Mt 2, 1 – 12

Vamos a fijarnos en los llamados Protoevangelios, o Evangelios de la infancia. Nosotros, leyendo (con fe) esa redacción que han hecho los evangelistas de estos hechos, del nacimiento del Niño Jesús, vemos que cuando lo han escrito por algo será. Queremos dilucidar el mensaje que hay en ello, el núcleo histórico que puede haber en ello, qué significa, porqué lo escribe el biblista, porqué lo guarda la Tradición. Luego vendrán los sabios y ésa es su obligación: querer buscar documentos para comprobar de un modo científico estas cosas. Los sabios científicos mientras no tienen pruebas científicas, no pueden hacer más científicamente la historicidad de unos hechos. Por ejemplo: la casa de Pedro en Cafarmaum. La tradición señalaba un lugar, allí había mucha veneración. Se pensaba que eso podía ser una leyenda. El científico no podía afirmar científicamente si no tenía pruebas científicas de que esa devoción popular en un determinado lugar de Cafarmaum fuera, en realidad, la casa de Pedro. Podía pensarse que como Pedro era de allí, allí tenía su casa. Eso consta en los Evangelios, por lo tanto, por cualquier cosa los cruzados o los que vinieran hubieran dicho que allí era el sitio. ¡Quién sabe!. Es lógico.

Pero ¡hete aquí! que después vienen los arqueólogos y escarbando, escarbando, ¡carambas!, ya encuentran las bases de una basílica octogonal contaminada en un punto. Debajo de ese punto donde la gente iba, dicen:  ¡Caramba!  Constantino levantó aquí una basílica de la que ahora encontramos todas las bases de las columnas. Por lo menos, la gente de Constantino ya tenía una larga tradición de que éste sería el sitio: ya nos retrotraemos al siglo II. Siguen escarbando y, entonces, encuentran los restos, efectivamente, de una casa en que las paredes – las pocas paredes que quedan- están llenas de “grafitis” de principios del siglo II ( en plena era apostólica), invocando a Pedro o con alusiones. Mira por donde todas esas porquerías que se ven en los lavabos, en los urinarios públicos, que estropean los monumentos de Colón, la Cúpula de San Pedro o en donde sea, cuando uno los visita, pues ¡vete a saber!, dentro de mil años, gracias a esto, creerán que existió San Pedro en Roma. Quiero decir la basílica de San Pedro porque con las cuestiones del sepulcro de san Pedro se han necesitado pruebas científicas para que los científicos  lo admitieran- al fin-, después de muchos años de abstenerse y de casi decir que mientras no se demuestre eso más bien era leyenda. Mira por donde, por algo tan poco serio y tan poco científico como es escribir en una pared con la punta de un cuchillo o cualquier cosa, resulta que eso tiene una importancia científica enorme, ¡claro!, es como encontrar un fósil en un lugar de veinte o cuarenta mil años y el pobre fósil nunca se creyó tan importante ni tan prueba científica.

Así pues, hay muy pocas pruebas científicas, por lo tanto, pueden fácilmente creer los científicos que este Evangelio de los Magos puede ser una bella y piadosa leyenda. Pero ya en tiempos de Mateo, éste pone esta narración porque quiere significar algo. ¿O debajo de esto hay realmente un núcleo histórico?

Parecía una salvajada que Herodes matara a tantos niños por miedo de que este niño nacido cuando apareció la estrella le quitara el trono, -el trono de David- si era el Mesías, el esperado. Luego resulta que los historiadores encuentran que el bueno de Herodes – el ¿bueno de Herodes? -, por miedo a que le usurparan el trono mató a sus hijos: mató a dos hijos. Si mató a dos hijos, desde luego,  no tendría ningún escrúpulo en matar a veinte niños pequeños en Belén, los que habían nacido de dos años para abajo. ¡Ah, pues mira, la cosa no es tan descabellada como podía parecer al principio!. O Mateo lo que pone aquí realmente en un estilo de hablar de orígenes, o sea, original: los principios de Jesús. Como hay un estilo de proyectar los cosas en la pantalla del final, apocalíptico, pues hay otro que es proyectar las cosas en Adán, en Eva, en los orígenes.

Quizá lo que proyectan los orígenes de Jesús es la tremenda profecía. Vamos a ver si algún día encontramos algún “grafiti” en que Melchor diga: he pasado por aquí. Firmado: Melchor. Entonces ahí tenemos la prueba científica. Bueno, eso dejémoslo a los sabios.

Nos conmueve la piedad, porque hay una tremenda verdad profética aquí: de Oriente, de Occidente, amarillos, negros, blancos, rubios. De todas partes, de todos los confines.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Homilía del lunes, 6 de enero de 1985. Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

 

   

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