GRATITUD AL SOL [O «CARTA AL SOL»]

 

Yo no sé si algún día,

a lo largo de mi ya larga

sorpresa de existir,

alguna vez te he dado

debidamente gracias

oh, Sol.

 

Bien sé

que sin ti, no habría Tierra ni Luna

ni esos animales

llamados hombres

ni me hubieran podido hacer nacer.

¡Mira por dónde, tú,

eres también –quién lo diría!–

un necesarísimo padre mío!

 

Sin ti, no habría, no,

en este oscuro

rincón del Universo

nuestros cálidos días

tan espléndidos, ni estas noches

de joyas susurrantes

que tú, aunque escondido,

guardas en duermevela.

 

Gracias sinceras, Sol.

Me has dado, sin cobrarte nada,

la vida y la alegría

y el coraje de ser y actuar.

 

Eres, seguramente, mensajero

de algún alguien, más Luz pero invisible,

del cual eres cercano

y acariciante testimonio.

 

Supongo que este Alguien te ha traído

a donde estás ahora

para mi bien.

Mas hoy

sólo te veo a ti y a ti te hablo.

 

Porque nadie puede saber

lo que es el verdadero

y primigenio gozo de existir

mientras desnudo

no corre de tu mano

–gritando,

cantando–

por campos y praderas,

o juega al escondite

contigo por los bosques

o nada como un pez entre los peces,

persiguiendo riendo, tu reflejo

por los ríos y el mar.

 

Amándote

es como fui aprendiendo a amar

a la otra gente

y a otros seres y cosas

que están fuera de mí,

pues al chocar tu luz con todos ellos

los reconozco como hermanos.

 

Oh, Sol amigo de Francisco.

Yo no quería

dejar bien claro de decirte

gracias sí, gracias, antes de morirme.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

       

Comparte esta publicación

Deja un comentario