El pico del Everest apenas tiene secretos por difícil que sea de alcanzar. Sabemos de sus rocas, de sus hielos, sus glaciares. Quizás en las laderas, alguna Edelweiss. No hay animales. Ni el Yeti. ¡Quién resiste tanto frío y tanta altura!

En cambio… ¡el mar…! Nadie ha recorrido todas sus simas, más profundas aún que el alto Himalaya.

¿Qué monstruos marinos habitan estas temibles hondonadas, con el Océano sostenido en sus lomos? Conocemos sólo unos pocos; y algunos de ellos fabrican y emiten luz para que sus ojos puedan ver en esas negruras a las que no alcanza el sol. ¡Sí; qué misterio es el mar! Ya lo decían los antiguos y Ulises sabía de ello. La Atlántida y su cantor Verdaguer, también.

Por eso el mar es un bello símbolo de todo misterio. Para el pueblo judío lo era del mal –¡vaya éste otro misterio!–. Para muchos, el mar lo es de las dimensiones inabarcables, insondables, de lo divino.

Azul. Cambiante y siempre el mismo. Encrespado por el viento y manso a la vez en el regazo de las playas.

En el número VIII de RE, dedicado al mar, se le llama «Misterio en cuatro dimensiones»

El tiempo –la cuarta dimensión einsteniana– añade aún más arcano a nuestra vida cotidiana. Al igual la peculiar trascendente dimensión del mar –más allá de su anchura, longitud y profundidad– amplía nuestro pasmo, nuestro miedo y nuestra entrega. Consiste en ser como el espejo del color cielo, de la vastedad del universo, del ignoto misterio del ser. ¿Qué se escribió, qué, en ese número de Re, sobre nuestro gigante amigo el Mar? O delicada amiga, la Mar…

Forcada, pintor él, nos habla del mar encerrado en la estrechura de una tela. Se le puede aprisionar en sus múltiples cambios de color y de espumas; su luz, su estremecimiento hecho olas, su vida íntima y la huella que deja en él, el hombre que navega; herida hecha estela… Y dejar intuir al que contempla al cuadro, que el mar es aún más que todo eso.
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Sendra, pedagoga, nos habla de los Scouts, amigos del mar. En nuestras latitudes, los Scouts fundados por Robert Badem-Powell son sinónimo de pantalones cortos –no tanto como los corrientes de hoy–, típico sombrero de alas anchas, foulard al cuello. Y al cinto, grandes navajas fabricadas en general, en Suiza. Montañeros pues, al fin.

Pero en Japón hay otro tipo de Scouts, que se desnudan para adentrarse en el mar, que luego llevan gorros marineros y una mirada aún más entrecerrada que la ordinaria en ellos, para ver así mejor las lejanías del horizonte, cuyo recuerdo guardarán brillante incluso en su vejez.
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La científica Conxi Ayala nos afirma rotunda: la vida surgió del mar.

Y nos cuenta que el océano se mueve dentro de sí y tiene poderosas corrientes como grandísimos ríos que van de un punto a otro, y otras que van a la deriva a merced de los vientos; y las mareas provocadas por la luna. Todos esos movimientos de sus aguas pueden generar para el hombre energía no contaminante; ya con centrales mareomotrices con turbinas en dos sentidos, o aprovechando las olas que golpean incansables una y otra vez…; ya sacándola de la diferencia de temperaturas entre las corrientes o entre las aguas superficiales y las profundas…
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Fernández de Pinedo, japonóloga, nos señala que el hermoso mar es la despensa más grande de alimentos para el hombre: peces, algas, plancton… El mar que dio la vida, da con qué continuarla. La agricultura y la ganadería del mar, aunque muy iniciadas entre los nipones, están aún por ejercitarse. Como un día en el neolítico, aquellos artesanos de la tierra casi acabaron con el nomadismo y abrieron un nuevo capítulo en la historia; así, el cultivo del mar y las piscerías (como la del mar interior nipón de Seto), abrirá también nuevas páginas en la historia.
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No sólo la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki marcarán la era nueva… A veces, nos describe Looder, holandesa experta en cuestiones internacionales, que hay que luchar con el mar. Y esta porfía nos agiganta y nos hace colosos como él. Y creamos un país: los Países Bajos. De entre las aguas, se va aflorando tierras y tierras. Diques de kilómetros y kilómetros detienen al mar, le ponen límite. Y los hombres se acostumbran sobre sus verdes pastos, a vivir por debajo del nivel superior del mar. Y no le temen. Unas naciones, al crecer sus habitantes, invaden las vecinas, crean imperios… Todo, a costa de luchas sangrantes. Holanda en este siglo ha triplicado su población, pero ha luchado con el mar para ganar palmo a palmo territorio. Y no ha costado mucha sangre. Sí, sudores y ¡quién sabe si también algunas lágrimas por bellas bahías perdidas! ¡Gracias mar! Pues nos has hecho fuertes.
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En este número se habla de un libro realmente extraordinario. Escrito por un marino y que ya sirve de texto ejemplar en unas Facultades de Lenguas Extranjeras, para el aprendizaje del español. Incluso en China. Se titula «Entre la piel del mar» Su autor, Juan Luis Trasierra, lleva en sus ojos los mares del mundo que ha surcado. En su piel, las huellas de tantos peligros. Pero en sus páginas, nos revela que el mar tiene también su piel y, en ella, su misterio de vida y muerte.

Y otro marino nos habla también de su larga vida sobre el mar, ¡y sólo naufragó una vez al querer con unos amigos dar un paseo en bote! Y, claro, no pasó nada grave. Se declara soñador y romántico. Sin ser así, ¿se podría amar al mar? Las esposas de marinos ¡siempre esperando! y despidiéndose, para volver a esperar… esto y mucho más nos lo cuenta Joe Socías. Sabe bien de qué va la cosa… precisamente por ser hijo de ese Capitán de barco…
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Y nos hablan dos Marinas –madre e hija– que llevan ese bello nombre no muy corriente. Es como si la gente tuviera miedo a la mar y no se atreviera a nombrar a sus hijos con ese apelativo, que quizás los predestinara a la ilusión y evasión…

Marina Villa responde una salada entrevista que le hace López-Luján, en la que queda patente el oleaje de su genio.

Marina Rubio de Castarlenas contesta con un dulce-amargo poema, bello y hondamente sentido:

«me siento traspasada por el mar
a través de mi nombre…»
Y «Ya puedo ir muy tierra adentro
que el mar está conmigo aún de noche»
«…Oh bella soledad inmensa, lejos
del loco hacer del hombre».
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La Dra. Romero, –sintiéndose también médico del mar– nos cuenta las desgracias de éste. El mar no es infinito y ante tantos tóxicos vertidos, enferma… ¡Ojalá lo «curemos a tiempo», va en ello nuestra propia vida!

Ivón Ayala nos avisa: «frente al mar somos más conscientes de nuestra pequeñez y fragilidad». Pero que si vencemos el primer miedo a él, también «vemos que nos sostiene. Flotamos. Y se nos vuelve deporte, camino, gozo y nos hace más libres». Hoy, en efecto, casi todo lo sentimos más cerca y amigable.

Las Cenas Hora Europea de Barcelona dedican su veinteava sesión a ese tema ya apuntado: «La enfermedad del Mar» Disertaron los profesores Boix, de Derecho Marítimo; Carbonell, de la Escuela Superior Marítima y Director del Museo del Mar; Hernández Izal, Capitán y Catedrático de Economía Marítima. Martínez Hidalgo, Capitán del Fragata y Exdirector del Museo Marítimo.

Tomaron parte también los Capitanes Rodríguez-Martos y Company. Fue sustancioso todo el diálogo. Tantos expertos, ¿Lograban descubrir la «terapéutica» del mar…?
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Nos escribe un hombre de la Mancha, de tierra adentro: José Linares. «A los 12 años vi por primera vez el mar. Me pareció más grande de lo imaginado. Me asustó el horizonte más alto que yo mismo. ¿Se desplomaría toda aquella agua sobre mí?» Hoy vive cerca del mar. Ya no le teme tanto.
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Y el verso de Rubio al final:
«ojalá que mi vida sea como el mar
y atraviese también un día
–hecha espuma en la linde de la playa–
esa lábil frontera de la muerte»

Sí; aún hoy él «misterio del mar», se nos escapa entre los dedos. Su voz en nosotros, nos abre horizontes interiores al más allá.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista RE segunda etapa Num. 8.

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