En este trozo de evangelio que acabamos de leer, que es de san Mateo, en que relata con mucha brevedad sin ninguna cosa superflua el encuentro de Jesús con este hombre llamado Mateo, sentado en el mostrador de los impuestos, y le dice: Sígueme. Esto, esta acción sobre este hombre que luego será un apóstol suyo, pues además está escrito por él mismo, según el evangelio de san Mateo. Se comprende que, por un poco de modestia, pues no se extienda en este pasaje con muchos detalles y muchas cosas, pero evidentemente tampoco lo puede silenciar porque es muy importante, no sólo para Mateo, que es importante para la historia de la Iglesia, y como signo de lo que representa.

Mateo se levantó y lo siguió.

 

Fijaos que este pasaje del Evangelio también está descrito por otros evangelistas, que añaden más detalles, porque como no son el propio que lo describe, añaden más detalles. Y uno de los detalles es que Mateo era bajito, [Creo que confunde a Mateo y Zaqueo.] y como no podía ver bien cuando pasaba Jesús porque tenía gente que se le ponían delante y no lo podía ver, se subió a un árbol para poderlo ver; y entonces Jesús, cuando junto al árbol vio a este hombre que con tantos deseos se había encaramado para verle, fue cuando le llamó. Esto de que era bajito Mateo no lo dice, de manera que se lo calla. No solamente es por modestia de no contar muchas cosas –sobre todo no le gustaría a lo mejor-, es que en aquellas alturas no conocían el realismo existencial: o era bajito, o no hubiera sido de ninguna manera. Esto también ocurre con san Lucas; en san Lucas hay dos pasajes del Evangelio cuando Jesús cura a la hemorroísa; y cuando lo cuenta otro que no es san Lucas, dice: esta pobre mujer que había gastado todos sus dineros visitando tantos médicos y nadie la había curado y se había arruinado detrás de los médicos. Y san Lucas describe eso, él que es médico, y dice: aquella mujer padecía… Lucas silencia enteramente que había ido a muchos médicos, que éstos habían fracasado y, sobre todo, que le habían cobrado los cuartos. No dice nada san Lucas de esto. Todavía le queda un poco de afecto sindical, de hermandad de profesión, etc.

 

Y cuenta que estando en la mesa, se levantó y lo siguió. Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.

También es bonito ver eso. Mateo –le dice Jesús-, voy a cenar a tu casa. Realmente para muchas amas de casa, que de una manera improvisada se presente un invitado que no había avisado, no le esperaban, les provoca de momento una reacción de, ¡hombre, me coge a mí ahora sin tener nada preparado, quizá no tengo compra bastante, quizás eso se avisa! Y no sólo Jesús, sino que Jesús –y eso es muy oriental- va con sus acompañantes; de manera que se presenta en casa de Zaqueo de golpe, sin avisar. [Ojo, aquí está confundiendo a Mateo y Zaqueo.] Jesús se presenta con sus discípulos, no dicen cuántos; no serían tantos porque todavía Mateo no es apóstol. O sea, sería bastante al principio, algunos habría, siete, ocho, ¡quién sabe!, nueve; algunos, porque después también le critican los fariseos -o sea ya tiene un renombre-, y le critican diciéndole “él y sus discípulos”, o sea que no son uno ni dos, sino que serían un grupito.

 

Aquí no nos dice quién cuidaba de la casa de Mateo. La tradición es que todos los apóstoles estaban casados, menos Juan, y luego menos Pablo. En casa de Pedro, a lo mejor estaba viudo Pedro y era la suegra de Pedro la que allí organizó la cena cuando fue Jesús, estaba enferma, se curó, se levantó y organizó la cena. Aquí no lo dice. Es de sobreentender que sería la mujer de Mateo. ¡Qué dato de caseidad! Una mujer que es casa ella, y ella está en su casa, y ella está en su casa donde esté; o que tenga a su cuidado una casa de Nuestra Señora de la Alegría o tal, un dato de la caseidad es estar siempre preparado para recibir a un invitado, o diez, y sin avisar. Es decir, esto es un factor de la caseidad; siempre tiene que haber unas reservas en la casa que sean unas conservas, unos potes, algo, siempre algo, porque si viene alguien… En Suiza hay los refugios atómicos, o sea, que obligan a cada casa a tener el refugio debajo, y obligan a todos los suizos a tener comida para quince días para toda la familia abajo; y claro, al cabo de un mes renuevan, van renovando las provisiones; y los suizos, esos alimentos que han comprado y que han estado un mes retenidos en la casa, aunque todavía estén buenos y aunque todavía no hayan caducado, los sacan y ponen nuevos; y ésos en general los envían al tercer mundo, de manera que eso es una aportación muy grande que hace Suiza de alimentos al tercer mundo. Yo no digo que en las casas cada quince días haya que renovar las reservas para los invitados y darlas. No, pero se comen, la familia las come si es necesario, y entonces se ponen otras antes de que pase el tiempo.

Siempre, nunca una mujer tiene que pestañear si viene un invitado de golpe, y aunque vengan siete. Eso es algo esencial de la caseidad.

 

Se sentó a la mesa Jesús, sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos. Estos fariseos no estarían sentados a la mesa, pero en aquellas casas a lo mejor, como hace buen tiempo, pues si venían muchos invitados, dentro de la casa no cabían, y entonces pondrían unas maderas, unos bancos y lo pondrían en la calle; y claro, un banquete siempre es un espectáculo, y los fariseos, que seguían a Jesús pues verían lo que pasaba. Y preguntan a los discípulos. A Él no se atreven, quizá porque lo ven que estaba en charla con las personas de la casa, con Zaqueo, con su mujer, quizá con sus hijos; y entonces preguntan a sus discípulos: ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores? Ellos son fariseos; los publicanos eran precisamente estos hombres públicos. Es decir, ¿Cómo come con hombres funcionarios del Estado, de la función pública –funcionarios del Estado, y del Estado romano-, y con pecadores? Porque si Zaqueo, parece, había convidado también a alguno de sus amigos, que serían de su ralea, eran pecadores precisamente por estar colaborando con el Imperio. Pecadores. Y Jesús, que por muy atareado que estuviera atendiendo a unos y a otros, lo oyó, y dijo: no tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Esto es cuando ahora se empieza a estudiar, y han salido tres o cuatro libros interesantes sobre el humor en la Biblia, el humor de Jesús. Nosotros hicimos, recordáis, una Cena Hora Europea sobre el humor, e incluso invitamos –aquí no me acuerdo, pero en Salamanca sí-, a catedráticos de la Pontificia, a un joven profesor y otros, que también se sumaban a esa cena diciendo: el humor es bueno, y, además, ¡Cuánto humor hay en la Biblia! Y nos citaban libros.

 

Pues éste es uno de los pasajes, porque cuando los fariseos preguntan esto, Jesús les contesta que no son los sanos los que llaman al médico, sino los enfermos. Naturalmente, vosotros os creéis sanos –fariseo quiere decir eso, santo, el que lo cumple todo-, bueno, pues no hace falta que yo vaya a vuestra casa, porque si yo soy médico, vosotros estáis sanos y no hace falta. En cambio, éstos que son publicanos y son pecadores, son los enfermos, lógico es que yo vaya a casa de los enfermos, ¿de qué os quejáis?

 

Es una broma enorme, porque Zaqueo, que se acaba de convertir, que está dispuesto a devolver todo lo que ha defraudado a la gente – ¡ojalá hicieran esto los de Hacienda de ahora! -, y además cinco veces más, y repartir la mitad de sus riquezas con los pobres: éste es el santo. Y los que van allí amigos suyos, que se alegran de que Jesús vaya, ésos son santos. ¿Quiénes son los pecadores llenos de envidia, llenos de soberbia, llenos de falta de misericordia? Los fariseos. Pero Jesús les toma el pelo: ¿de qué me criticáis que yo venga a casa de los enfermos? Andad –les dijo a los fariseos-, aprended lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios”. O sea, que después de gastarles aquella broma, que se quedarían así desconcertados, luego les sienta cátedra: andad, iros de aquí, dejadnos tranquilos, iros, andad, y aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios; vosotros creéis que con sacrificios ya sois santos, no, se es santo teniendo misericordia; éstos, que están dispuestos a dar la mitad de lo que tienen a los pobres, de resarcir lo que habían defraudado, y que me acogen con gozo, éstos son los que practican misericordia y por eso se les perdona los pecados …

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 2 de Julio de 1988 en General Vives, Barcelona

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