Hch 6, 8 -10; 7, 54 -60; Jn 10,17 -22

Es el día siguiente de esta fiesta de Navidad en que meditamos el nacimiento de Jesús allí en la cueva de Belén, sencilla y pequeñita. En ese niño Jesús recién nacido está en germen todo lo que es el Evangelio, la Revelación de Dios Padre a través de Dios Hijo. Todo está en un pequeño grano de trigo. Él mismo seguirá así, grano de trigo que ha de caer y ser macerado en la tierra para que pueda fructificar. 

Al ver este grano de trigo podemos ir pensando, como en una obertura de una ópera, en que en esa primera pieza- antes de levantarse el telón- están allí todos los temas musicales que saldrán después a lo largo de la representación, antes de levantarse el telón de la vida pública de Jesús. Allí está Juan Bautista en el Jordán. En este Misterio de Belén están todos los temas musicales de esta sinfonía maravillosa de la Revelación de Cristo. 

Lo veíamos ayer: nacido en un portal – como dirán los ángeles a los pastores- le reconoceréis porque es un niño recién nacido envuelto en pañales. Hasta aquí, todos los niños que hubieran nacido aquella noche estaban envueltos en pañales. Las madres solicitas ya se habrían preocupado de tener unos pañales a punto para envolver y defender del frío así a sus recién nacidos. Esto no hubiera sido una señal eficaz; hubieran podido encontrar muchos niños envueltos en pañales. Pero además los ángeles añaden: reclinado en un pesebre. Esto sí que es seguro que en todas las casas de Belén no había ningún niño recién nacido reclinado en un pesebre, solo Jesús. Con lo cual nos da ya desde el principio una lección de ultimidad, de ser último, de hacerse último: Dios Encarnado se hace último. ¡Cuánto más lo hemos de hacer nosotros, saber ser últimos! De esta manera todos somos hermanos. Incluso el que es primero, como Él, se hace último, como también cuando lava los pies a los apóstoles. Siendo todos últimos es como es un Reino de Dios porque entonces no hay primeros, no hay nadie que quiera doblegarnos, manipulamos, oprimimos, esclavizamos ni mandamos. Todos últimos. ¡Santa hermandad! Todos nos servimos unos a otros; ¡qué maravilla! Es un trozo de Cielo. 

Jesús nos da ejemplo: Él, Dios hecho hombre, se hace último.

Pues bien, al día siguiente, hoy día de san Esteban, nos pone un modelo. Ya una flor maravillosa, roja, derrama su sangre: primer protomártir de este germen de trigo que es Jesús. Otra lección muy grande en el día de hoy. Una lección que estaba también implícita en Jesús, el que subiría a la cruz para dar la vida por amor a los enemigos. Esteban es un magnífico ejemplo de esto. En la misma oración de la misa de hoy ya se dice así de san Esteban: “Oración: Para que nosotros aprendamos a amar a nuestros enemigos. Que la gracia nos ayude a imitar al mártir san Esteban, que oró por los verdugos que le daban tormento. Para que nosotros aprendamos amar a nuestros enemigos”. 

Para eso vino Cristo y ésa fue también la lección, el ejemplo que nos dio: Él vino a amar para rescatar a los que estaban perdidos. Murió en la cruz para aplicar los méritos de su sangre a todos los pecadores, es decir, los enemigos de Dios. A fuerza de amar hace que éstos se puedan convertir en amigos de Dios. Pues bien, que la fiesta de san Esteban, que está muy juntito a la de Navidad, nos sirva para aprender esta lección que también implícita está en este pimpollo que es Jesús – de amar a los enemigos-, que es lo típico del Cristianismo. 

Amar a los amigos, los paganos también lo hacen. ¡Amar a los enemigos! Éste es el mensaje que nos viene a dar Cristo, y además con su ejemplo. Con el ejemplo de Esteban que aprendió también la lección y, después de Cristo, supo también dar su sangre por sus enemigos y perdonarles de este pecado – como Cristo en la cruz -: no saben lo que hacen. Les excusa encima, se convierte en abogado defensor de los propios que le matan con odio. 

¡Si los que nos llamamos cristianos supiéramos de verdad ser cristianos!  

El otro día veníamos por la autopista deprisa porque teníamos ganas de llegar a tiempo. La autopista va muy bien. Nos ofrece un margen de seguridad grande hasta la barrera. Si uno se desvía un poco, no pasa nada por ir con este margen. Eso es el amor a los enemigos. Si amamos a los enemigos, ¡oh, seguro que amaremos a los amigos! Aquellos que dicen que aman a los amigos nada más, ante cualquier cosa que pase se salen de la autopista, se estrellan. En cambio, si uno ama a los enemigos, aunque pase alguna cosita, a los amigos siempre se les amará. O sea, que el seguro que garantiza que realmente pase lo que pase amaré a los amigos es que también amo a los enemigos. Quien no ama a los enemigos, ¡ay!, qué fácilmente deja de amar también a los amigos en muchas circunstancias. Sólo se puede confiar totalmente en un amigo que ama a los enemigos. Éste le amará siempre como Cristo amó a sus enemigos, como san Esteban amó a los enemigos. Por eso, con san Esteban como intercesor, podemos estar seguros de que Cristo nos amará siempre como amigos.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del jueves, 26 de diciembre de 1985.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

Comparte esta publicación

Deja un comentario