Son muy conocidos ya los resultados de la llamada psicología de los colores. Cuánto influyen ellos, incluso de modo inconsciente, en nuestras formas de obrar, de sentir y hasta de pensar.
La compañía holandesa de aviación K. L. M. hace un tiempo notaba que en los mismo tipos de avión y vuelos que otras Compañías, y en las mismas condiciones atmosféricas, tenían un porcentaje mayor de pasajeros mareados que en las demás. Llamado, al fin, un psicólogo, éste vio que el color de la tapicería de sus aviones era amarillo; color, podríamos decir, bilioso… Les aconsejó que lo cambiaran por otros colores, verde pálido o crema. Le hicieron caso y desde aquel momento, se normalizaron los pasajeros.
Una fábrica de bombones excelentes tenía, sin embargo, pocas ventas. Otro psicólogo percibió que todos estaban envueltos en unos papeles buenos y satinados, pero blancos. Les indicó los mezclaran con otros caramelos de la misma calidad envueltos en papeles rojos y azules. Las ventas crecieron espectacularmente.
Se podrían contar muchos y muchos ejemplos parecidos en los diversos campos del quehacer humano. Los decoradores han aprendido a aplicar esta psicología del color, no sólo a apartamentos, sino también a oficinas, talleres e industrias.
Actualmente, algunos psicólogos están cultivando, científicamente, otro tema: la fragilidad de cosas bellas para atemperar la violencia de las personas.
Sabido es que se adorna con variopintas flores la mesa festiva de un banquete, lo que produce un ambiente de distensión y alegría; se sirve la comida en platos de porcelana, etc. Esto contrasta con las mesas recias y lisas de un cuartel o con los platos metálicos de la tropa en campaña, que influyen en los jóvenes para introducirlos en un clima de dura disciplina y posible violencia.
No cabe duda de que hoy, en el ambiente general así como en los medios de comunicación social, es peor la «pornografía de la violencia» que la otra pornografía, que al fin y al cabo, son expresiones más propias del amor.
Es aleccionador recorrer Suiza, esta nación por excelencia pacífica, y ver las maravillosas ventanas de sus ciudades y pueblos, con sus alféizares tan hermosamente repletos de una enorme variedad de flores de colores vivos. Tienen plantas que van floreciendo durante gran parte de todo el año, a pesar de su clima.
Hasta los turistas de los más diversos talantes se comportan, en ese ambiente tan pulcro y hermoso, más delicadamente; sus maneras son más discretas y amables, y sienten en su interior un gozo gratificante ante tanta belleza, que ajardina aún más el espléndido paisaje.
Frente a tanta violencia y agresividad humana que vamos teniendo en nuestros lares, ¿no influiría beneficiosamente prodigar los parques floridos? ¡ Oh, los parterres de tulipanes en Holanda!
Quizás pueda aducirse que en nuestras ciudades mastodónticas o pueblos de loco y apretujado urbanismo, no hay muchos espacios para tal ajardinamiento.
A pesar de todo, Barcelona y otras ciudades –que desde hace un tiempo están limpiando y repintando tanto sus edificios- podrían ser unas ciudades privilegiadas, ya que, por influjo modernista, se multiplican los balcones, algunos con barandas muy originales. Parece que, al principio, se pensaban que servirían para que los vecinos pasaran tiempo asomados en ellos. Con tanta circulación, poca perspectiva agradable ofrecen hoy a sus posibles usuarios, y poco tiempo, por otra parte, les queda en su ajetreada vida actual para ese agradable ocio. En cambio podría invertirse, en beneficio de todos, la dirección de la contemplación. Que fueran los peatones y los viajeros de coches y de autobuses los que fueran viendo los distintos horizontes que les ofreciese una multitud de balcones. ¡Ojalá que casi todos, o todos como en Suiza! Balcones llenos de flores sonrientes se introdujeran en la mente –no sólo en los ojos- un mensaje de paz.
La ciudad –piedra y hierro– haría una metanoia que influiría en el pensar y voluntades de sus ciudadanos. ¡Ajardinemos, pues, las fachadas de la Barcelona de ayer, la más grande, y de otras ciudades de nuestra geografía! ¡Pongamos sonrisas en los labios abiertos de sus balcones!
Los arquitectos construyen las terrazas y galerías, con macetas e incluso ajardinando los interiores. Este “hobby” ciudadano influiría seguramente, también, en la mayor concordia de los habitantes de cada “piso”, rebajando las tensiones familiares, que por tantos motivos a veces se producen.
Las flores benefician en todos los sentidos. A la mirada de los de la calle y a la visión de los de dentro.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
El Diario de Sabadell, julio de 1984.
Los Sitios, julio de 1984.
La Montaña de San José, mayo-junio de 1985.