Al finalizar las últimas Jornadas «Adolescentes de los 90. Abrir caminos a la paz» en el año 89, empezamos a planear el tema de las próximas. Intelectuales perspicaces en otear los signos de los acontecimientos nos aconsejaron que planteáramos algún aspecto de la ecología. ¡Cuánta razón tenían! Desde entonces, ha habido como una explosión del tema en congresos, medios de comunicación social… ¡como nunca antes!

El hombre ha de ser, en último término, el protagonista de nuestras preocupaciones ecológicas. Porque el mundo es su casa y, paradójicamente, él mismo la degrada.

Ante la ineptitud e ineficacia de los gobiernos para resolver este problema, los movimientos llamados «ecologistas profundos» propugnan un cambio radical en la forma de vivir del hombre.

También ha aparecido un eco-feminismo, el cual proclama que la mujer ha sido el ser más esclavizado y explotado de toda la contraecología del soberbio machismo patriarcal. Ferrater Mora cree que estos dos movimientos se condenan por sí mismos. Uno, porque pretende un retorno imposible a un paraíso primitivo destecnificado. El otro, porque desea implantar una especie de machismo al revés.

Pero… ¿qué se puede hacer?

Los aviones consumen, cada día, miles de toneladas de oxígeno; y la Tierra, en deforestación progresiva –¡oh la lluvia ácida!–, lo repone cada vez menos.

Cuántas cosas podrían añadirse sobre la capa de ozono, la «acción invernadero», o sobre la intoxicación de ríos y mares.

Hemos vivido la angustiante situación del Golfo Pérsico. Las guerras, hoy día, pueden ser un peligroso factor más antiecológico.

¡Ojalá esta situación estimule a los científicos a perfeccionar las técnicas de energías alternativas! Y los economistas y políticos encuentren el modo de hacerlas posibles y viables. En el siglo pasado, se tuvo la imaginación y el empuje de cambiar la tracción animal multisecular por el vapor y el ferrocarril. ¿No seremos capaces nosotros de pasar de la ya centenaria era del petróleo a una edad más límpida para la naturaleza y más sana para todos?

La grandiosidad más grande de la razón consiste en reconocer primero sus limitaciones; podríamos decir, su propia ecología. Así, es sensato proponer teorías que sean fuente de soluciones reales y oportunas. Esta razón esclarecida se ha de imponer a la técnica para que no lleve a término todas aquellas cosas destructivas y aberrantes que, de hecho, es capaz de hacer.

Si dejásemos a la tecnología meramente a su fáctico aire, fácilmente podría apasionarse y enloquecer. Nos podría llevar a la destrucción del hombre y de la vida misma.

En esta Cena, los especialistas convocados y el diálogo con los asistentes, ¿podrán sugerir un pensamiento realista-existencial del que fluyan unas pautas ecológicas que sean razonables, éticas, posibles y fructíferas?.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista RE, tercera etapa, Nº 25, diciembre de 1990.
Propuesta para el coloquio de la XIV Cena Europea de octubre de 1990.

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