Es un tópico –pero muy real– que, en gran medida, los benedictinos han contribuido a hacer Europa. Desde el siglo VII, este Continente se iba poblando de monasterios que luego, como avanzadillas, se desplegaban en forma de abanico hacia el Norte, desde Inglaterra a Polonia, llegando a los Países Escandinavos.

A los habitantes de los alrededores de todos esos monasterios, los monjes les enseñaban maneras nuevas de cultivar la tierra y hasta nuevos cultivos; llevaron la vid por amplios márgenes del Rin; fabricaban licores con misteriosas combinaciones de hierbas, etc. A su vera, montaban Escuelas germen de cultura. Convertían a la gente al cristianismo; les adentraban en el esplendor significante de la liturgia. La música gregoriana, bien medida, domesticaba a aquellos bárbaros. Y todo se hacía con una extrema y pulcra «puntualidad». El toque de campana obligaba al monje amanuense a dejar incluso una letra a medio hacer, para andar apresurado por los claustros, camino de aquello a lo que el tañido le convocaba.

Así, de día y de noche, en su perpetuo «ora et labora». Enseñaron a Europa una mística de trabajo y puntualidad. Y así siguen los genuinos europeos por doquier. También en la Europa del Este. Pero Andalucía y gran parte de Extremadura son otra cosa; también Murcia y medio Valencia. En ellas no hubo Alto Medioevo.

La pícara comercialidad de los fenicios, la luminosa y lúdica cultura helénica y la placentera, endiosada y pragmática civilización romana, se juntaron con la multicolor, poética, apasionada y sensual cultura musulmana. En estas tierras del Sur, no hay románico, apenas gótico, no hay abadías ni antiguos monasterios. Si hay alguno, queda en sus lindes.

En este mosaico de muladíes, mozárabes y moriscos, llega sí, el Renacimiento y el salto a América de estas gentes extremeñas, andaluzas y barrocas. Llevan al Nuevo Continente su soleada alegría de vivir y su vital ignorancia de la puntualidad. ¿Qué es ésta si el sol sale cada día en un momento diferente o si los meses son desiguales –¡ay, febrerillo el loco!– y si los años no son todos de la misma cantidad de días? En invierno las noches son largas, largas, y en julio, en cambio, el día parece no acabarse…

Los conquistadores tenían un ritmo del alma más ecológico que racional y cronometrado.

Las famosas palabras mexicanas «ahorita» y «ahoritita» que dan segura esperanza –pero al margen de toda previsión exacta de la duración de la espera–, ciertamente no tienen nada que ver ni con la puntual románica-gótica Europa, ni con Descartes ni con la posterior angustia existencial. Estos rumorosos adverbios son puro sol, placer distendido, charla humana. Son, ya, más conlumbrada eternidad que tiempo esclavizante.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Ancora, abril de 1986.
Igualada, abril de 1986.
La Crónica de Suria, abril de 1986.
Diario de Sabadell, mayo de 1986.
La Crónica de Mataro, mayo de 1986.
Catalunya Cristiana, mayo de 1986.
Canfali, mayo de 1986.
La Montaña de San José, julio-agosto de 1986.
Villanova del Camí, marzo de 1987.
Diario de Ávila, mayo de 1988.
Periòdic de L’Anoia, abril

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