VEN ÁNGEL
Ven Ángel, ángel de mí.
¡Hazme dormir! Estoy
cansado del bregar del día
y acaso por eso mismo no duermo.
No sé cómo te llamas.
Un día me lo dirás, cuando pueda verte.
Tú, tan cercano
y aún más invisible.
Ya que eres para mí, te llamaré
Ángel de Alfredo, o mejor Ángel Alaphridi.
Sí, sí. Hazme dormir.
Que tus plumas arropen
mis párpados
y este inquieto pensar en duerme-vela.
Mañana, ¡despiértame pronto!
tú que eres eternamente insomne.
Despiértame, cuando el alba levanta
la algarabía de los pájaros
y hasta también ¡quién lo diría,
ella, tan leve!
a las grandes cigüeñas.
Luego… a medida que el sol
siga su camino, me oirás decir;
“No entiendo eso…
ni aquello otro”
Tú… ¡ayúdame a comprender
tanta contradicción del mundo!
Que soy cura y tengo que dar consejos.
¡Que soy pastor
y debo conducir a mis ovejas
a buenos pastos!
Procuraré acordarme de ti
incluso, al atardecer, cuando ya regrese a casa.
Te seguiré pidiendo fuerzas;
oh mi buen Ángel Alaphridi.
Duro será a todas horas,
el atento trabajo de los dos.
También te pediré, alguna noche,
que me hagas soñar
en un mundo… un poco más honesto
y bien perdonado por la ley de Tu Amor.
Te pediré…
te pediré…
te iré pidiendo
toda la vida.
Y un día, ¿sabes?
mi siempre servicial
y buen amigo Ángel Alaphridi,
te pediré… ¡hazme morir!
Alfredo Rubio de Castarlenas