Deseo rescatarte. ¿Lo sabías?

 

¡Pobre noche!

¿qué han hecho

contigo?

Me traes a jirones

tu enagua de alborada.

 

Pobre noche, que ayer

cuando ya por la tarde atardecía,

te ibas lenta acicalando

con collares de estrellas

y medallón de Luna

bien bruñida y dorada

sobre tu mejor vestido de terciopelo

azul oscuro

sin mota de polvo ni mancha.

 

Pero luego, la gente sin sentido,

con sus anuncios de neuróticas

bombillas de colores estridentes

que sin cesar se encienden y se apagan,

oscurece la fina luz

de tus brillantes

y tú

¡ya no los palpas!

 

Los ángeles caídos

motorizados,

ruidosos,

como cuchillos rasgan

tus silencios preñados

de altísimas palabras.

 

Y gritos de hombres ebrios

en vanos soliloquios

que pisan sin mirar

esos volantes con encajes

hechos con luz de luna en las aceras

que tú, con gracia, arrastras.

 

¡Oh noche recoleta!

que te usan de mercado vocinglero

vendiendo amores de latón

y grotescas caricaturas de alegría

mientras otros ofrecen

mil alquimias exóticas

que sólo dan

fugaces sueños irredentos.

 

¡Qué saben los noctámbulos

que van por cuchitriles

del profundo misterio de tus flores

–jazmines, madreselvas–,

del olor de tus pliegues

–menta, hierbabuena, marialuisa

y mejorana–

que exhalan doble cuando oscuro

por tapias y senderos!

 

Noche ¡amiga de la infancia!

te van pisoteando

la cola de tu traje

de novia errante.

Y hasta tu escote

mancillarían

si pudiera ser su locura

tan alta.

 

Tengo mi buena amiga

que rescatarte.

De tanto frenesí vacío

tanta frivolidad

con que te manosean

tus tobillos de nardo

por mostradores

de Pubs,

callejas desdentadas

o en espectáculos que hieren

tu dignidad

mayor que sobrehumana.

 

Noche hermosa para mirarte

de ojos sin fondo, garzos

que sugieren preguntas

de difícil respuesta.

 

Yo vivo, sí;

pero tú, di quién eres de verdad.

¿Cuál es tu nombre exacto?

¡dónde naciste?

¡qué buscas incansable

día tras día?

¡por qué vuelves a mí

tan puntualmente

cuando al final de cada tarde

suenan a fiesta y a descanso

los relojes de cuarzo puntualísimos!

 

¿Quieres que te acompañe

por barrancas y soledades

o a pasear

con tu talle enlazado

por la húmeda orilla cadenciosa

del mar?

Allí donde tu camafeo

de Luna

se hace de plata.

 

Noche ¡vente conmigo!

lejos de la ciudad

¡deja que te rescate!

Te prostituyen,

te venden, te aniquilan,

comercian con tus horas,

manipulan tus sombras tan suaves

para perseguir y asaltar

con abiertas navajas.

 

Hay gente, ¿sabes?, que se muere

en las esquinas

cuando te duermes arropada

en las sábanas nuevas

que el Sol te extiende tan solícito

por tejas y terrazas.

 

Sí, noche.

Hoy, aún es pronto.

¡Huyamos lejos!

donde no te maltraten; donde todo sea

silencio perfumado

y luz de tus collares.

Sólo tu voz

–susurro de la brisa–

que se torna caricia cuando roza

la piel.

 

Nos miramos

muy despacio en un lago.

Luego allí cerca, en la hojarasca,

los dos nos dormiremos

y soñaremos a la vez,

lo mismo

hasta que canten

lejanos gallos

y los perros le ladren

al alba

para darnos el tiempo necesario

para que huyamos otra vez

a refugiarnos

bajo la luz.

 

Y nos citaremos de nuevo

¡oh noche amiga de mi alma!

para hablarnos a solas

y, si más no, a sentir la delicia

de ir muriendo juntos

a cada madrugada.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

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