Es abismal el cambio realizado en los medios de comunicación en los últimos cien años. Desde el pregonero que a voz en grito comunicaba las noticias publicadas en los ayuntamientos y en las iglesias, hasta un amplio recorrido de novedades técnicas: la prensa escrita, la radio, la televisión, etc. y ahora las redes sociales. Todos influyen en la opinión tanto en positivo como en negativo. Los medios clásicos han sufrido épocas de censura institucional por motivos políticos, religiosos o militares entre otros, en que el comunicador se debe al dueño del medio –público o privado– que tiene sus controles más o menos decisorios, para responder según la ideología que hay detrás.
Con los Colegios de Periodistas han aparecido los códigos de ética profesional que son profundamente útiles para responder a la veracidad de las noticias o pensamiento de quienes redactan artículos de opinión. Quizás el sector radiofónico y el de las tertulias son más difíciles de controlar. Cabe constatar que este género comunicativo es un potente reflejo de la diversidad de opiniones sobre un determinado tema. Estos son tratados por los llamados «expertos», a pesar de no ser expertos en todo.
Es sorprendente la manipulación de noticias científicas, por ejemplo en el mundo farmacéutico para potenciar un producto determinado que a veces crea falsas expectativas, porque todavía no se ha probado su eficacia y todavía está en una fase puramente experimental. Además, muchos productos cosméticos o de perfumería, a partir de campañas de marketing, convencen a los futuros clientes basándose únicamente en la presentación del producto. Por no hablar de muchas noticias del ámbito económico dirigidas a hacer ver que la situación es de una manera cuando en realidad es de otra. O bien, noticias falsas sobre guerras a fin de debilitar al enemigo. También las críticas en el mundo del arte, del teatro, de la música y del cine, a veces son tan subjetivas que pueden hundir una obra que para otros puede ser válida, y así podríamos enumerar muchos otros casos. Quizás si tienen autor o autores, se puede replicar, estar en desacuerdo e incluso se puede recurrir a la justicia.
En los últimos años ha surgido el fenómeno de la comunicación a través de las redes sociales con distintas plataformas digitales (Facebook, Youtube, WhatsApp, WeChat, Skype, Linkendin, Twitter, Instagram, etc.), donde predomina el anonimato y cualquier ciudadano tiene acceso. Desde estas redes se puede escribir, presentar imágenes, etc. que refuerzan o inventan intereses personales o de grupo donde una noticia o un comentario pueden ser erróneos y fácilmente pasan del emisor a un receptor y desde éste a otros, todo ello con facilidad y rapidez. En esta transmisión de información, comentarios e imágenes a veces utilizan fórmulas subliminales que también actúan en el receptor. Del anonimato es propia la irresponsabilidad. También se utilizan los seudónimos y textos manipulados. Es obvio que se trata de una verdadera deformación de la verdad que puede tener graves consecuencias. Veamos algunos casos: la manipulación de los temas religiosos cristianos, no digamos los que van dirigidos al desprestigio de los eclesiásticos, grupos religiosos o la misma jerarquía, y lo mismo ocurre con otras confesiones. Un estudio reciente, financiado por distintos grupos de marketing, ha comprobado que en el caso de la elección del presidente Trump y de su contrincante Clinton muchas de las noticias eran falsas. También se ha comprobado sobre el Brexit que algunas de las noticias sobre el permanecer o salir de la Unión Europea eran manipuladas especialmente a través de las redes sociales. Utilizarlas es una forma eficaz porque las opiniones no se contrastan antes de publicarlas, y además se cuenta con la fuerza de la inmediatez. Ciertamente con tiempo, se puede conocer la procedencia de las mentiras, pero en la red ya quedan colgadas para siempre y de poco sirve desmentirlas.
Es necesario reclamar un sentido común indispensable que sea verdaderamente ético para cualquier tipo de comunicación. El respeto y el honor hacia los demás son fundamentales y también es de justicia.
Josep M. Forcada Casanovas