En nuestras culturas tiene un significado distinto la reunión de estas dos palabras: hombre y grande, según que el adjetivo se ponga antes o después del sustantivo.
Decir «un gran hombre», «una gran mujer», expresa nuestra admiración hacia alguien por sus hechos o cualidades. Por el contrario, decir un hombre o una mujer grande es algo peyorativo, es señalar que este ser humano es anciano, está ya en el declive de sus facultades.
Otra cosa es cuando este adjetivo, aunque pospuesto a un nombre propio está sustantivado a su vez, cosa que ocurre con Reyes especialmente, por ejemplo: Catalina la Grande o Pedro el Grande. Aquí esta palabra adquiere aún un mayor sentido pleno de grandeza.
Pero, pregunto yo, ¿no es ya el llegar a ser anciano, un legítimo título de verdadera grandeza?
En muchas culturas africanas he visto una enorme veneración por las personas grandes. Las ven vencedoras del tiempo y de innumerables peligros y enfermedades; libros vivientes de historia y enciclopedias de conocimientos, archivo de experiencias y fuente de prudencia y consejos. Por nada del mundo en un hogar se privarían de la posesión de algún anciano. Y aunque éste se quede casi inconsciente y paralítico, le cuidan con mimo, pues su mera presencia es el signo eficaz que convoca a todos a la armonía y a la alegre y festiva convivencia. Cuando muere, corren a casa de parientes o amigos donde tienen dos o más ancianos a suplicar les presten, o mejor les den, uno de esos humanos cargados de veranos para que presida su huérfana familia.
Los ancianos son como el añoso árbol de copa frondosa, que cobija, sombrea y atrae lluvias, brisas y pájaros que gorjeen.
Ser una gran persona es bueno, claro está, pero se es así por lo que se tiene: virtudes, habilidades… Ser en cambio una persona grande, es que su grandeza le viene sencillamente no de su tener, sino de su mismo ser, algo existencial: es un brillo radical, óntico. Es algo misterioso que roza lo trascendente; que nos habla por sí mismo del hálito íntimo del universo, grandioso y limitado a la vez.
La muerte, como el nacer, son las expresiones de nuestra mayor grandeza.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado a:
Catalunya Cristiana, diciembre de 1983.
La Montaña de San José, mayo de 1984.
Canfali el 25, marzo de 1985.
La Voz de la Costa Dorada, mayo de 1985.
La Revista de Badalona, junio de 1985.
Proa, junio de 1985.