Volaba desde México hacia el Sur, hacia América Central, hacia Colombia, hacia Chile. Era antes de «Medellín» y de los sucesos de Allende. Años antes. Pero ya se tenía viva y se rezumaba la sensibilidad de ser hombre. Ya se percibía turgente y galopante, aunque lejana, la esperanza y la tempestad que presagiaban aquellos acontecimientos.
Allá dicen que los indios sabían auscultar los raíles del tren acabados de instalar para percibir, desde mucho antes, la llegada de un convoy para apresurarse –según las circunstancias– a asaltarlo o a huir.
Con los raíles de la historia pasa lo mismo si uno sabe aguzar bien el oído. Lo peor es que las realidades sorprenden a los pueblos desprevenidos. En general, los pueblos de América, descendientes de los indios, han aprendido a prevenirse y a prepararse con el fin de intervenir como protagonistas o alejarse con prudencia para seguir aún en la espera.
Bordeábamos con el avión los Andes de Quito a Lima; sus picos de siete y ocho mil metros, perpetuamente nevados, parecían muy mansos al alcance de las alas del avión como si desearan ser acariciados.
Ni un alma. Ni un pueblo en aquellas inmensas soledades que, desde la tibia cabina del avión costaba imaginárselas gélidas, tan inundadas como estaban de sol y de cielo azul.
Pensaba ¿Por qué los hombres se odian y se matan? Resentimientos históricos. Pugnas ideológicas. Intereses enfrentados ¿No pueden irse solucionando estas cosas?
Los hombres actuales no son culpables de las maldades que hubieran podido cometer sus antepasados. Es vano, pues, hacer caer en los inocentes que han nacido, nuestros resentimientos hacia sus mayores que ya son viejos o bien que ya han muerto hace siglos.
Además, si no hubieran ocurrido todas las cosas que han ocurrido en la Historia, ésta habría evolucionado de manera diferente, hubieran ido naciendo otras personas. Habría otros americanos y otros europeos en estos continentes. Pero ninguno de los americanos y de los europeos que existimos hoy.
Los que existimos, si nos alegra existir, tenemos que estar «existencialmente contentos» de que pasara lo que pasó. Para la gente de entonces muchas cosas fueron un mal, a veces un mal terrible. Nosotros, avisados por aquellos hechos, tenemos que procurar no repetirlos. Pero tenemos que alegrarnos que, de hecho, la Historia fuera así, porque sólo así, los presentes de los dos hemisferios hemos nacido.
¡Si hubiera sido bastante con que nuestros padres tuvieran una ligera gripe y hubieran aplazado el acto con el que nos engendraron, para que, pasadas unas horas o unos días, hubieran engendrado un hijo que ciertamente sería distinto de nosotros! Sería «otro», quizás incluso de sexo diferente. Si la Historia hubiera sido distinta, toda la actualidad también lo sería. Quizá ni uno sólo de los hombres presentes habría nacido.
Las consecuencias de esta realidad existencial son muy grandes en todos los ámbitos del pensamiento y de la praxis.
Lo hablaba con mi compañero fortuito de viaje; un peruano con claros rasgos incas en su rostro. Lo entendió: al separarnos en el aeropuerto, después de darnos un apretón de manos, me dio un abrazo. Los dos sabíamos que, sin toda la historia de los españoles en América –a veces gloriosa, a veces nefasta– ni él ni yo existiríamos hoy.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
Revista RE en castellano Nº 39, julio de 1996.
Diari el Punt, abril de 1981
Ya, octubre de 1981