Foto: Wikimedia

Cruzar la cordillera de los Andes, desde el desierto de Atacama (norte de Chile) hacia Argentina es encontrarte con una geografía desafiante, fuerte, hermosa. A 3.775 mts. sobre el nivel del mar se encuentra el pueblo argentino de San Antonio de los Cobres, famoso por su «Tren a las Nubes» que se desliza por entre el abrupto y escarpado paisaje ofreciendo, a lo largo de su recorrido, unas vistas fascinantes. Uno se pregunta cómo se pudo hacer tamaña obra de ingeniería. Y lo sorprendente llega cuando te cuentan que el ingeniero que estuvo a cargo del diseño y trazado de dicho tren, se dedicó en primer lugar a observar durante largos tiempos a las cabras que, con una agilidad sorprendente, iban trepando por esas escarpadas cumbres. Y se dio cuenta de que ellas, en su itinerario pastoril, iban ascendiendo siempre en zig-zag. Ese tiempo de contemplación, de observación de la realidad, dio lugar a lo que hoy es el «Tren a las Nubes».

Esta impresionante obra de ingeniería, se diseñó tras contemplar los itinerarios de las cabras en la Cordillera de los Andes.

Toda la naturaleza es un libro abierto donde el ser humano, con su inteligencia, podría aprender muchas cosas. Pero a veces —demasiadas veces—, las personas, debido a su soberbia, desprecian el estudiar y observar este libro. Por ejemplo, se ha menospreciado estudiar ampliamente y a fondo la psicología de los animales para entender mejor la propia psicología del hombre. La naturaleza está llena de soluciones magníficas para las necesidades del género humano que este aún no ha descubierto porque, mirándose el ombligo, no le presta la debida y humilde atención.

Es deformante conocer teorías antes que realidades, debido a una soberbia racionalista que lleva a pensar que, teniendo ideas, ya se sabe todo. Y que lo que es fruto de esas teorías llevadas al laboratorio es mejor que lo que la naturaleza nos ofrece con magnificencia.

Tal soberbia nos lleva a:

—  tratar la naturaleza y sus recursos como si fueran una gasolinera adonde uno llega, llena el depósito y se va; es decir, a mantener una actitud utilitarista-consumista absolutamente contrapuesta al ser humilde y contemplativo;

— a querer tener un dominio absoluto y soberbio de la naturaleza, no respetando su misterio, al punto de, por querer penetrar todo, destruir para que nada quede fuera del alcance de la inteligencia y de la ambición humanas.

Si estuviéramos más abiertos a captar el lenguaje de la naturaleza, descubriríamos cosas maravillosas y útiles para la vida humana, sin atentar contra su misterio. Contemplar la naturaleza es fuente de sabiduría y, también, de hermanamiento con todo lo existente. Mientras el espíritu utilitarista-consumista nos llevar a abusar del planeta y sus recursos, el espíritu contemplativo nos conduce a un nuevo trato con la naturaleza y sus riquezas. Se toma lo que se necesita para vivir dignamente pero no para dilapidarla ni poner en jaque su misma existencia. Incluso quizás nos daríamos cuenta que lo producido por nuestra mente en los laboratorios químicos no es la panacea, muchas veces, más bien todo lo contrario. Ahí está, por ejemplo, todo el amplio mundo de las hierbas medicinales, los conocimientos de los pueblos indígenas y tantas terapias que ofrecen valiosas aportaciones para nuestra salud.

Sentirnos los seres humanos parte de esa naturaleza nos hace más humildes y más hermanos. Y eso crea una nueva forma de relacionarnos con ella. Escuchar cómo la naturaleza se manifiesta nos hará en verdad más sabios.

Lourdes FLAVIÁ FORCADA
Chiu Chiu (Chile)

Foto: Revista RE

Fuente: https://www.revistare.com/2018/09/el-lenguaje-de-la-naturaleza/

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