JOE
Joe: Tante me dice que esta noche
te escriba un verso.
¡Tu última noche de Diácono!
mañana serás ya
un sacerdote nuevo.
Serás un hombre diferente
hombre pleno del Nuevo Testamento
más allá de las leyes;
amar, amar, amar,
tu única ruta
tu norte
tu angustia y tu sosiego.
Amar, mar, amar…
a todos, sin fronteras,
sin límites,
a lo divino, a lo cristiano
a lo humano y santiaguero!
Más que nadie aprendiendo en Casa
qué cosa es olvidarse
a fuer de hacer de lo de fuera
nuestro más dentro.
Y así ya estás maduro
para sentir, aladas,
las manos del Obispo
–y las de todos–
posarse cual paloma en tu cabello.
¡Y estremecerte
con el Espíritu
que te arrebatará
sin tú hacer nada ni saberlo
y sin oír siquiera
su trueno!
… Serás más que tú mismo.
Que ya empiezas a ser de otra manera
sin todavía haberte muerto.
A duras penas
te irás reconociendo.
Teniendo a Dios de huésped
la cara de tu alma
tiene mil distintos reflejos.
Pero no temas: eres tú;
pero no solo.
El Padre, el Hijo y el Espíritu
–¡qué tremendo terceto!–
te rodean, te viven,
te piensan y también te aman.
Tú eres de ellos
y ellos son tuyos.
Los invocas y vienen;
los das, se dan…
¡pero sigues teniéndolos!
Joe ¡abre caminos!
en el mar, en la tierra, en la historia,
en las gentes; con amor tesonero.
Con el arado de tus manos consagradas.
Arado como tú,
todo tu cuerpo,
hasta caer rendido
como una cruz abandonada
sin nombre, sin fecha,
al borde de un sendero.
Ser sacerdote es mucho más
y todo eso.
Tú ya casi lo eres
en esta noche vesperal
y lo serás más cada día
al ser cada día más joven
a la par que más viejo.
¡Sé sacerdote
con gozo, con dolor,
con pasmo y con éxtasis,
ahora y siempre y en lo eterno!
aprende de tu hermano Juan Miguel
que te lleva tres años de tempero;
aprende de Clemente
¡que te lo ganó a pulso, muriendo!
Joe, de todos buen amigo:
en ese uno de junio
–y año de jubileo–
¡reza por todos,
que por ti rezan
y rezo!
Alfredo Rubio de Castarlenas