres viudas. ¡Qué clarividencia de espíritu, qué fortaleza en su soledad y en sus necesidades, qué generosidad en acompañar al Colegio y a los colegiales, en hacer este coro de mujeres santas alrededor de Juan Miguel! ¡Qué maravilla! Pues que también Tante mande sobre esas otras viudas –que ha alcanzado [Tante] el participar de la viudez plena de María–, y cómo no, sobre todas vosotras, viudas por opción de caridad con María, pues todas las bendiciones del Cielo, un beso a cada una de vosotras en lo más profundo de nuestro corazón.

 

[Al final de la misa hace un colofón.]

 

Y como colofón a esta misa, recordáis que os decía en la homilía que revoloteaban por aquí muchas ideas, que cuando uno acaba de expresar una, se han volado, ya se han ido, dónde las pescas y coges para decirlas. Bueno, ahora en la misa, parece como si se hubieran serenado y puestas a descansar sobre un hilo de teléfono o sobre un poste. Y entonces puedes dibujar una y cogerla. Y es la que os quiero decir, porque creo que es un complemento hermoso de lo que os he dicho antes. Y sobre todo muy operativo, muy operativo para vosotras.

Decíamos que en la cruz, María –y Tante ha sido una buena imagen para nosotros de ello–, para que vosotras participéis de golpe, y lo repito porque había personas que no habían venido todavía, os situéis en esta viudez de María, plenitud, que es la única que os puede hacer llenar del Espíritu Santo, atravesar entonces esta linde del nuevo paraíso y ser mujeres nuevas, con todos los carismas. Pues una de las condiciones que decíamos era la solitud, era la ultimidad, era la pobreza; la pobreza de todos estos afanes que a una persona le atan y le impiden ser hombre nuevo. Y quería yo subrayar en esta pobreza y en esta soledad y ultimidad, un factor muy importante: libres de influencias. Y por supuesto: libres de querer influir. Esta idea era la que me revoloteaba porque era la que enlazaba perfectamente con el principio de la homilía, o de las homilías, que ha dicho Juan Miguel con aquella frase del papa, tan espléndida: la paz comienza por respetar la conciencia de los demás. Si no hay ese respeto…

 

Bueno, toda influencia es faltar a este respeto, es disminuir al otro, es robarle su libertad, la libertad de su juicio. Y por ende, por ello, le disminuimos su capacidad de poder amar de verdad, porque el amor, o es fruto de la libertad o no es nada. Sólo respetando a los demás y no dejándose influir de nadie. Es vano decir: ni de Dios, porque Dios es justamente Aquél que ciertamente no quiere influir nada en nosotros y nos ha hecho libres, y nos respeta la conciencia.

 

Bueno, yo ayer os insistía a vosotras: cada una, cada una –como decía también Pablo VI: el lugar de la mujer es de pie, al pie de la cruz–, cada una, esa firmeza, esa plenitud de María que decíamos antes; y cada una es cada una. Y, sin embargo, todas no sois islas, sino que todas tenéis que ser una, un solo corazón, una sola alma. ¿Cómo se puede lograr que cada una sea cada una, y al mismo tiempo todas sean un solo corazón, todas sean un solo grupo de Claraeulalias, cómo?

Primero siendo mujeres nuevas, llenas de Espíritu Santo, si no, ¿de qué, de qué? Ni podéis ser unas con las demás porque ni siquiera sois unas con vosotras mismas, porque estáis divididas en mil tendencias contradictorias. Atravesando ese muro llega el Espíritu Santo, y defendiendo esa unidad de toda influencia. Cada una podrá ser muy diferente de las demás, cada una es cada una. Respetándose mutuamente sin influencias de nada ni de nadie, ni de vosotras. Sólo así, en este respeto delicadísimo, de ni influir ni dejaros influir, que parece que eso es una paradoja porque parece que eso es lo que os separaría a unas de otras y os encerraría a cada una en sí misma, justo esto, en esa paradoja cristiana de la Gracia y del Espíritu, es lo único que puede hacer que seáis además una, un solo corazón, una sola voluntad, un cuerpo místico unido a Cristo; sólo si os liberáis de las influencias y no queréis influir. Y esto, podíamos decir, es como el poso que hay que arrojar de esta copa de riquezas, que ya se ha vaciado, y cuando se ha vaciado de todas las cosas, queda este poso que, si no nos damos cuenta, ahí está y lo impide todo, y hay que arrojarlo y limpiar bien la copa por dentro. Ni influir ni dejarse influir.

Y así, siendo unas de verdad, con plenitud de libertad y de responsabilidad, mira por dónde, sólo así podréis ser también una.

 

Y hago una pregunta. Tante era Tante. ¿Podéis decir que Tante se dejó influenciar de fulano, de mengana, de zutana, y Tante era de una manera, y luego por influencias era de otra, e iba un poco al pairo de las cosas que iban y venían, o de las modas, o de la última visita que recibía o de tal…? Tante siempre era Tante, con sus límites, con sus limitaciones, con sus virtudes, con sus genios, con sus limitaciones materiales, ¡pobrecita!, pero era siempre Tante. Nadie puede decir: fulanito la influía. No se dejaba influir, resbalaba. Era tan Tante, tan ella, que resbalaba. Y en consecuencia escuchaba, daba un buen consejo, pero no mandaba, no quería influir, y mucho menos mandar. Era ella. Y porque era ella, todos encontrábamos que al ir a ella éramos unos con ella, y se nos evaporaban los problemas y nos sentíamos a gusto. Más, cuando estábamos todos con ella, todos nos sentíamos a gusto. Era unificadora, era pacificadora, como decía Juan Miguel al principio.

Pues bien, si antes os decía: Tante, ejemplo de esa viudez de María, sola, sin hijos, además, pero sí fue fecunda porque era iglesia, era esa “esglesiola” [palabra catalana que significa «iglesia pequeña».] que formamos. También nos dio ejemplo de esta reciedumbre de que nadie influía en ella, ni ella lo pretendió hacer con otros. Y así era pacificadora y fuente de alegría.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 16 de Octubre de 1990 en Ámbito II

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