Gregorio, habitante de un pequeño pueblo del altiplano chileno, se dedica a la agricultura y tiene un rebaño de ovejas. Cada día, temprano en la mañana, las saca del corral y las lleva a la vega, lugar cercano, donde a pesar de la escasez de agua, aún crece algo de pasto. Al anochecer las regresa de nuevo al corral.
Días atrás nos decía que al irlas a buscar para llevarlas al corral, se dio cuenta de que le faltaba una oveja. ¿Se había perdido?, ¿la habían robado? ¡quién sabe! En todo caso, le faltaba una y él estaba bien apesadumbrado. La estuvo buscando, sin éxito. Le preguntamos cómo sabía que le faltaba una, que si las había contado. Nos dijo que no necesitaba contarlas, solo con ver el rebaño sabía si estaban todas o no. La segunda pregunta nuestra fue ¿y cuántas ovejas tienes en tu rebaño? Ciento veintidos, nos dijo. Nos quedamos perplejos. De un rebaño de 122 ovejas, sabe, con solo mirar, que le falta una.
Para él cada oveja es única, aunque a ojos de quienes somos legos en la materia, todas nos parezcan iguales o muy parecidas. Él las distingue, las reconoce… porque las cuida, se ocupa de ellas, de que no les falte lo necesario, les dedica tiempo. Ese cuido es lo que posibilita un conocimiento, un saber cómo es cada una y que con una simple mirada capte si están todas o si falta alguna. Es una mirada lúcida y atenta hacia la realidad. Realidad que demasiadas veces pasa desapercibida ante nuestros ojos porque no queremos verla, creando una “realidad” paralela que se acomode a lo que queremos que sea. Cuidar implica estar abiertos a lo que la realidad nos muestra. Cuidar significa tratar a todo ser existente con delicadeza, mimo y con la dignidad que se merece.
Lourdes Flavià Forcada