Después de los ejercicios tan pacíficos y tan alegres que hicimos en Begues -el día de Pentecostés en que yo no pude estar-, tenía muchos deseos de estar reunido con vosotros. Y pensaba que toda fiesta tiene su octava.
Me quedo muy sorprendido de que ni en la Hoja Diocesana ni en el Libro de Plegarias -hay plegarias para Ascensión, Pentecostés…- no haya plegarias para la Santísima Trinidad. En la Merced sí que han encontrado un libro en el que las había. En cambio, hoy, en ORS [asociación de solteras donde Alfredo celebraba misa muchos primeros domingos de mes durante el curso] no hay plegarias. Es curioso cómo no hacen plegarias para el día de la Santísima Trinidad.
Esta fiesta, octava de Pentecostés, es muy hermosa para reunirnos. Catalina, que lo sabía, ha tenido ocasión de poner muchas flores por la mañana, adornando la capilla muy hermosamente, con esa estampa de Pentecostés tan bonita, con esas rosas.
Hemos dicho de celebrar todos juntos el sacerdocio de Ignacio, que ha llegado hoy. Y, además, los siete años de miss Cottrell con nosotros.
Aquí estamos después de cenar amigablemente.
Creo que aquello que leísteis es algo muy serio para desarrollar. Tanto es así que, para el año que viene, ojalá con tiempo este año se preparen las correcciones que haya que hacer -pequeñas ampliaciones-, de cara a una segunda edición del Camino Pascual mejorando lo necesario. Si hoy hubiera ido Rosa [Deulofeu] a ORS, hubiera vendido 80 por lo menos. Muy cariñosas hubieran comprado mucho. Hay que guardar esta ficha de ORS para el año que viene. De aquí a un año se pueden vender, y así, por ejemplo, yo pienso enviar uno al Sr. Serra, a Antonio Barata, si es que no lo tiene ya. En este año se le puede dar salida, aunque haya que hacer una segunda edición mejorada.
Pero a la vez, habría que hacer un libro semejante y para el que nos podríamos reunir todos para hacerlo entre todos. Porque, por ejemplo, si hubiéramos tenido las ideas de Juan Huguet, alguna es estupenda para incorporarla, y hay que pensar en incorporarla quizá en la edición del año próximo.
Se podría hacer un libro entre todos de la carta magna, es decir, de Pentecostés. O sea, que, así como ése es de la Andadura Pascual, hacer otro sobre Pentecostés cogiendo, glosando y dibujando de otra manera -quién sabe si la misma Henao u otra persona- un libro parecido, pero de la carta magna de Pentecostés. Aquí tenemos esa secuencia que nos marca perfectamente cómo hemos de ser. Nos lo da hecho, el rompecabezas nos lo da ya perfectamente organizado. Creo que podría ser una obra buena y en colaboración.
Hoy, día de la Santísima Trinidad, he predicado en la Merced, he vuelto a predicar en ORS, y no es que haya dicho lo mismo, pero sí que son bastante complementarias las dos cosas.
Ahora yo pensaba deciros otro aspecto de esta fiesta de la Trinidad.
La fiesta de la Trinidad es la específica del cristiano. Es la punta de lanza. Porque que Dios, ese Dios que los filósofos ya veían -si no hubiera existido nada, nada habría-, … pues este algo al cual llamamos Dios, y en el que todos los filósofos del ser infinito empiezan a pensar -infinitamente feliz, omnipresente, omnisciente…-, nos hace ver que los filósofos se equivocan también, porque una persona infinitamente feliz contemplándose a sí mismo y despreocupada entonces porque no tiene necesidad de nada de este mundo…
Los judíos por la Revelación saben más e intuyen -está dicho en la Biblia- que es padre -con entrañas de padre- y con entrañas de madre, para acercar más todavía esa proyección de amor al pueblo escogido. Eso ya estaba dicho; que había que amarse unos a otros, pero no estaba dicho con la plenitud que Cristo dice, que es como Dios nos ama. Estaba ahí insinuado.
Ahora bien, el misterio de la Santísima Trinidad, con el Misterio de la Encarnación, que sólo se puede entender a la luz de la Santísima Trinidad, es tan punta de lanza que todavía la liturgia no ha llegado a madurar la tradición litúrgica de ese Misterio. Y la Santísima Trinidad de ahora es una fiesta añadida como el Corpus Christi, y que no tiene una madurez litúrgica grande, acabada. Es una de las cosas en que todavía 2.000 años son pocos para desarrollar litúrgicamente esta fiesta que es la punta de lanza de la Revelación.
Demostrar cómo es Dios en su intimidad, que eso, o nos lo dicen o no lo entenderíamos, ni se nos ocurriría.
Pero no sólo es un conocimiento teórico, un gusto de Dios de revelar a través de Jesús, del Espíritu Santo, que Él es así. No sólo es que Dios haya revelado eso para que nuestro intelecto esté satisfecho de saber algo más. No.
Lo revela porque eso es verdaderamente eficaz para nosotros, para nuestro desarrollo como seres humanos y como santos que hemos de ser llenos de Espíritu de Dios. Es algo que es ejemplar: que nosotros somos imagen de Dios y, por tanto, nos concierne ser trinitarios. Lo revela para que eso repercuta hondamente en nuestra vida.
Claro está que en la liturgia popular está la famosa devoción del trisagio de la Santísima Trinidad. Pero esa devoción popular, después de la reforma litúrgica, como otras, ha quedado amortecida, porque ¿Quién hace un trisagio a la Santísima Trinidad? Pero ¿con qué se sustituye esto? Hay un vacío de profundización vivencial y orante grande. Todavía la gente no reza mucho, aunque haya un Te Deum que lo recuerde, y que todas las oraciones se terminen en la misa dirigidas al Padre, con la intercesión de Cristo en el Espíritu Santo; y se reza el Gloria tantas veces. Pero todavía no cala en profundidad. Y tardará la Iglesia mil años más. Bien, paciencia.
Pero, lo que yo quería añadir hoy en esta reunión con vosotros es lo siguiente. Los santos Padres ya señalaban que cada uno de nosotros es imagen de Dios, por lo tanto, participamos de una unidad y de una trinidad. Es fácil aplicar la Trinidad cuando se trata de varias personas: en la familia -un padre, una madre, unos hijos que forman una unidad colectiva-, y en eso la Sagrada Familia es una imagen de la Trinidad, y puede haber muchas más imágenes de la Trinidad en la sociedad…
Pero no quiero yo ahora explanarme en este punto, no. Más fácil: ir al punto fuente de todo lo demás, y además más difícil, y es aplicar la Trinidad a nosotros, a cada uno en particular de nosotros.
Recordáis a los santos Padres -san Agustín, etc.- que dicen que nosotros somos imagen de la Trinidad porque siendo uno, tenemos memoria, tenemos entendimiento y tenemos voluntad. Vamos a ahondar en esa cuestión que es a lo que vamos.
Hemos dicho muchas veces en casa que realmente nosotros no debemos matar al niño que éramos y que seguimos llevando dentro. Que luego somos adultos, y eso es una fase de nuestra vida con una personalidad muy propia. Y luego somos ancianos. Esas tres facetas de la persona, esas tres personalidades de nuestra única persona, cuánto bueno es convocarlas a un diálogo. A que se encare el adulto con el niño y le diga: fíjate tú lo que pensabas, lo que soñabas para cuando fueras mayor; ahora yo soy mayor, ¿en cuánto te he defraudado, en cuánto no tenías razón?; porque no conocías la vida, las cosas como son, ¿no conocías la realidad?; en eso has fallado, yo me he dado cuenta y he obrado así; pero en cambio, en muchas intuiciones que tú tenías, o en deseos, yo he claudicado, he fallado… bien un diálogo entre el anciano y esas personalidades, o cuando entre esas dos primeras están fraguando, soñando la tercera, como soñarían Dios Padre y Dios Hijo expirar el Espíritu Santo.
Memoria, entendimiento y voluntad. Qué duda cabe que nuestra memoria es la que nos hace alcanzar a nuestra niñez, recordarnos.
Qué duda cabe que el adulto es el que descubre y entiende las cosas; es cuando el intelecto llega a su madurez. Por eso podía confrontarse con las intuiciones del niño y la experiencia del adulto.
Qué duda cabe también que el anciano ha de estar más allá de estas intuiciones, de esos conocimientos, para dejar obrar enteramente su corazón, su voluntad, su buena voluntad. En que ha de estar por encima de ello y asumiendo todo, haciendo penitencia de todo, amando a todos, incluso comprendiendo con misericordia los límites y las debilidades del niño y del adulto que es.
Este diálogo lo hemos dicho y expresado en aquellas Jornadas del Ámbito sobre el niño, las primeras, y lo hemos pensado muchas veces… Pero no sé si lo hemos practicado, si cada uno ha sabido utilizar esto, esta imagen trinitaria de Dios que es, para timonear bien la vida dando los golpes de timón que sean necesarios para encauzar nuestra vida a la santidad.
Lo que yo os quería decir especialmente es lo siguiente. Cuánto hemos insistido en Casa también, por activa, por pasiva, y a veces hasta cansándonos un poco con la insistencia -como con san Juan cuando era viejo y le pedían que explicara un poco, y él les decía que se amaran los unos a los otros como Dios nos ama; ellos se cansaban de oírle esto tantas veces; él les decía que allí está todo-. Pues también yo he insistido mucho porque aquí se origina todo, se arregla todo, se encauza todo, se encuentran energías para todo, … y es esa estancia en soledad y silencio con Dios Padre en la cartuja alta.
Pero Dios Padre es el origen de la Trinidad. Con Dios Padre hemos de aprender a ser trinos como Él lo fue. Venciendo nuestro egoísmo total como Él lo venció y no se quedó en el dios de Aristóteles contemplándose y siendo feliz y despreocupándose de la creación. Hemos de verlo todo con ojos de Dios Padre. Bien.
A lo largo de estos meses que han pasado, en el Área de Reflexión Teológica y en el de Realismo Pere Llaurens yo he estado hablando mes tras mes, excepto un mes que lo hizo Juan Miguel -muy bien, por cierto- acerca de la cartuja alta. Y queda un mes, este de junio todavía, en que tengo que hablar otra vez. Pero punto, no pienso seguir hablando de esto el curso que viene. Creo que con lo que se ha dicho, es mucho, y hay tela para rato si algún día se transcriben las cintas y tenéis ganas de leerlas, de meditarlas un poco y hacerlo carne de vuestra carne.
Un tema que voy a tratar este mes de junio es que una de las cosas buenas que se pueden hacer en la cartuja solitaria es ese diálogo a solas, en presencia de Dios Padre, en compañía de Dios Padre, de nuestra particular trinidad. Es un lugar óptimo. No puede ser en la cartuja media, ni en la baja. Es en la cartuja alta ese encontrarse solo, sustancialmente solo, pero, como Dios, amigablemente trino entre yo niño, yo adulto, y yo anciano. Y yo como anciano que soy -porque vosotros sois adultos-, ver en cuántas cosas, incluso como anciano, estoy traicionando las esperanzas, los deseos de niño, y cómo también las del adulto. Y cómo también sé comprender y perdonar las limitaciones de ellos. Y cómo dejarme interpelar por ellos sobre mis limitaciones de hoy, mías.
Una de las cosas que estoy haciendo ahora, y creo que en parte refleja un poco eso, es mis memorias, mi memoria. Y estoy haciendo este libro [El envés], que está pasando al ordenador Jesús con mucha dedicación que le agradezco, y yo diría hasta heroicidad, porque descifrar mi letra, ¡pobrecito! ¿verdad?, y todos los garabatos y flechas para acá y flechas para allá. Bueno pues él es testigo de que puede ser algo interesante estas memorias.
Naturalmente que esas memorias van entrelazadas no sólo con memorias -porque de poco serviría esto sólo-, sino que a la vez van ligadas a todos unos comentarios que son fruto de un entendimiento, intuiciones durante muchos años de tantos asuntos, de tantas cosas. Pero todo ha ido a parar a la ancianidad, de ser más humilde, más último que nunca, de comprender, de perdonar, de amar y de pedir perdón, si no para qué.
Esto es, dijéramos, una expresión literaria, plástica, de eso que estoy diciendo: qué lugar tan óptimo es la cartuja solitaria -que no la habéis tenido por mucho que lo hayamos hablado, qué poco la habéis hecho, qué fecundo para vosotros mismos es que lo hagáis; veréis que quedaréis entusiasmados, maravillados de lo fecundo que es ese diálogo del niño que fuisteis y el adulto que sois-; para planificar el adulto que sois, expirar el anciano que seréis. ¡Qué bueno!
Esta fiesta de la Santísima Trinidad nos ha de dar iluminación del Espíritu Santo, fuerzas, para además de las muchas cosas que hemos dicho que se pueden hacer en la cartuja solitaria a lo largo de las charlas de este año, añadáis esta: este diálogo sin vergüenza, sin pudor, sin hipocresías, sin quereros engañar el uno al otro; diálogo de cuando erais niños, cuando erais adolescentes, cuando empezabais una juventud, con vuestra posterior juventud madura y vuestra adultez. ¡Diálogo sin interpuestos, sin nadie entre medio, a solas, sabiendo que estáis cobijados por Dios!, ¡y planificad vuestra ancianidad! ¡Id expirando ese anciano que queréis ser, que queréis que sea, un hombre maravilloso, más allá y purificado de todos los defectos que hayáis podido tener o tengáis! Lo tenéis que parir ese anciano, que no está tan lejos, porque los mayores ya llegáis a la cincuentena, o ya la habéis pasado, como José Luis, como Juan Miguel. No estáis tan lejos ya, no os queda tanto tiempo ya para ir pariendo este anciano, que sea esplendoroso.
El ejemplo de Tante, que fue incluso esplendorosa en su decrepitud última, pero ¡carambas!, ¡Cuánto soñaría de niña, ¡Cuánto sufriría de mayor, etc., para parir después aquella anciana que se dejaba llevar tan dócil, tan entendiendo todo en profundidad que luego en una palabra podía un consejo por sí misma! Los escritos de Tante están allí enterrados y todavía no los hemos desenterrado más que poquitas cosas y ¡qué maravilla!, y allí está para que lo hagamos, y Dios verá cuándo nos da posibilidades para hacerlo, ¡qué tesoro! Mirad miss Cottrell aquí, ¡qué elegancia de espíritu, qué fidelidad, ¡qué deseo de estar con nosotros, siete años, qué docilidad, que no molesta nada, y con su presencia solamente! Y si Tante decía dos palabras, ella, con su inglés, ni siquiera las dice, pero con su presencia, su gesto, ¡qué bueno! El otro día en casa de los Alberto [Salvans], y en otros sitios que hemos estado, no ahora sino en otros años, ¡qué papel!
Bueno, ¿Qué anciano queremos nosotros ser, ¿cascarrabias, ancianos de ironías duras? Nos quedaremos solos si somos así. Yo contaba el otro día que para mí fue muy importante que, en un momento dado, en este principio de ancianidad que empezaba a tener hace años ya, creyendo yo hacer bien las cosas, las estaba haciendo de una manera y menos mal que me avisaron, y lo agradezco muchísimo a la providencia de Dios. Tuve ocasión de ver a dos tipos de ancianos. Uno solitario, y el otro, que podía no haber sido solitario porque tenía amigos y personas. Ambos eran solitarios porque por su manera de ser se habían quedado solos, ¡solos! Y uno sin medios, para más inri, además. El otro con medios, peor todavía, porque teniendo medios estaba solo. Y ahí está el aviso que agradezco a lo alto: si no cambias acabarás así. ¡Caramba!, caramba qué golpe de timón amigo mío. Yo no sé si lo habéis notado, pero el golpe de timón ha sido muy fuertemente. De manera que, si ahora soy un anciano tan defectuoso, como lo habría sido si no.
Pues este diálogo, ¡qué bueno es que lo tengáis a solas! Sólo en la cartuja alta se puede hacer, con sinceridad, sin hipocresías, sin quererse engañar. Con el joven que fuisteis, el adulto que sois y el anciano que seréis que también está vivo, está presente, está en vuestras entrañas; y éste puede decir que cuidado con lo que haces, que le condenas entonces a una postura, a una vida, a una cosa que no es la que él desea. Escuchad también los deseos de vuestro anciano. Sólo se puede hacer esto en la cartuja alta. ¡Qué gran tarea es hacer esto en esa cartuja alta!
Y luego, el Misterio de la Trinidad traspasa la cartuja alta, la cartuja media y la cartuja baja. Entonces en la cartuja media hay otro tipo de trinidad en que está Cristo encarnado, que lo tenemos aquí tan cerca, en el Sagrario. Entonces, de la docilidad, que no tiene nada que ver con la obediencia, porque la docilidad es una sintonía y resulta que las personas quieren lo mismo, y no porque se lo haya mandado alguien, sino porque el Espíritu Santo les da ese don que les hace atinar qué es lo mejor, y lo quieren y coinciden, sin necesidad de que se lo manden. ¡La docilidad! ¡Ojalá seamos dóciles con Cristo, totalmente transparentes! Entonces todos -Cristo y uno-, está expirando la comunidad. Y en ese sentido, todos a la vez somos segunda persona que produce la comunidad, y a la vez todos somos comunidad también respecto a cada uno de los demás. Pero esa trinidad viva la hemos de ir fraguando en Ntra. Sra. de la Paz y la Alegría, en nuestra vida como estamos ahora, como hemos cenado, como estamos por la mañana haciendo gimnasia, o desayunando…, ¡qué hermoso saber ser uno como Dios y yo y el Espíritu Santo somos uno! Aquí sí que puede haber un diálogo de corrección fraterna ayudándonos a expirar el Espíritu Santo.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 10 de Junio de 1990 en Barcelona