RESPUESTA
al obsequio que me habéis hecho por este cumpleaños y que tanto, os he agradecido.
(Al cumplir los 60 años)

 

Un cero

con cola de cometa

en trazo decidido

 

y otro cero, círculo absorto

–boquiabierto (acaba de nacer)–

a la zaga, sumiso.

 

“60” ¡Sesenta años!

que justo ayer los he cumplido

… sin más, porque era jueves

y julio

y había amanecido.

 

¡Qué fácil,

fácil decirlo!

No tanto

no tanto, haberlos vivido.

 

Sesenta, sesenta años,

ninguno se ha extraviado

¡todos aquí conmigo!

¡todos en mi entorno

bullendo reunidos!

 

Ni a sabiendas quise saltarme

alguno

mientras andaba

por el camino,

como si fuera un riachuelo

que lo cruzara,

lleno de limo.

 

Acaso tuve, sí, la tentación

de abandonar al borde de un atajo

aquellos años de locura

de guerra y de suplicio.

 

Pero bien me sabía atenazado

por la rueda del tiempo;

y esas añadas

también tenían

primaveras y estíos

y campesinas gráciles

de trenzas largas

y cántaros de agua cantarinos.

 

&&&

 

Desde temprano,

Tú, asendeando a mi vera

tranquilo,

caminante a mi mismo paso;

yo, a tu paso mismo.

 

Y uno avanzaba

con su fontana dentro

y su río escondido;

luz y misterio

brújula y báculo

y enmedio del cansancio, brío.

 

Sí; caminé los años

uno tras otro

sin dejar nunca de verdad vivirlos.

 

Los iba con ternura

metiendo en la mochila del recuerdo

cual pájaros

algo cansados,

adormecidos;

en espera de un día

echarlos a volar ¡oh, qué prodigio!

todos juntos en nueva algarabía,

en inédito rito.

 

&&&

 

Y un doce de Febrero ¡al fin!

–Seminario, vestíbulo–

se cruzaron las aspas veinticuatro

añeras del molino.

 

Hablé yo. Contestaste tú.

Y luego una mañana

–ignoraba tu nombre todavía–

viniste Juan Miguel

a la universidad silente

y oficiaste de monaguillo.

 

Después el mar;

el Club Marítimo.

Primero remé yo; y luego tú.

Mientras, hablando,

también remábamos

por otros mares

a la par entrevistos.

 

Y más después

tras la amplia cristalera

sobre veleros y motoras

la mesa compartimos.

¡Nació la Casa de Santiago

y aún no lo sabíamos!

 

&&&

 

Pronto vinieron otros:

José María,

José Luis…

y también el verano puntualísimo.

 

Sin pensarlo dos veces

en “barco-stop”

hacia Sión.

Y en avión con cabras y corderos

y sus balidos [Hay unas notas manuscritas en el original]   ¡Jerusalén!

Y toda Tierra Santa

¡el corazón en vilo!

 

Belén, Cafarnaún,

Calvario, Tiberíades…

Y en la Casa de Santiago de los Biblistas

¡solos ante el Santísimo!

 

&&&

 

Otro verano y ya

éramos muchos

por rutas jacobeas peregrinos.

 

Y como un don, Santiago

nos trajo a Tante

como él, por el mar bravío,

dejando estelas tinerfeñas

en busca de sus bendecidos.

 

Claveles rojos, Justo, te entregó;

eran de verdad símbolos

de nuestros nueve corazones

que impacientes sobre las piedras

del muelle

te esperaban perdidos.

 

Tante, que de otras “tantes”

eres y serás

el germen primerizo.

 

Con tu presencia

fueron viniendo

muchos más y más: hombres,

mujeres; y ancianos y niños. (grandes y chicos)

 

También se nos fueron muriendo

Doñas Marías, Consuelos, Emilias.

Y Jonamas y el buen Clemente

santos, aun vivos. (por siempre en nosotros redivivos)

 

&&&

 

Casona, Casas y Casitas.

Salamanca, Trujillo,

Camerún, Alemania,

Noruega, Roma

y aún no hace el año

México tan querido.

 

&&&

 

Y mientras tanto

Catalina, Jotxune (¡Tele Stel!)

y en crescendo otras y otras

han surgido, como campos de vides

entre los trigos.

Y así el grupo nuevo

de Santa Eulalia

también sin saber cómo, se ha nacido.

 

&&&

 

En el temblor del mundo, esas Casas,

todas ellas paredes de sosiego,

suelos de paz,

para hermanos (amigos) bien avenidos.

 

&&&

 

En cualquiera de ellas

¿a dónde

me subirían

sesenta peldaños seguidos?

 

A la terraza

encima de tres pisos.

 

Más arriba de la cartuja

del mundo, de la familiar

y de la soledosa

¡a la intemperie

de Dios conmigo mismo!

 

Da miedo estar ya siempre en ella,

sin techo que te oculte lo infinito.

¡Cobardía de hombres

que aún retememos lo divino!

Resquemor de la savia

de abrirse en flor

en la redonda copa

del árbol como herido:

tangencial trascendencia

con el aire que pasa

invisible, sonoro, vivo.

 

&&&

 

¡Señor, Señor,

los Sesenta años, los cumplí

preso alejado de los míos!

¡Qué cruz pasé!

“Infarto”.

Puñal muy, muy dentro, de doble filo.

Y todo el orbe, oprimiéndome,

estrujándome como haciéndome

óleo de olivo.

 

Nunca pensé

haber podido

sufrir tanto sin morirme.

¡Cuánto aguanta la vida

aún de un hilo!

 

Tres horas rodeado de perplejos,

dulces, asustados esbirros

–médicos, enfermeras, estudiantes–

que os mantenían lejos a vosotros,

vosotros ¡¡mis amigos!!

 

Sólo Tú, Cristo, estabas cerca

y yo tampoco te sentía

que estuvieras conmigo.

¡Solo con mi dolor

sin darme cuenta

que ese dolor eras Tú mismo!

 

&&&

 

Y ya veis, estos sesenta años

llegaron a pesar de todo

a la cita y compromiso.

 

Sesenta andadas torrenteras,

indómitas a veces entre espumas

y a veces mansas como espejos límpidos.

 

Y el mar,

¡ya está más cerca!

En especial de noche

se oye su bramido:

oleaje sin fin, presencia tuya,

que viene a recordar

y a ofrecer incansable, terco,

y para siempre,

la paternal mansión

más allá del azul nocturno,

eterno sol (amanecido) de un nuevo brillo.

 

&&&

 

En estas soledades

de mi ascético cuarto

de clínica moderna

–luz blanca y aluminio–.

¿Por dónde imagino transcurren

los cauces y pisadas

de los que bien me quieren

y quisieron llegar

hasta mi inaccesible

recinto?

 

Llegan hasta la calle

de este templo quirúrgico, escueto y frío.

Lo rodean, lo miran,

descubren mi balcón cerrado y siguen

llevándose en sus ojos el reflejo

de sus muros rojizos

y el “flash” en su fachada

del broncíneo San Jorge

teniendo quieta, con su lanza aguda,

la faz del enemigo.

 

&&&

 

Por mis seis décadas

vosotros me habéis regalado

como un ramillete silvestre,

un inesperado librillo:

poemas, allá y acullá

por mis escritos

en estos años de la Casa,

–como dice José María

con tino–,

“en silencioso testamento

de quien nada posee”

más que su propia vida y ritmo.

 

¿Sabéis?

Cuando hace 40 años cumplí 20

creí que era oportuno

urdir un verso

sobre ese hito

de edad cumbre de juventud y anhelo

y de difícil equilibrio.

Creí que salió bastante bien.

No lo recuerdo.

¿Estará en qué carpeta,

álbum o libro?[¿A qué verso se refiere? ¿Dónde podría estar?]

 

Y ya veis, sin saber por qué

a los sesenta

también escribo.

¿Quizá este número,

–doblemente redondo–

también valga la pena?

¡Acaso! No deja de ser

cual una Trinidad (?) de veinte:

un trébol

agustiniano ¡ay! algo marchito.

Yo no sé cómo definir

este guarismo.

Dos ceros. Menos mal

que un cero tiene aún

una cola de alegre

cometa surcador de cielos de zafiro:

anuncio de belenes,

guiador de pastores

y de reyes perdidos.

 

¡Cometa de mi tinta!

para otra cosa ya

casi no sirvo.

Sólo un cometa y a la vez (junto a él…)

otro lucero espectativo.

¡Son alegres, sí, ambas cosas!

saber ya mirar siempre con sorpresa

y estelar brillo

y ser también cometa

de arrugado papel de plata

–como mis sienes–

que conduzca a los niños,

–a los pequeños y a los hombres grandes–

a la sencilla sencillez

de Cristo amigo:

hermano, terrenal,

encarnado, bromista, juguetón,

serio, amoroso, valiente,

resucitado y decidido,

que nos espera

para a todos decirnos:

“¡Hola!” y “¿cómo estáis?

¿Sediento… ?

¡venid conmigo!”

 

Y oír que le responden:

¡Oh, qué alegría!:

“sí, te seguimos.

Libres, gozosos,

y para siempre

¡contigo!”

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

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