…aquí, en esta asamblea litúrgica, ¿hay alguien más que conozca el Perú? No sé si tú has llegado alguna vez en tus viajes a América, o tú, o tú, los mexicanos, ¿Dónde andan?, los he visto por aquí hace un momento, ¿conocéis el Perú? Y tú también. María Elena no, pero el señor inglés, sí, claro, estuvo en Chile y conoce el Perú.

 

El Perú tiene un encanto muy especial, porque no es un país excesivamente rico, poderoso, no, es discreto, y precisamente eso es parte de su encanto, no apabulla a la gente como otros países que pueden ser más poderosos, potencias; y es un verdadero país muy trabado en sí mismo, con unas tradiciones, con una etnia, con una historia, y con una historia precolombina gloriosísima, con unos restos arqueológicos impresionantes, como bien sabéis todos. Es un país delicioso, un país de unas playas secas, no llueve nunca, casi nunca, un clima seco que para muchas cosas es extraordinario, y que cuando llueve un poco, como por arte de magia se pone verde todo; es decir, cómo es posible que con tan poca agua sobre estos arenales fructifiquen tantas hierbas, tantas florecillas; ¿Dónde estaban escondidas estas semillas?, pues estaban allí, debajo de la tierra, de la arena, y como es tan seco, se conservan muy bien años hasta que llueve un día y cambia aquello como por arte de magia, parece un milagro, todo verde, verde, verde, y luego las grandísimas montañas de los Andes. El viaje que yo recuerdo más impresionante que he hecho en mi vida ha sido ir precisamente desde Lima a Quito, surcando toda aquella cordillera de los Andes que, como se viajaba en aviones que no eran a reacción sino de hélice, y sobrepasaban las cumbres de los Andes a la altura del avión, y se veían todos aquellos ventisqueros y aquellos glaciares impresionantes, aquellas inmensidades. Y cuando se sube desde el nivel del mar, allí donde está esta graciosísima, simpatiquísima ciudad de Lima, tan encantadora, y se sube a estas alturas que hay, esos altiplanos ya a mucha altitud; fijaos que los picos que tiene son de casi 8 mil metros, y 7 mil y 6 mil, eso es muy frecuente, y muchos. Y en esas hondonadas que hay entre picos y otros más altos, esas altiplanicies que les llaman la Puna, es donde se puede oír yo creo –no sé, no he estado en Siberia, no he estado en el Polo Norte, donde también hay un silencio enorme que los pobres esquimales, cuando oyen un ruido que no sea habitual en ellos, el disparo de un fusil, es que se vuelven locos del dolor que les produce este ruido en sus oídos–; pero en fin, fuera de estos lugares, la Puna, esas altiplanicies, son de los lugares en que, yo diría, el silencio es tan denso, que se oye el silencio, ¡qué maravilla!

 

Qué tristeza que en este país, que estuvo habitado, como un encanto más, por santa Rosa de Lima, a la que conmemoramos hoy, esa santa tan angelical y tan maravillosa que dio aquella comunidad eclesial de aquel tiempo, contemporánea de nuestro querido beato, ahora ya santo, san Martín de Porres, que aquellos lugares que vivieron esta gente y que su perfume está como presente y es un encanto ver ese país y ver esa mezcla de las culturas incas y de las culturas que después han llegado allá desde Europa, es una mezcla hecha con tal gracia, con un perfume delicioso, con una ingenuidad de alma magnífica. ¡Qué bello y recordable país! Y qué tristeza se siente hoy cuando se le sabe tan desvencijado, tan zarandeado, tan pobre y tan atormentado por esas divisiones internas ideológicas en que hacen que muchas personas, de estas buenísimas de la gente y del pueblo, formen estas guerrillas tan tremendas del «Sendero Luminoso» en que tantos muertos causa entre los campesinos, que tantos muertos causa por una razón y otra, y que luego el ejército al chocar con ellos, mueren peruanitos, chicos jóvenes, en uno y otro bando, que quizá son parientes, que quizá sueñan lo mismo, paz, amor, un poco de prosperidad para su país, todos sueñan lo mismo, unos y otros, ¡qué pena!

 

En este día de santa Rosa pensad en su pobre país tan acribillado. En fin, ahora hay nuevo presidente, ¡quién sabe!, ojalá que eso sea para calmar el país, para volver a hacer la paz unos y otros y así poder prosperar mejor, y poderse querer las gentes sin miedo, sin miedo a lo que puede ocurrir en cualquier momento fuera, en la calle, y que se adentra como una ola amenazante dentro mismo de los hogares.

 

Pidamos a santa Rosa de Lima hoy para que ella haga el milagro de que todos los peruanos, todos, puedan volver a sonreír.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 23 de Agosto de 1985 en la Ermita de la Punta la Mona, La Herradura (Granada)

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