El mar azul con espumas blancas, bajo un cielo azul… Esta es la imagen maravillosa que sentimos cuando, nostálgicos, queremos soñar con el mar. Invita a la evasión; a gozar de una belleza decantada, casi abstracta. Lugar misterioso de mitologías poéticas. Incitador a la aventura; a desear las otras orillas desconocidas mucho más allá de todo horizonte. Nos parece que el mar debe ser un lugar privilegiado para lograr la anhelada lejanía de la tierra y sus tumultos; y hallar mejor, en cambio, la cercanía de las personas que comparten una ruta, una vocación, un destino.

¿Es así, en realidad, esa realidad del mar? Se habla hoy, que la vida de los hombres del mar está enferma. Fuerzas invisibles destruyen aquel cuadro armonioso.

Los marinos se quejan de que sus cambiantes rumbos, les obligan a insertarse en otras tripulaciones, lo que les impide alcanzar verdaderas amistades. Se llega, a lo sumo, a un buen compañerismo pero saben que, más o menos pronto, cada uno seguirá muy distintas vidas. Los transatlánticos que eran, ellos sí, una cosa imponente, han quedado reducidos a juguetes de recreo para cruceros. La epopeya de la pesca se ha ido industrializando y hasta congelizado dentro de los mismos barcos. Los petroleros, monstruos sin corazón, monótonamente, van ensuciando las aguas.

La grandiosidad sobrehumana del mar se ha quedado frivolizada en unas costas tantas veces de mero turismo. Muchos mares tienen envenenada su ecología. Pero aún ésto no es lo peor. Mil injusticias modernas se abaten sobre los hombres del mar y los corroen. Estructuras de explotación nacidas en la tierra, han desembocado también como cloacas en calas de pescadores, puertos y hasta en las lontananzas de fletes, banderas de conveniencia… La economía mundial esclaviza con frecuencia al mar; y a la vez, las mejores especies de habitantes marinos se ven tan peligrosamente diezmadas, que aumenta aún más la sorpresa de sus ojos siempre sorprendidos.

¿Para qué nos va a servir el mar? Antes, esta llanura azul, arada de espumas y sin montaña, era amplio camino de cultura y comunión humana. Hoy, los hombres del mar, parecen tristes como perdida su identidad e ilusión. Se sienten apuñalados por los mismos submarinos, que cual agujas atómicas, rasgan y surcan las aguas abisales. Los marinos –que se perciben casi una misma cosa con el mar– están enfermos de sintonía, como con depósitos de basuras atómicas en sus entrañas.

¿Qué soluciones pueden vislumbrarse para que los marinos mercantes estén más felices, con menos soledad, en esos meses largos de permanencia a bordo? ¿Y los pescadores vuelvan a vivir más su creatividad? ¿Y unos y otros, gocen de una economía más amplia y justa, pudiendo sentir además a sus familias más cerca?

En una palabra: ¿Cómo pueden volver la amistad y el amor al mar, cuya ausencia le hace enfermar de una lánguida prostración?

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
El Vigia, abril de 1985
Igualada, julio 1985.
Canfali, julio 1985.
Cronica de Mataro, julio 1985.
Diario de Sabadell, agosto 1985.
La Montaña de San José, noviembre 1985.
L’Emporda, enero de 1986.

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