"<yoastmark

Durante estos primeros quince años del tercer milenio, la ciencia y la tecnología han dado saltos cualitativos en la información y posibilidad de intervención sobre el ser humano.

Aportan datos e instrumentos que permiten no sólo conocer, sino también modelar a voluntad algunos aspectos de su genética, la definición de su sexo y ciertas funciones cerebrales que marcan su memoria o sus estados de ánimo.

Sólo tres ejemplos. La descripción secuencial del genoma humano, completado en 2003, ha abierto nuevos caminos a la prevención y curación de enfermedades, aunque también pueda implicar la eugenesia o la clonación.

Los avances de la neurociencia y la cibernética posibilitan ya implantes digitales en el cuerpo –en particular en el cerebro- para suplir deficiencias o lesiones. Esto hace presente la imagen de los “ciborgs” (híbridos de humano y máquina), que pertenecía a la ciencia ficción. Y este proceso no se detendrá. Las células madre permitirán regenerar tejidos y hasta órganos de la propia persona sin trasplantes.

Pues bien. Si por una parte estamos siendo cuestionados por esos avances, por otra presenciamos estupefactos cómo la barbarie intenta ganar terreno en algunos lugares del planeta. Los fundamentalismos de matriz islámica, la violencia por pobreza, diferencias políticas o fruto de carteles en pugna, que asesinan inocentes sin ningún tipo de freno, nos recuerdan que aún falta mucho camino por recorrer para que la vida de las personas sea respetada y custodiada.

Las posibilidades y riesgos que se abren ante nosotros provocan pasmo e interpelan nuestra postura personal y social. No podemos contentarnos con antiguas y vagas ideas sobre lo que es y lo que debería suceder. Urgen debates serios e informados en todos los sectores sociales para generar leyes, ética y hasta bases filosóficas adecuadas que apoyen una sociedad corresponsable ante estos desafíos, que no vaya arrastrada por los intereses y ambiciones de unos pocos.

Surge entonces, acuciante y renovada, la eterna pregunta del hombre ante sí mismo: ¿quiénes somos? ¿Qué nos hace humanos? ¿Cuál es el conocimiento que realmente nos ayudará a que cada persona pueda vivir dignamente?

La Universitas Albertiana asume ese desafío y avanza en el estudio humilde y esperanzado del ser humano. Primero, acogiendo a cada persona en su individualidad irrepetible, profundizando luego en su conocimiento con ayuda de las ciencias, con espacios de diálogo y debate a todos los niveles.

Sí. El conocimiento no es aséptico. Para conocer auténticamente a un ser humano, primero hay que acogerlo con respeto y buena querencia. ¿Y cómo sabemos que es digno de ese primer grado de amor? Porque existe. ¡Existe realmente!

Leticia Soberón Mainero

Comparte esta publicación

Deja un comentario