Volviendo pues a esta primera parte de la homilía, he querido subrayar aquí dos rasgos rápidamente. La madre allí un tanto ambiciosa: mis hijos, Santiago, Juan, se sienten a tu derecha y a tu izquierda. Jesús: ¿podéis pasar el cáliz que yo paso, que yo pasaré?

Y qué dicen ellos: “Possumus.” ¿Podéis beber mi cáliz? Sí, podemos.

 

Me parece esto que es, por el contrario, no una respuesta adecuada, sino un tanto vanidosa, prepotente que… ¡Podemos! ¿Quién puede por sus fuerzas creerse que sí, que está capacitado de poder llevar todos los sacrificios y heroicidades que Cristo tendrá que llevar, y beber el cáliz y morir en cruz?

Cristo les responde una cosa, es decir, sentarse a mi derecha, a mi izquierda, beber este cáliz. Mira. Sólo Dios Padre, sólo con la ayuda de Dios Padre, con el Espíritu Santo que os puede mandar podéis; ni yo tampoco puedo. Si allí en Getsemaní estará verdaderamente agonizando, sudando sangre, frente a esta heroicidad suda, baja el ángel de Dios Padre a darle fuerza, a consolarle. Bueno, la humanidad de Cristo. ¡Cuánto más la humanidad nuestra, que no tiene ese soporte de la filiación unigénita de Dios en el Verbo, cómo no! Se ha de necesitar que bajen muchos ángeles a ayudarnos a dar siempre pasos difíciles en este cumplimiento de amor. Como digo, ¡qué orgullo tan tonto! Con ayuda de Dios, eso sí, dejándose llevar del Espíritu Santo, sí.

 

Y, por último, el segundo rasgo que podía yo subrayar, es el que se dice en el Evangelio: el que quiera ser así, primero, el que quiera tener esta gloria, bueno, que sea servidor. ¿Quieres tu gloria? Perfecto. ¡Cómo no vamos a querer la gloria si nada menos que Jesús es la gloria del Cielo en totalidad y para siempre! ¡Claro que sí! Y gozar de esta gloria ya en el Reino de Dios de los Cielos aquí en la Tierra, que Él dejó bien establecido, atornillado bien con su cruz.

 

Bueno, yo quiero mi gloria, pero, ¿Cuál es mi gloria? El servir a los demás, ésta es mi gloria, la verdadera. La gente corre tras otras glorias, otras famas -como diría san Pablo-, tras los trofeos del esfuerzo ingente que tienen que hacer para ganar una medalla en las olimpiadas. Y tantas otras gentes corren detrás de carreras quizá más arduas todavía para conseguir lo que quieren: un puesto, un poder en el gobierno, en las empresas, en lugares fácticos del poder financiero… ¡Qué glorias tan pasajeras, tan huecas a veces, siempre!

La gloria verdadera, ¡claro que la quiero! Querría, si no ser el primero, ser…, tener medallas en esta gloria. Pero, ¿Cuál es? Servir a los demás, en el más amplio término de la palabra; servir para hacerles avanzar por el camino, para hacerles gozosos, para hacerles que desarrollen todas sus potencias de inteligencia, de libertad, de creatividad y de servicio. Esta gloria del servicio ¡claro! Y el que quiere ser primero, ser primero es lo mismo, ser servidor, es decir, hasta la heroicidad de ser esclavo de los demás; esto es precisamente ser primero, precisamente ser glorioso. Esta cosa que dice Jesús en este pasaje y que repite otras veces, y lo dice; dice también de nuevo en otros momentos a los apóstoles en otras circunstancias, a estos mismos y a los demás.

Aprendamos en esta fiesta de Santiago esos dos rasgos: ser humildes, no pretensiosos, no podemos con nuestras fuerzas. Necesitamos ayuda de Dios Padre y del Espíritu Santo. Y busquemos de verdad nuestra gloria verdadera, que es servir a los demás; ése es nuestro gozo, y eso será nuestro Cielo.

Ahora paso la palabra para que en francés nos prolongue un poco la homilía…

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Hoy estamos aquí, estáis aquí vosotros, ¡qué hermoso!

Es la fiesta de Santiago, el patrón de la Casa de Santiago, que ha sido lo que ha producido todas las demás cosas que han surgido. Y estamos aquí, estoy yo, y están aquí los frutos de la Casa de Santiago: Linares, Joe, José Luis… -esto ya es otra cosa-, Guillermo y yo; somos frutos bien maduros, y somos presbíteros, ¡qué bien! Y otro fruto de la Casa de Santiago, fidelísimo, queridísimo, son este grupo de mujeres que se caracterizan por dos pioneras, Catalina y María Jesús, ambas están aquí, aunque ahora Catalina ya se ha cambiado de sitio… Pues están aquí, de aquellos tiempos verdaderamente heroicos…

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía de 25 de Junio de 1992 en General Vives, Barcelona

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