El Evangelio que habéis escuchado sigue hoy muy válido para todo los que son ministros de Cristo. Pero también para los que son portavoces de cosas buenas dentro de la Humanidad, quién sabe, aunque no sean cristianos, pero que también están movidos por el Espíritu Santo, y también dicen cosas que podían ser muy buenas para la convivencia de los hombres. Les pueden oír, les pueden hacer caso gentes distantes, y sin embargo para los cercanos, para la familia, para los que viven en la casa de al lado, para los de su pueblo: ¿de dónde le viene a éste todo lo que está diciendo; nos querrá embaucar, si sabemos perfectamente quién era su padre, su madre, sus hermanos, sabemos perfectamente lo que él hizo de pequeño, cómo se peleaba en la escuela, las malas notas que tenía, todo lo que hizo, que era un barragán, de dónde le viene ahora querernos enseñar, de dónde las habrá sacado? En todo caso habrá que hacer caso de aquellos autores de donde él, por quién sabe qué lectura, ha leído; pero él, ¡qué va a pensar! El, ¿de dónde va a sacar de dentro de sí algo interesante?
Algunos de vosotros conocéis aquella anécdota que he contado alguna vez, pero quizás otros no conocéis. Había un matrimonio que vivía en una casa de apartamentos en Barcelona, y tomó un apartamento en la misma casa, o en la casa de al lado -más era en la casa de al lado, pero las ventanas daban a un violinista que se pasaba por las mañanas ensayando…-, y estaban ¡ah!, estaban que ya no soportaban tanto violín y tantas notas y empezar escalas y arpegios…, bueno, estaban de violín hasta la coronilla. Y un día, al cabo de un tiempo, anunciaron en Barcelona el gran concierto del violinista de fama internacional con la filarmónica de Barcelona, el Orfeó Català, y ellos dijeron: ¡ay!, vamos a ir a este concierto para oír bien, violín, no ese “ñigo ñago” que tenemos aquí horas y horas aquí al lado de casa. Bueno, y fueron, compraron la entada, se sentaron, empezó, salió el director, toda la orquesta a punto, y en un momento los focos, salió un señor, todo el mundo aplaudiendo, de frac, muy elegante, y dijeron: ¡ay, si es nuestro vecino, ja, ja…! Bueno, pues no les cabía en la cabeza que el gran violinista de fama internacional fuera precisamente su vecino; se quedaron de lo más parados.
Bueno, pues eso pasa. Esta gente que están por aquí, que han venido también de merendona, si os oyeran a vosotros, si me oyeran a mí, dos cosas. O bien decir ideas del libro que habéis leído como primera lectura -y os agradezco- del realismo existencial… Tengo una carta de Gloria -Gloire, o Glory-, que pasó por aquí hace cosa de 15 días acompañando -quizá la conocisteis, ella es norteamericana-, y pasó acompañando a su primo de Miami. Y entonces estuvieron unos días en casa y me ha escrito una carta sensacional. Dice: nunca podré olvidar Barcelona, pero para mí Barcelona es la Casa de Santiago, es la acogida que me hicieron ustedes, es las personas maravillosas que yo encontré allí, este grupo de Claraeulalias que conocí, a todos vosotros; Barcelona para mí es eso, no es lo demás, eso es imborrable; habéis hecho una impresión tremenda en mi vida; y luego he leído el realismo existencial, he estado fascinada leyéndolo. Dice: y yo misma sorprendida de la cantidad en catarata de pensamientos que hacía brotar en mí, de dentro, cada cosa que iba leyendo. Está la carta, la tengo aquí.
Bueno, pues si leyéramos a esta gente algo de esto, o si predico yo sin estar revestido cosas del Evangelio, dirían: y éste ¿Qué se ha creído de venir aquí a decirnos cosas? ¿Quién es? Bueno, y aún éstos no me conocen, pero si hay alguien aquí de Borges Blanques, dirían: ¡bah!, si conocemos aquí a toda su parentela, ¡qué va a salir de bueno de este mequetrefe que se metía los dedos en la nariz no hace tantos años, y estaba lleno de mocos! ¡qué va a decir!
Ese Evangelio es siempre así. Es la suficiencia que tiene uno, que no admite que otros puedan aportar algo. Es el querer cerrar el corazón a novedades que requieren un esfuerzo: mejor seguir como uno ha seguido siempre, y no complicarse la vida…, yo qué sé. Pero sí que en Cristo esta frase dice: se admiraba del poco caso que le hacían. Y precisamente porque había poca fe, podía hacer Él pocas cosas buenas con ellos.
Pues bien, dos consecuencias. Una, no perdamos la calma porque nos envíen a paseo, mira, pero para la gente, peor para ellos; si algo les podemos ofrecer y no se fían, no lo quieren, peor para ellos. Segundo, no seamos nosotros, así como esto que criticamos, no sea que critiquemos la paja en el ojo ajeno, y no veamos la viga en el nuestro. No seamos nosotros así, cerrados, perezosos, soberbios, cuando Dios está cerca y a través de alguien nos viene a decir algo muy en el fondo de nuestro corazón.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía de 7 de Julio de 1985 en Borges Blanques