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Sosiego

 

 

¡Tres ventanas, tres!

Una abierta, esperando quien sabe que avecilla matutina.

Otra cerrada y con visillos

para mirar y sólo nos entrevean.

Y la otra un poquillo entreabierta.

¿Para qué?

 

Por la primera, ahora,

va penetrando, ágil, el aire.

Por la del medio sólo la luz

sin cansarse nada.

Por las más lejanas,

la luz y aire a la vez,

con sigilo.

 

Pero no hay que temer porque

dialogarán con los sosegados

habitantes de esta casa.

Y nadie de los que pasen

por la calle también silenciosa,

podrán influir,

ni en aquellos ni en la luz y el aire.

 

Porque hay unos fieros guardianes

de vistoso

uniforme variopinto

incansables frente a cada una

de las tres ventanas.

 

No hay mejor defensa que unas plantas

que disparan perfumes, colores y belleza,

para bien librarnos

de influencias por siempre mezquinas.

Así, solamente nos invade

la pujante fortaleza

de la savia

en su creativa libertad

de formas olores y matices.

¡Oh continua lección mañanera

de mis floridas ventanas!

 

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

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