Parece que este título queda muy decimonónico, de cuando surgió la fe total y grandísima, precisamente, en la Razón. Incluso, introduciéndola como diosa en la catedral de Notre Dame, París. Se creyó que la Ilustración, con la Razón, resolvería todos los problemas gracias a su técnica y llevaría a la Humanidad a un indefinido progreso que daría la felicidad a la gente. Pero esa ensoberbecida Razón ha llevado a las peores guerras, a las peores injusticias y a las peores masacres.
Al hablar, en 1994, en estos XVII Coloquios, hay el peligro de invertir los términos. No poca gente tira hoy la Razón a la basura con sospecha y desencanto, como algo nefasto y muy peligroso. Y muchos caen en brazos de fes absurdas en horóscopos, en sectas…, o entran en fanatismos, fundamentalismos, etc., desarrollando un enfermizo sentido de fe.
En estos coloquios, en esa postmodernidad, urge, de cara al futuro, hablar nuevamente de la Razón –su gloria y sus límites– y de la Fe –también con su gloria y sus limitaciones. Deslindar muy bien los campos y dar a cada una el suyo. Ni la Fe puede negar a la Razón, ni la Razón a la Fe. Y respetando ambas el propio misterio de cada una.
Y sin embargo, puesta cada una en su sitio, salta, sin más, entre ellas, un arco voltaico que puede iluminar de verdad el mundo.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
Revista RE, Época 4, Nº 39, Julio de 1996.