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Paz y Alegría
Cuando la luz de la alborada
logró ya entrar
en nuestra habitación
para su hálito templar,
yo con la vista
busqué a Omar.
Tan sólo vi cual una nube
en el otro ángulo del cuarto, flotar
y dentro de ese claroscuro mosquitero
sólo había como una sombra fantasmal.
Luego, muy ciertamente
cuando llegue la plena claridad
de un salto rasgando esas gasas
Omar resurgirá
y pronto
empezará a entonar
su nueva melodía
como un pájaro más.
Pero yo me volví a dormir
y al despertar
mediada la mañana,
Omar no estaba ya
dentro de aquella nebulosa.
No percibí su alborear.
Seguro que fue al río
a cantar su cantar.
Alfredo Rubio de Castarlenas